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El Criterio De Leibniz
Maurizio Dagradi

TEKTIME S.R.L.S. UNIPERSONALE

Delia Sanz Nieto


Un descubrimiento cientГ­fico casual es el inicio de una aventura impactante que llega a los lГ­mites de la ciencia y empuja para superarlos. Los protagonistas son arrastrados por caminos inusuales e inesperados, y se enfrentan a situaciones completamente fuera de lo normal. La aventura de la ciencia y la tecnologГ­a tambiГ©n se convierte en aventura interior para algunos de ellos, que descubren aspectos de su vida privada y de su propia sexualidad desconocidos hasta entonces. En una rica secuencia de eventos interesantes y giros de la trama, la historia envuelve al lector y lo mantiene en suspenso desde el principio hasta el final.












EL CRITERIO DE LEIBNIZ

de

Maurizio Dagradi

TraducciГіn de Delia Nieto Sanz


(TГ­tulo original: В«Il criterio di LeibnizВ»)



Prefacio




A nadie le gusta leer los prefacios, incluido yo mismo, asГ­ que serГ© breve.


Este libro quiere contribuir a abrir la mente de muchas (demasiadas) personas escГ©pticas que no sienten instintivamente que el universo bulle de vida, o que todavГ­a no han afrontado el problema.

Quien haya intentado explicarles de manera mГЎs o menos argumentada, mГЎs o menos cientГ­fica, mГЎs o menos filosГіfica cГіmo son las cosas en realidad se habrГЎ dado cuenta de que el nГєmero de personas a las que ha conseguido convencer seriamente es irrisorio con respecto al nГєmero de sujetos interpelados. No sГ© por quГ©; no sГ© si es por el patrimonio genГ©tico, o por la informaciГіn que la persona haya podido recibir en su infancia, o por quГ© otra razГіn. El hecho es que esta situaciГіn trГЎgica es degradante para la raza humana, que es sГіlo una de las numerosГ­simas razas diferentes dispersas en el universo.

Me gusta pensar que en este momento otro iluso y presuntuoso como yo estГ© escribiendo un prefacio parecido de un libro parecido en el primer planeta de Epsilon Eridani para intentar convencer a sus lectores de que puede haber otras razas con solo dos piernas y dos brazos, y que a lo mejor no respiran formaldehido lГ­quido.



Post-prefacio



Si habГ©is llegado hasta aquГ­, os amo. Os amo porque ya tenГ©is la Chispa, o La querГ©is encender.

Mientras tanto, decid adiГіs a los que por ahora no lo han conseguido y ahora me estГЎn maldiciendo con las ofensas mГЎs sangrientas y mГЎs degradantes que su lГ©xico puede exprimir. IrГЎn a la tienda donde han adquirido incautamente este libro, lo tirarГЎn sobre el mostrador con fuerza e intentarГЎn que se les devuelva el dinero o que se lo cambien por otro, mostrando al vendedor incapacitado su enorme indignaciГіn por el hecho de que un editor haya tenido el pГ©simo gusto de publicar una tal porquerГ­a. Estos individuos no nos acompaГ±arГЎn nunca en nuestro creer en una Verdad, si es que alguna vez ha habido una que lo mereciese y no fuese una religiГіn, que requiere un acto de fe.



PrГіlogo



El helicГіptero de combate levitaba a diez metros de altura sobre el pantano pestilente, con el rotor de cola parГЎndose a ratos, haciendo que el fuselaje empezase a girar en su sentido natural, opuesto al del rotor principal. Inmediatamente despuГ©s el rotor de cola volvГ­a a funcionar, y el delicado equilibrio se restablecГ­a de nuevo con peligrosos bandazos hasta la vez siguiente, que podГ­a ser la Гєltima. Sin el rotor de cola el helicГіptero habrГ­a entrado en autorrotaciГіn y se habrГ­a perdido toda posibilidad de gobernar el aparato.

En la cabina, el piloto luchaba para mantener la estabilidad y la posiciГіn, accionando los mandos con una delicadeza y una precisiГіn que contrastaban de manera onГ­rica con su estado: de su hombro izquierdo salГ­a un trozo de cristal proveniente del parabrisas, hundido al menos cinco centГ­metros en la carne; alrededor de la herida el traje estaba empapado de sangre que se extendГ­a rГЎpidamente hacia el brazo y el tГіrax del hombre. Muchos otros fragmentos de cristal estaban esparcidos sobre sus rodillas y por el suelo del habitГЎculo.

A su derecha, el copiloto yacГ­a volcado hacia atrГЎs, sujeto al asiento, degollado por otro trozo de cristal. La sangre borbotaba copiosamente de la carГіtida seccionada, bombeada sin parar por su corazГіn ignaro.

El comandante intentaba mantener el helicГіptero sobre la posiciГіn establecida, pero para ello solo contaba con referencias visuales, ya que cuando el parabrisas habГ­a recibido el golpe y los fragmentos les habГ­an saltado encima, al ver la herida de su compaГ±ero habГ­a vomitado sobre el panel de control, y casi todos los instrumentos habГ­an quedado cubiertos por un lГ­quido amarillento, e invisibles. Con el rotor de cola seriamente daГ±ado, no podГ­a permitirse quitar una mano de los mandos, ni siquiera durante los pocos segundos necesarios para limpiar lo suficiente los instrumentos fundamentales.

Sus Гєnicas referencias eran el horizonte lejano, sobre el cual floraba la luz violeta, innatural, del crepГєsculo de ese maldito lugar, y los bosques oscuros a su izquierda, de los que habГ­an surgido pocos minutos antes los otros miembros de la expediciГіn.

En el ГЎrea de carga, detrГЎs de la cabina de pilotaje, dos soldados yacГ­an en el suelo en posiciones absurdas, como dos sacos de patatas arrojados sin cuidado. El primero era robusto, de mediana estatura, con el pelo negro y la barba de algunos dГ­as. Su pierna derecha estaba sujeta con una fГ©rula para mantener alineado el fГ©mur destrozado; habГ­an cortado sus pantalones y le faltaba la bota. Toda la pierna estaba cubierta con sangre coagulada. El hombre estaba inconsciente por la pГ©rdida de sangre causada por la brutal fractura. Su ritmo cardГ­aco era lento y dГ©bil, su cuerpo estaba frГ­o, con una palidez mortal.

El segundo soldado era una mujer. Era rubia, con pelo corto, apelmazado por la sangre que goteaba de una herida enorme en la cabeza, sobre la oreja izquierda. Una porciГіn de piel de un diГЎmetro de al menos seis centГ­metros habГ­a desaparecido, junto al pelo que la cubrГ­a, y esa deformaciГіn resultaba absurda al lado de las facciones suaves de la chica, mandГ­bula redondeada, barbilla discreta, nariz ligeramente puntiaguda y labios carnosos. Sus ojos estaban cerrados, pero los pГЎrpados se movГ­an como a sacudidas, sin llegar a abrirse. Sus labios temblaban, como pronunciando un discurso silencioso, y su cuerpo era recorrido por los escalofrГ­os provocados por la fiebre alta.

Los uniformes de ambos eran completamente anГіnimos, carentes de cualquier sГ­mbolo. NingГєn escudo con el nombre, ningГєn grado, nada que pudiese identificarlos. Eran SAS, Special Air Service, la unidad de fuerzas especiales mejor preparada del mundo. Eran combatientes superiores, preparados para operar y sobrevivir en condiciones imposibles, con cualquier clima y contra cualquier enemigo, rГЎpidos, eficientes, mortales. Sus misiones siempre eran secretas, por lo que su identidad debГ­a ocultarse.

Y ahora estaban inermes y eran sacudidos de un lado para otro con cada bandazo del helicГіptero, mientras lo Гєnico que impedГ­a que cayeran era una cuerda atada a su cintura y asegurada a un asa del compartimento de carga.

Las armas de a bordo estaban completamente descargadas, incluida la novГ­sima arma de plasma, que ahora se balanceaba medio fundida fuera de su soporte, bajo el vientre del helicГіptero. Era el primer prototipo, y no estaba previsto que debiese disparar continuamente durante un periodo prolongado. Y todo esto solo por intentar llegar al punto de contacto y mantener la posiciГіn.

—¡Adams! ¡Prepárate para descender! —la llamada llegó fuerte y clara a los auriculares del piloto.

Justo en ese momento el rotor de cola vacilГі otra vez, pero el piloto recuperГі rГЎpidamente el equilibrio, mientras respondГ­a:

—¡Listo, señor!

Bajo el helicГіptero, en la cuenca formada por el giro de las palas sobre el agua pГєtrida, tres figuras estrechamente reagrupadas eran arrastradas por el flujo cГ­clico de aire que se abatГ­a violentamente sobre ellas.

El comandante Camden estaba disparando sin cesar hacia los bosques con la ametralladora de campo, sujetГЎndola con el brazo a pesar de su tamaГ±o prohibitivo. El arma estaba caliente y era pesadГ­sima. El soldado apretaba los dientes mientras la sostenГ­a con sus manos quemadas, el dedo contraГ­do sobre el gatillo, los ojos inyectados en sangre, expresando un odio feroz, inextinguible, que se convertГ­a en un torrente de balas que el caГ±Гіn negro de aquel instrumento de muerte vomitaba sin pausa. Camden estaba cubierto de sangre de los pies a la cabeza, en parte por algunas heridas superficiales en el tГіrax y en los brazos, pero, sobre todo, por la sangre de los compaГ±eros heridos a los que habГ­a ayudado y arrastrado hasta el punto de recogida.

—¡Comandante!

Camden oyГі a malas penas a la chica que gritaba para superar el martilleo continuo de la ametralladora. Con los pies firmemente anclados en el fango del pantano, sujetaba por debajo de los brazos a un chico inconsciente, de piel oscura, que yacГ­a boca abajo y estaba medio sumergido en el agua. Su cabeza se balanceaba inerte, la boca entreabierta, los ojos cerrados. De una enorme herida en su abdomen salГ­a parte de sus tripas.

La chica miraba con desesperaciГіn hacia el bosque, despuГ©s al chico herido, despuГ©s al comandante que seguГ­a disparando. Estaba llegando al lГ­mite de sus fuerzas, el pelo negro estaba pegado a la cabeza por el sudor y la mugre, que recubrГ­an todo su cuerpo de color de cafГ© con leche, al que se adherГ­a la ropa empapada de fango maloliente.

—¡Mayor! —volvió a llamar, con un grito histérico.

Camden le respondiГі gritando a su vez, sin dejar de vomitar fuego hacia el bosque.

—¡Ahora tenemos suficiente ventaja para que el helicóptero pueda aterrizar!

»¡Adams! ¡Ahora!

—¡Roger


(#litres_trial_promo), SeГ±or!

Adams iniciГі el descenso, pero cuando estaba a unos seis metros de cota el rotor de cola se parГі y el helicГіptero entrГі en autorrotaciГіn. El piloto intentГі inГєtilmente hacer funcionar el rotor, al mismo tiempo que maniobraba para intentar elevar el aparato.

—¡Emergencia, emergencia! ¡Quitaos de ahí! —gritó Adams.

Camden percibiГі el helicГіptero fuera de control por el rabillo del ojo, y comprendiГі la situaciГіn inmediatamente. No tenГ­an tiempo para huir, y, de todas formas, ser aplastado por el helicГіptero que se precipitaba era preferible al atroz destino que se aproximaba desde el bosque. En su cara se pintГі una sonrisa irГіnica y su mirada se iluminГі con una luz diabГіlica, la expresiГіn de un hombre que mira cara a cara a su propia muerte, y al desafГ­o que se le presenta. SiguiГі disparando brutalmente en la oscuridad, sin ni siquiera sentir el dolor del metal incandescente o el peso del arma.

La chica comprendiГі.

—¡No! —gritó desesperada, con toda la energía que le quedaba—. ¡No, no, no! ¡Ahora no! —sollozó desesperada—. Estábamos tan cerca, tan cerca... ¡¿por qué?! ¡¿Por qué?!

BajГі la mirada hacia el chico herido, y un inmenso desaliento le anegГі el alma. Estaban a un paso de la muerte, ahora.

Su corazГіn palpitГі.

Y en ese momento terrible, mientras sujetaba a su chico, con el helicГіptero que podГ­a aplastarla en cualquier momento, con el tronar de la ametralladora que le descomponГ­a los miembros, y con las piernas sumergidas hasta los muslos en aquella agua fГ©tida, sus pensamientos se centraron en aquello que ella habГ­a ignorado durante tanto tiempo, y que habГ­a encerrado en una esquina recГіndita de su memoria.

LevantГі su mirada al cielo, y con las lГЎgrimas que le regaban las mejillas azotadas por el viento cГ­clico generado por el helicГіptero averiado, empezГі a rezar.

—Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu Voluntad así en el cielo como en la tierra...




Primera parte


В«EstГЎs con nosotros, Ryuu,

estГЎs con nosotros.

Cada noche vendremos contigo sobre el mar negro,

y sabremos que nos estГЎs esperando

con tus fuertes brazos abiertos.

SubirГЎs al barco como la espuma de las olas

y a nuestro lado, junto a nosotros, tirarГЎs las redes,

como las noches pasadas,

cuando tus ojos y tu sonrisa

nos hacГ­an afrontar la tempestad con alegrГ­a.В»



Noboru.

CapГ­tulo I



Todo empezГі de manera casual, como sucede a menudo en estos casos.

El estudiante Marlon se disponГ­a a recoger los instrumentos que estaban sobre la mesa de un laboratorio de fГ­sica de la Universidad de Manchester, gruГ±endo, irritado, porque el profesor Drew le habГ­a impuesto hacerlo cuando estaba saliendo para a ir a casa.

—Recoge mi experimento, Marlon, antes de irte, ¡de todas maneras no funciona! —le había ordenado.

ВїNo podГ­a esperar al dГ­a siguiente? Ya era tarde, por la noche, ВїquiГ©n diablos habrГ­a venido a controlar si habГ­an dejado el laboratorio ordenado?

—¡Bah! —suspiró, resignado, Marlon—, el camino de la física pasa también a través de las angustias de los profesores viejos.

HabГ­a apoyado su bocadillo de jamГіn en una placa de acero que habГ­an utilizado para el experimento, ya que acababa de desenvolverlo justo antes de que Drew le diera la orden, y aquella superficie le parecГ­a la mГЎs limpia del laboratorio en ese momento.

Iba a coger unos aparatos cuando el gato del laboratorio, de pelo largo anaranjado, saltГі ГЎgilmente sobre la mesa, caminГі sobre el teclado del ordenador, mordiГі la parte superior del bocadillo, apartГі con sus patas algunas regulaciones micromГ©tricas y, finalmente, saltГі al suelo. Todo en unas pocas dГ©cimas de segundo.

Marlon dejГі escapar un grito ahogado y empezГі a perseguir al gato, el cual se refugiГі en un instante en lo alto de la estanterГ­a mГЎs alta del laboratorio.

El estudiante llegГі furioso al pie de la estanterГ­a, agitando los puГ±os en direcciГіn al gato y haciГ©ndolo objeto de adjetivos poco amables, y luego, como persona razonable que era, estimГі que la energГ­a requerida para una recuperaciГіn incierta del alimento robado era superior a la energГ­a que este le habrГ­a proporcionado, asГ­ que se calmГі y se dio por vencido, pensando que, de alguna manera, asГ­ salГ­a ganando Г©l. DirigiГі una Гєltima mirada de reprobaciГіn al gato y volviГі a la mesa.

Cuando se encontrГі delante de los restos de su pobre bocadillo y lo observГі, se bloqueГі de golpe y, a medida que la conciencia se abrГ­a camino en su mente, fue entrando en una especie de trance, con los ojos fuera de las Гіrbitas, disparados, fijos en el bocadillo, mientras un sudor frГ­o salГ­a de su frente y empezaba a gotear copiosamente por su cuerpo, ya de por sГ­ hГєmedo, con la ropa empapada, las manos temblorosas, los pulmones con espasmos buscando aire desesperadamente.

MГЎs o menos en el centro del bocadillo, un poco hacia arriba a la derecha, faltaba un trozo, y ese trozo no era de una forma cualquiera, lo que habrГ­a hecho pensar que era un trozo que el gato habГ­a arrancado junto al resto. No, era una porciГіn de unos cuatro centГ­metros de longitud, ancha un centГ­metro y ondulada paralelamente a los lados mГЎs largos, los horizontales.

No habГ­a indicios de quemaduras, migas o residuos de cualquier otro tipo, olores o vapores de combustiГіn. Simplemente, esa parte del bocadillo ya no estaba.

Ese trozo con forma de sГЎndwich habГ­a sido Вїdesplazado?, Вїdesintegrado? ..., ВїquГ©?

En la cabeza de Marlon pasaron a la velocidad del rayo todas las hipГіtesis de las que tenГ­a conocimiento, ortodoxas o no, y mientras tanto la catalepsia empezГі a retirarse, la respiraciГіn tornГі progresivamente a la normalidad y Г©l retornГі al presente.

Marlon no lo sabГ­a todavГ­a con certeza, pero la Historia de la humanidad estaba en un punto de inflexiГіn crucial.

En ese momento.

Para siempre.

CapГ­tulo II



Prestando mucha atenciГіn para no tocar mГ­nimamente la mesa, y con la mirada fija en el gato, ovillado en la estanterГ­a a unos diez metros de distancia y dispuesto a mordisquear el trozo de pan, Marlon se moviГі hacia el telГ©fono instalado en la pared, a su espalda. IntentГі recordar el nГєmero de casa de Drew: lo habГ­a llamado una vez para pedirle ayuda sobre una tarea. Acababa en 54, Вїo en 45?

—Oh, ¡al infierno!

Compuso el primer nГєmero y, despuГ©s de una breve espera, el profesor respondiГі al telГ©fono:

—¡Cof...! ¿Dígame? —el profesor estaba resfriado.

—Profesor, soy Marlon, creo que sería mejor que volviera inmediatamente al laboratorio, hay algo que tendría que ver y...

—¡Marlon! —lo interrumpió Drew, sin mucha ceremonia—, sabes que he tenido un día complicado: el rector me ha comunicado que los fondos para nuestro laboratorio han sido recortados en un cuarenta por ciento y... cof... parece que, encima, no me dejarán jubilarme este año. ¡Espero que sea por una razón muy, muy importante!

—Bueno, profesor, creo que, si no lo quiere también usted, el Nobel será todo para mí.

—¿Qué estás diciendo, Marlon? ¡No tengo tiempo que perder con bromas!

Marlon no perdiГі la compostura.

—Es su experimento, profesor. Produce un efecto que...

El estudiante percibiГі una brevГ­sima conmociГіn y, pocos segundos despuГ©s, oyГі un portazo. TodavГ­a podГ­a oГ­r los ruidos de la casa de Drew. La televisiГіn estaba encendida y soltaba vacuidades como siempre. El profesor ni siquiera habГ­a colgado el telГ©fono.



Marlon volviГі a vigilar el experimento, sin olvidarse del gato para evitar un segundo asalto que seguramente habrГ­a tenido consecuencias desastrosas. El animal estaba comiГ©ndose el bocadillo a mordiscos pequeГ±os, pero con cada mordisco la comida disminuГ­a inexorablemente, y el gato empezaba a mirar la mesa con discreciГіn.

Drew no llegaba.

Marlon maldijo no haber dado nunca de comer a ese gato, y es que sabГ­a que otros estudiantes se ocupaban de Г©l. Lo que no sabГ­a es que ese dГ­a esos estudiantes habГ­an ido a una conferencia y no habГ­an dado de comer al gato, convencidos de que Marlon se habrГ­a ocupado de ello.

Mientras tanto el michino habГ­a acabado el bocadillo y se estaba estirando, sin quitar los ojos de la mesa. Marlon empezГі a sudar, sin saber cГіmo hacer, cuando oyГі el ruido de la puerta de un coche que se cerraba y un corretear rГЎpido por el camino de acceso al laboratorio.

La puerta se abriГі de golpe y entrГі Drew. En cuanto su cabeza pasГі por el umbral de la puerta sus ojos abarcaron la escena entera y valorГі rГЎpidamente la situaciГіn: Marlon estaba inmГіvil delante de la mesa, con los ojos fijos en el gato, que parecГ­a seriamente motivado en atrapar un bocadillo sobre la placa del experimento, que parecГ­a todavГ­a montado.

Drew tenГ­a una buena relaciГіn con el gato y resolviГі el impasse de manera absolutamente banal:

—¡Niels! ¡Fuera!




Con esa orden seca, el gato con un nombre tan importante


(#litres_trial_promo) saliГі inmediatamente por la ventana del laboratorio, que siempre estaba medio abierta por la noche para permitir la ventilaciГіn.

Marlon dio un suspiro de alivio y empezГі a relajarse. Fue a cerrar la ventana y comenzГі a contar todo al profesor. Le narrГі los hechos esenciales, ya que los fГ­sicos son gente sintГ©tica, y acabГі con su hipГіtesis:

—Creo que el gato ha encontrado casualmente una regulación crítica del experimento que produce un desplazamiento o desintegración de la materia sobre la placa. Por ahora no encuentro otra explicación.

Durante el relato, Drew habГ­a observado el experimento, y registrado todos los valores indicados por el ordenador, asГ­ como la regulaciГіn fina de los instrumentos conectados.

—Marlon, aparentemente ha sucedido lo que dices tú, pero sabes bien que para que un experimento sea válido debe ser reproducible. Tenemos que guardar todos los parámetros de la situación actual, y después intentar reproducir el efecto observado.

Antes de nada, sin tocar nada, Drew cogiГі de un estante una mГЎquina fotogrГЎfica digital, equipada con un dispositivo que superponГ­a un retГ­culo de gradaciГіn fina a la imagen tomada; fotografiГі todos los objetos que estaban en la mesa de laboratorio, separadamente y en grupo, desde distintos puntos de vista. La malla permitirГ­a conocer despuГ©s la distancia y los ГЎngulos exactos entre los distintos objetos, lo cual permitirГ­a restaurar la configuraciГіn del experimento. FotografiГі incluso la pantalla del ordenador, donde aparecГ­an todos los parГЎmetros de configuraciГіn de los distintos instrumentos controlados por Г©l, y luego Marlon guardГі todos los parГЎmetros en un fichero.

Descargaron en otro ordenador todas las imГЎgenes tomadas, y los ficheros con los parГЎmetros, hicieron dos copias y las conservaron separadamente: una en la bolsa de Drew y la otra en la chaqueta de Marlon.

Ahora era el momento crucial: tenГ­an que intentar reproducir el efecto.

Drew desplazГі el trozo de pan sobre la placa para colocarlo otra vez en la zona de la que habГ­a desparecido la materia antes.

—Como no sabemos nada sobre cómo pueda funcionar la cosa, procederemos de manera casual, modificando un parámetro cada vez y observando lo que sucede. Marlon, escoge un parámetro en el ordenador. Empezaremos con este.

Marlon se volviГі hacia la pantalla y eligiГі el primer parГЎmetro sobre el que cayeron sus ojos.

—Modificaré el K22. Ahora está a 1.123,08 V


(#litres_trial_promo). Lo pongo a cero.

El estudiante ejecutГі el cambio.

No sucediГі nada.

—Aumento con pasos de 10 V. Ahora el K22 está a 10 V, 20 V, 30 V...

Nada.

Llegados a 350 V, Drew dijo a Marlon de aumentar con pasos de 50 V.

—…400 V, 450 V, 500 V…

Nada.

El generador zumbaba de manera siniestra con el aumento de tensiГіn.

—…950, 1.000, 1.050, 1.100, 1.150, 1.200 V…

Nada.

Marlon parГі. DejГі de aumentar la tensiГіn.

—Profesor, hemos superado el valor del experimento.

—Lo he visto, Marlon —Drew estaba reflexionando intensamente—. Bien, dale un valor de 1.123,08 V a K22 directamente, como estaba antes.

Marlon cambiГі el valor con el teclado, y antes de validar el cambio se parГі, intercambiГі una mirada intensa con Drew, los dos centraron su atenciГіn en el bocadillo y luego el joven activГі el parГЎmetro: instantГЎneamente, como si fuera lo mГЎs natural del mundo, una porciГіn del bocadillo desapareciГі. Su forma era exactamente igual a la que habГ­a desaparecido anteriormente.

Drew se quedГі sin aliento. A decir verdad, no habГ­a creГ­do que el efecto descrito por Marlon hubiera ocurrido realmente, y pensaba que seguramente habrГ­a una explicaciГіn convencional.

Asistir directamente a la manifestaciГіn del efecto lo habГ­a noqueado. Le pareciГі que se hundГ­a en un vacГ­o que acababa de crearse bajo Г©l, y se tambaleГі. Por fortuna estaba sentado y bastГі que el estudiante lo sujetase un momento, impidiendo que cayera. Se imaginГі lo que debГ­a haber sentido Marlon cuando vio el efecto la primera vez. NecesitГі casi un minuto para recuperarse y volver a tener el control total de sГ­ mismo. Ya no sentГ­a el cansancio del dГ­a, no tenГ­a sueГ±o, su mente era ahora un instrumento potente y afilado, concentrado totalmente en el experimento.

—Bien, Marlon —dijo Drew con frialdad—, vuelve a poner el K22 a cero y luego a 1.123,08 V otra vez. —Mientras lo decía desplazó convenientemente el trozo de pan.

Marlon hizo lo que se le pedГ­a, y la materia volviГі a desaparecer.

Lo intentaron poniendo el K22 a 1.123,079 V, sin resultado.

—Ahora sabemos que el K22 produce el efecto solo si llega directamente al valor crítico. No es una manifestación gradual del fenómeno, ni siquiera para valores cercanos al valor crítico. Parece que estemos ante algo realmente preciso, que, o se manifiesta o no se manifiesta en absoluto, según el valor que demos al parámetro. Bien, ahora probemos con los otros parámetros. Procede ordenadamente, a partir del primero, variándolos gradualmente como hemos hecho con el K22.

Marlon intervino:

—Profesor, queda poco pan; creo que deberíamos probar con otro material antes de pasar a los otros parámetros.

—Mmm, tienes razón.

Drew cogiГі un bloque de teflГіn de otra mesa y lo colocГі sobre la placa.

Variando el K22 lo hicieron desaparecer tambiГ©n. Obtuvieron el mismo resultado con un trozo de madera, un prisma, una lГЎmina de plomo y el borrador de la pizarra. Vieron que el espesor de la materia que desaparecГ­a era de medio centГ­metro.



Eran las diez de la noche cuando empezaron a variar los otros parГЎmetros. HabГ­an apagado todas las luces menos una lГЎmpara que estaba sobre la mesa. La luz espectral de la luna entraba por la ventana cercana, iluminando la espalda de dos personas inclinadas sobre una mesa desgastada de un laboratorio de fГ­sica normal y corriente. Su trabajo era silencioso, monacal. El estudiante seguГ­a al maestro, y el maestro sacaba energГ­a de la intuiciГіn del estudiante, joven pero perspicaz. Bastaban pocas palabras, a veces tan solo leves gestos, para que se comprendieran al vuelo y siguieran en perfecta sintonГ­a el anГЎlisis de un fenГіmeno tan portentoso como misterioso.

—Debe ser un intercambio —observó Drew durante las pruebas.

Marlon lo mirГі con aire interrogativo.

—Si la materia fuera desplazada o se desintegrara, en su lugar quedaría un vacío, y el aire alrededor lo rellenaría inmediatamente, produciendo un ruido seco, como un chasquido. Como no oímos ningún ruido, creo que la materia que desaparece de aquí va a otro sitio, y es sustituida por un volumen de aire que aparece en su lugar. El intercambio debe ser instantáneo y ocurrir en el mismo instante.

«Quién sabe a dónde va a parar todo esto», se preguntó Marlon, «¿a dónde estará apuntando el instrumento?»

En un momento dado apagaron la Гєnica lГЎmpara que seguГ­a encendida y hasta la pantalla del ordenador, para observar eventuales efectos Гіpticos asociados al experimento.

El interior del laboratorio estaba oscuro, salvo por la luz de la luna, que iluminaba dГ©bilmente el ambiente.

NingГєn ruido, excepto el del ventilador del ordenador que soplaba suavemente y el zumbido tranquilo del generador de alta tensiГіn.

Marlon sintiГі el impulso de mirar por la ventana y notГі algo extraГ±o: la cara que nos parece ver cuando miramos la luna ahora parecГ­a que los observase atГіnita, como si no se debiera hacer lo que estaban haciendo en el laboratorio.

O no se debiera hacer todavГ­a.

Marlon tuvo un escalofrГ­o, pero se recuperГі y activГі el intercambio.

El laboratorio cayГі en la oscuridad mГЎs completa. El estudiante se congelГі al instante; la frente se le llenГі de gotas de sudor.

—Profesor... —murmuró.

En respuesta, oyГі solamente un extraГ±o crujido. No se atrevГ­a a moverse. El sudor aumentaba.

ParecГ­a que el tiempo se hubiera parado.

Siempre oscuro, una oscuridad opresora, como una mano enorme que lo aplastase cada vez mГЎs.

La tensiГіn se habГ­a vuelto intolerable.

PasГі medio minuto mГЎs, despuГ©s el viento apartГі la nube que habГ­a tapado la luna, sin que los dos lo supieran, y esta volviГі a iluminar con una luz frГ­a la escena.

Marlon mirГі a Drew.

El anciano profesor tenГ­a los ojos fuera de las Гіrbitas, la cara pГЎlida como un trapo, y se aferraba con las manos a la mesa, fuertemente, con los nudillos blancos por el esfuerzo. Eso era lo que produjo el crujido que habГ­a oГ­do poco antes. La seguridad y el autocontrol de Drew habГ­an desaparecido, y en aquel momento tan solo exprimГ­a una cosa: miedo.

—Profesor... —insistió Marlon.

Drew consiguiГі salir de su pavor, lentamente.

—Enciende la luz, Marlon —susurró con dificultad.

El chico buscГі el interruptor y encendiГі la lГЎmpara. Una luz vГ­vida iluminГі la mesa. Sin decir nada, fue hacia la pared y encendiГі todas las luces del laboratorio.

ParecГ­a que la vida estuviese volviendo, que aquellos instantes de terror estuvieran cancelados por toda esa luz. Drew se levantГі de la silla y dio unos pasos. Se secГі la frente con un paГ±uelo.

Marlon volviГі a la mesa y observГі la placa del experimento. La materia habГ­a desaparecido, como siempre. No habГ­a nada distinto. El estudiante mirГі al profesor, que estaba volviendo a su sitio. Sus miradas se cruzaron, y ambos supieron que en aquel momento dramГЎtico habГ­an sentido lo mismo.

—Autosugestión. Solo autosugestión. Es tarde, estamos cansados y enfrentándonos a problemas difíciles. Puede suceder... —Drew hablaba, inseguro, intentado recuperar el control de sí mismo.

—Cierto. Será eso —Marlon aprobó, poco convencido, pero sentía que, como persona razonable que se consideraba, tenía que ser como decía su maestro, más anciano y más sabio.

Los dos volvieron al trabajo, pero con menos seguridad que antes.



Los parГЎmetros en el ordenador eran veintiocho, y a las dos de la noche Marlon y Drew acabaron las pruebas. HabГ­an escrito todo, habГ­an salvado todos los datos que habГ­an utilizado, y sus ojos, rodeados por unas sombras negras, desenfocados por la tensiГіn e inyectados en sangre por el esfuerzo visual requerido, expresaban una fatiga indescriptible, pero tambiГ©n la luz de un triunfo que una persona puede sentir pocas veces en su vida.

El incidente ya estaba olvidado.

CapГ­tulo III



Vista la hora que era, Drew pensГі que habrГ­a sido descortГ©s llevar a Marlon a las habitaciones para estudiantes, solo y agotado, con todo lo que el muchacho habГ­a colaborado.

—Marlon, ¿qué te parecería venir a dormir a mi casa? Mi hermana estará unos días con una amiga suya en Leeds y podrías usar su habitación.

—Gracias, profesor, acepto encantado —respondió agradecido el chico, que estaba completamente exhausto.

Para evitar que al dГ­a siguiente alguno alterara el experimento, aunque fuera involuntariamente, Drew pegГі en la puerta del laboratorio una hoja donde habГ­a garabateado: В«LABORATORIO INFESTADO POR ESCARABAJOS. ВЎNO ENTRAR!В», despuГ©s fueron al coche de Drew y en poco tiempo estuvieron en su casa, situada apenas fuera del perГ­metro de la Universidad.

В«Menos mal que vive cerca...В», pensГі Marlon, sea porque el profesor habГ­a podido llegar rГЎpidamente al laboratorio, sea porque se sentГ­a tan cansado que se le cerraban los ojos. Necesitaba dormir absolutamente.

Caminaron hacia el ingreso y despuГ©s de que Drew se peleara un rato con las llaves pudieron, finalmente, entrar.

El padrГіn de casa condujo al estudiante a la habitaciГіn de la hermana y le dio las indicaciones esenciales con respecto al baГ±o y a la cocina, y luego propuso:

—Escucha, Marlon, ahora nos ponemos el pijama y nos lavamos los dientes como niños buenos, pero ¿qué dirías de beber un trago para descargar la tensión, antes de dormir?

El estudiante no se tenГ­a en pie del sueГ±o, pero tuvo que reconocer que tambiГ©n Г©l tenГ­a la tensiГіn nerviosa al mГЎximo, lo cual habrГ­a podido mantenerlo despierto toda la noche. AdemГЎs, no habГ­a cenado, pero a esa hora, ВїquiГ©n tenГ­a ganas de comer y, sobre todo, de preparar algo? Saltarse una comida no era el fin del mundo para Г©l, asГ­ que aceptГі.

—Buena idea, también será una especie de celebración, ¿no?

En un cuarto de hora estaban acomodados en los sillones del salГіn con un gГјisqui excelente en las manos. El calor agradable de los primeros sorbos les habГ­a relajado bastante, y la conversaciГіn era tranquila.

—Este es un día especial, Marlon —estaba diciendo Drew—, muy especial. Tenemos un instrumento que produce un efecto totalmente nuevo, ni siquiera teorizado, por lo que sé. Será necesario tomar en consideración las teorías físicas corrientes y ver si es posible explicar este efecto con ellas, o si, por el contrario, hay que construir una teoría nueva que lo haga. Habrá mucho trabajo que hacer, para mí y mis compañeros dispersos por todo el mundo, una vez que les haya informado del experimento.

—Será un trabajo bonito, sin duda. Me gustaría participar en ese estudio...

—¿Tenías dudas sobre ello? Después de todo, es gracias a ti que el mundo conocerá este efecto, y puedes estar seguro de que de ahora en adelante te espera solo una cosa: un montón de trabajo. De hecho, tendrás que seguir con tu plan de estudios tal y como estaba programado, y además te implicarás en cuerpo y alma en este nuevo desafío. Felicidades, Marlon, vas a ser famoso y al mismo tiempo vas a tener que trabajar más que un grumete fregando la cubierta de un barco. ¿Qué más puedes pedir? —Drew se dirigía a Marlon en tono paternal, satisfecho del trabajo del chico.

—Bueno, en este momento, pediría una buena cama —respondió sonriente Marlon, al mismo tiempo que terminaba su licor.

—Totalmente de acuerdo —dijo Drew—. A propósito, ¿cómo te llamas?

—¡Marlon! ...Ah... ejem... Joshua Marlon. Josh.

Drew lo mirГі con simpatГ­a.

Aquel chico de color chocolate habГ­a tenido la suerte y la agudeza de capturar un fenГіmeno que, si no, habrГ­a podido permanecer desconocido para la humanidad por quiГ©n sabe cuГЎnto tiempo.

В«Un punto mГЎs para los negrosВ», meditГі. В«HacГ­a falta. Se lo merecГ­an. Al demonio los que querГ­an discriminarlos. El mundo empieza a girar en el sentido justo, gracias al cielo, y creo que...В», Drew volviГі al presente, dГЎndose cuenta de que el gГјisqui empezaba a tomar el control.

—Buenas noches, Josh.

—Buenas noches, profesor Drew.



Poco despuГ©s Drew estaba en su cama, solo como siempre en su vida de solterГіn.

HabГ­a conocido alguna mujer, hace mucho tiempo, pero habГ­an sido amistades o poco mГЎs. Г‰l no habГ­a profundizado en la relaciГіn, y ellas, despuГ©s de un poco, lo habГ­an dejado, con la impresiГіn de que no se pudiese construir nada con ese tipo que parecГ­a tener siempre la cabeza en las nubes.

Seguramente la fГ­sica ocupaba toda la vida de Drew, pero Г©l tambiГ©n era un hombre, independientemente de todo lo demГЎs, y la verdadera razГіn por la que no habГ­a podido construir nada en el aspecto sentimental era su hermana.

Timorina Drew vivГ­a con Г©l desde siempre. A sus cincuenta aГ±os, diez menos que su hermano, ella tampoco estaba casada, y se ocupaba de ambos y de la casa de manera tan ejemplar que Drew se sentГ­a muy agradecido por todo lo que ella hacГ­a. La presteza de su hermana le permitГ­a, de hecho, dedicarse totalmente a su trabajo, cosa que normalmente consumГ­a toda su energГ­a.

De hecho, Drew habГ­a evitado casarse, inconscientemente, porque temГ­a que su mujer no pudiera estar a la altura de su hermana, limitando su disponibilidad para sus actividades, algo inconcebible para Г©l. AdemГЎs, la eventual esposa habrГ­a podido entrar en conflicto con Timorina, y esto tambiГ©n le habrГ­a resultado insoportable, porque Г©l sentГ­a que tenГ­a una deuda enorme con su hermana, y con su mujer habrГ­a debido tener las atenciones de un marido. Se habrГ­a encontrado en un callejГіn sin salida del que no habrГ­a sabido cГіmo salir.

En resumidas cuentas, Drew tenГ­a sus complejos y esto no hacГ­a fГЎcil su vida, aunque Г©l no se daba cuenta de ello.

Timorina, por su parte, lo sometГ­a a chantaje psicolГіgico, como muchas mujeres saben hacer sin que el hombre se dГ© cuenta, y lo inducГ­a a hacer algunas tareas que ella simplemente no tenГ­a ganas de hacer, proponiГ©ndolas a Drew como trabajos que В«solo tГє sabes hacer bienВ».

Uno de estos era cortar el cГ©sped delante de la casa.

TenГ­a una superficie de unos doscientos metros cuadrados y con el cortacГ©sped que tenГ­an hacГ­a falta una hora. No era mucho, pero Гєltimamente la hermana lo asaltaba los domingos por la maГ±ana, un momento sagrado para Г©l, durante el cual habrГ­a querido relajarse completamente y permanecer en el sillГіn escuchando mГєsica clГЎsica. Hasta hace un par de meses Г©l cortaba el cГ©sped los sГЎbados por la tarde, pero entonces Timorina habГ­a empezado a invitar a sus amigas, que antes invitaba los domingos, justo el sГЎbado, y sostenГ­a que no podГ­a tomar el tГ© con el ruido del motor del cortacГ©sped.

Drew se habГ­a adaptado, pero estas Гєltimas semanas esto estaba empezando a resultarle insoportable, y habГ­a tenido una idea.

PensГі que, como profesor de fГ­sica que era, habrГ­a podido construir un dispositivo que pudiera quemar instantГЎneamente la hierba por encina de una altura dada, obteniendo un resultado parecido al del cortacГ©sped.

Drew sospechaba que, con un retГ­culo de conductores en el jardГ­n, y generando un campo elГ©ctrico con un alto potencial a, digamos, cinco centГ­metros sobre la hierba, podrГ­a quemarla en una cierta longitud, obteniendo el mismo efecto que al cortarla.

No se le pasГі por la cabeza, ingenuo Г©l, que su hermana pudiera no aceptar las marcas de las quemaduras en la hierba, y que Г©l habrГ­a tenido que volver al cortacГ©sped como siempre.

En todo caso, de todo esto habГ­a salido el dispositivo que ahora reposaba en la mesa del laboratorio.

Si hubiese sabido que la В«amiga de LeedsВ» que Timorina visitaba desde hace poco los domingos, y esta vez todo el fin de semana mГЎs el lunes, era un simpГЎtico seГ±or de mediana edad que en aquel preciso momento estaba haciendo gimnasia con su hermana en una buena cama de matrimonio.

CapГ­tulo IV



Marlon se despertГі pronto, al amanecer. Normalmente no tenГ­a ninguna dificultad para levantarse por las maГ±anas, y esta vez, a pesar del cansancio de la noche anterior, no fue diferente. Pero se quedГі un poco en la cama, reflexionando sobre todo lo que habГ­a ocurrido, y volviГі a preguntarse a dГіnde estarГ­an mandando el material. ВїQuizГЎ a una pagoda japonesa? ВїA un desierto australiano? ВїO quizГЎ a algГєn pueblo africano remoto?

В«Bah! Si hay una manera de descubrirlo, ВЎlo descubriremos!В» concluyГі filosГіficamente.

BajГі a la cocina y encontrГі a Drew, que estaba preparando un copioso desayuno para dos.

Se saludaron y atacaron con gusto los huevos con panceta acompaГ±ados de un buen tГ©.

Hablaron poco mientras comГ­an, porque no tenГ­an mucho tiempo.

Acabado el desayuno Drew llamГі a la secretarГ­a de la Universidad para informar de que llegarГ­a tarde.

Marlon, sin embargo, no tenГ­a clases esa maГ±ana, asГ­ que estaba libre.

Se prepararon y salieron.

Lo primero que hicieron fue ir a ver a un notario amigo de Drew. DespuГ©s de unas explicaciones breves, el notario ordenГі preparar un documento en el que se declaraba que en una cierta fecha los seГ±ores Lester Drew y Joshua Marlon habГ­an descubierto un efecto fГ­sico, descrito sucintamente, y que este efecto era producido por un instrumento construido por Drew y oportunamente regulado por Marlon. Del gato no se hablaba.

DespuГ©s de firmar, entraron en el coche y Drew condujo hasta el aparcamiento cercano al despacho del rector.

Se hicieron anunciar y pocos minutos despuГ©s entraron.

El rector McKintock ocupaba ese despacho de manera espartana y sin florituras. Solo lo esencial y lo Гєtil tenГ­an cabida en ese local. El aspecto mismo del rector emanaba sobriedad y eficiencia.

—Drew, amigo mío, ¿qué puedo hacer por ti? —Tan solo una ojeada a Marlon, sin saludarlo.

—Hola, McKintock. Tengo un descubrimiento.

Lo escueto de la afirmaciГіn de Drew hizo que la frente del rector se arrugara, colocГЎndose la frГ­a mГЎscara que presentaba en su puesto de trabajo. Esa mГЎscara debГ­a expresar autocontrol y tambiГ©n control total sobre todo y sobre todos, y eso era una ayuda valiosa para mantener la escala jerГЎrquica como debГ­a.

McKintock sabГ­a que Drew era bueno, pero no esperaba que, con sesenta aГ±os, el fГ­sico produjese algo especial, despuГ©s de una vida transcurrida a la sombra de la enseГ±anza, digna pero anГіnima.

—¿Un descubrimiento? ¿Cuál?

—Mi estudiante Marlon y yo hemos creado un aparato capaz de intercambiar volúmenes de espacio de manera instantánea y con poco gasto de energía.

El rector era profesor de filologГ­a, y la fГ­sica era para Г©l un mundo completamente etГ©reo e incomprensible. Conceptos como el espacio-tiempo, la relatividad o incluso la estructura del ГЎtomo le eran del todo extraГ±os.

CreyГі comprender lo que Drew habГ­a dicho, y lo mirГі con una sombra de sarcasmo. DespuГ©s cogiГі simultГЎneamente un pisapapeles y el estuche de sus gafas, se cruzГі de brazos y los cambiГі de sitio.

—No me parece un descubrimiento importante, Drew. Yo también lo puedo hacer con mis propias manos y sin la ayuda de instrumentos, como puedes ver.

—Estupendo, ¿pero tienes los brazos suficientemente largos para hacerlo entre Manchester y Pequín? —Drew conocía las lagunas científicas de McKintock, así como su propensión al sarcasmo, así que decidió responder con la misma actitud.

—¿Cómo? ¿Pequín? —El rector estaba confuso.

—Así es, Pequín —afirmó Drew—. Nuestro instrumento es capaz de efectuar el intercambio a una distancia que creemos que depende de cómo lo regulemos, pero seguramente hablamos de kilómetros, cientos, por no decir miles.

—¿Qué quieres decir con «creemos»? —McKintock ya había retomado el control de la situación.

—Que hemos trabajado esta noche y hemos conseguido obtener muchos datos fundamentales sobre el funcionamiento del dispositivo, pero todavía debemos establecer a dónde apunta el instrumento y cómo modificar esas coordenadas. Como el intercambio no ha ocurrido en el mismo laboratorio, obviamente, por el momento este es un dato que todavía tenemos que determinar.

Drew se habГ­a dado cuenta demasiado tarde de que ese В«creemosВ» le habГ­a hecho perder la ventaja que tenГ­a sobre el rector, y esto podrГ­a resultar problemГЎtico.

En ese momento se oyГі un altercado en la secretarГ­a. Un portazo, pasos rГЎpidos y una voz femenina estridente que agredГ­a a la secretaria, despuГ©s otra vez pasos rГЎpidos, con ruido de tacones, y la puerta del rector que se abrГ­a de par en par, de golpe, con la profesora Bryce entrando como una furia y llegando hasta la mesa, ignorando a los que estaban dentro.

A travГ©s de la puerta abierta, la secretaria, consternada, alargГі los brazos y sacudiГі la cabeza, comunicando asГ­ al rector que no habГ­a podido pararla.

—¡Rector McKintock! —exclamó la mujer con voz alterada, casi gritando—, ¡esta vez es demasiado, realmente! ¡Mire lo que he encontrado esta mañana en la silla de mi despacho!

La profesora blandiГі una bolsa de plГЎstico transparente, que contenГ­a numerosos objetos de distintos colores.

—He llegado esta mañana a mi despacho, me he sentado..., pero encima de todas estas cosas. Mire qué asco: cristal, metal, plástico, y, oooh, ¡sobras de comida! Me han estropeado la falda y no sé si conseguiré arreglarla. Los estudiantes de segundo año se han pasado de la raya esta vez, y espero que usted tome las medidas necesarias. ¡En lo que me respecta, ya sé cómo ponerlos en su sitio!

Durante la diatriba, Marlon y Drew habГ­an palidecido de golpe: habГ­an reconocido en el contenido de la bolsa los materiales que habГ­an intercambiado por la noche. El misterio del destino del instrumento estaba resuelto, pero ahora tenГ­an un problema mucho mГЎs inmediato.

McKintock habГ­a permanecido impasible frente al enfado de Bryce, de hecho, bromas similares ocurrГ­an con una cierta frecuencia y Г©l consideraba que este caso fuese uno de tantos, sin poder relacionar el descubrimiento de Drew con los objetos del escГЎndalo.

Drew comprendiГі la situaciГіn, y vio que la profesora estaba demasiado enfadada como para aceptar explicaciones: buscaba solo venganza. AsГ­ que dejГі que el rector se apaГ±ase por sГ­ mismo.

McKintock asumiГі una expresiГіn severa de reprobaciГіn.

—Tiene toda la razón, profesora Bryce. Esos estudiantes no saben qué son la disciplina o el respeto hacia los profesores, y puede estar segura de que tomaré medidas inmediatamente para que se aplique un castigo ejemplar, tras el cual no tendrán ningunas ganas de hacer otra cosa que no sea estudiar.

Bryce aceptГі la respuesta asintiendo con la cabeza secamente, despuГ©s girГі sobre sus tacones y saliГі a grandes pasos del despacho, dirigiГ©ndose al aula de biologГ­a, su materia, para imponer su castigo personal a los estudiantes de segundo aГ±o con un examen escrito. Les darГ­a una tarea imposible y la calificarГ­a para que bajase la media de todos.

Esos chicos iban a ser las primeras vГ­ctimas del Intercambio.



En el despacho del rector, mientras tanto, el ambiente estaba volviendo a la normalidad despuГ©s de ese parГ©ntesis de furia, y Drew retomГі la palabra.

—McKintock, olvídese de esos estudiantes. Esas cosas son nuestras. Ahora sabemos dónde apuntaba el instrumento: a unos trescientos metros al este del laboratorio de física.

El rector mirГі a Drew con aire interrogativo.

—¿Quieres decir que habéis sido vosotros, esta noche, los que habéis mandado todo eso a la silla de Bryce?

—Así es. He reconocido los objetos. Todos tenían la forma que esperábamos y los materiales eran los mismos. Los hemos mandado nosotros.

McKintock cambiГі radicalmente de expresiГіn, intentГі controlarse, pero en pocos segundos estallГі en carcajadas, y tanto Drew como Marlon se asociaron sin retenerse.

—Con todos los sitios a donde podían ir a parar, y van justo al despacho de Bryce... ¡ja...ja...ja! —el rector reía como un loco.

—¿Has visto su cara? Parecía el apocalipsis en forma de mujer... ¡je... je...je! —dijo Drew, imitándolo.

Marlon reГ­a de manera desenfrenada, sujetГЎndose la tripa.

La hilaridad general durГі unos cuantos segundos, y despuГ©s, gradualmente, volvieron a la normalidad.

McKintock fue el primero en hablar.

—Bien, querido Drew, parece que tu descubrimiento es un descubrimiento de verdad, ya que yo no tengo unos brazos de trescientos metros de longitud y no habría podido hacerlo —miró al profesor de física con aire provocador—, así que ahora ¿qué intenciones tienes?

Drew no reaccionГі a la provocaciГіn, limitГЎndose a levantar la ceja con falso estupor.

—Quiero hacer público el descubrimiento, y quiero compartir los detalles del experimento con mis compañeros en el extranjero con cuyas universidades colabora la nuestra, para que lo puedan reproducir y estudiar. Necesitamos su ayuda para poner a punto la teoría que...

—Calma, calma, Drew. No tan rápido —lo interrumpió el rector—. Hacer público el descubrimiento está bien, pero comunicar todos los detalles no me parece oportuno. Sabes, nuestro ateneo necesita dinero, mucho dinero, y si este descubrimiento puede traérnoslo debemos guardar los detalles para nosotros mismos y aprovechar al máximo la ventaja que tenemos, es decir, ser los únicos en el mundo que poseen esta tecnología.

Drew se quedГі paralizado durante unos instantes. No esperaba un comportamiento de ese tipo. Г‰l siempre habГ­a visto la ciencia como algo que compartir con los otros, para que la humanidad pudiese progresar lo mГЎs rГЎpidamente posible y de manera armoniosa, en el interГ©s comГєn. TenГ­a que luchar.

—McKintock, ¡maldito escocés! —exclamó con rabia apenas controlada—, ¿te das cuenta de lo que estás diciendo? Por un puñado de monedas que no se notarían en una Universidad como la nuestra, que ya está más financiada que el resto de Gran Bretaña, ¿pretendes que el descubrimiento de Marlon permanezca confinado entre estas cuatro paredes? ¿Cómo puede progresar la ciencia? ¿Cómo puede progresar la humanidad? Imagínate si... —buscó un ejemplo que el rector pudiese comprender—, si Guillermo Marconi no hubiese compartido la invención de la radio. Si ahora quisieses comprar una radio tendrías que ir a ver a sus descendientes, suponiendo que todavía construyeran radios, o bien olvidarte de ello y buscar otra cosa que te tuviera compañía mientras conduces hasta Liverpool cuando vas a ver a tu amiguita. Por ejemplo, un carillón.

McKintock no perdiГі la compostura.

—¿Y cómo crees que podría conseguir dinero con tu descubrimiento de otro modo?

—Bueno, organizando seminarios, escribiendo artículos en revistas del sector...

—Drew, sin duda alguna eres un físico óptimo, pero no tienes ningún sentido práctico. ¿No has pensado que tu instrumento, convenientemente regulado, podría permitir transferir materiales con fines comerciales? Actualmente, si queremos mandar un paquete de Manchester a Pequín debemos utilizar un correo que necesita días, en el mejor de los casos, y cuesta muchísimo. Con tu dispositivo la transferencia sería instantánea y, haciendo pagar, no sé, la mitad de lo que cuesta por correo, sería realmente interesante para todos. ¿Tienes idea de cuántos paquetes se mandan desde Manchester en un día? Yo no, pero supongo que serán miles. Extiende el mercado a Inglaterra, a Europa, al mundo...

Drew estaba confundido. No habГ­a pensado en esa posibilidad y ahora empezaba a comprender el punto de vista del rector, pero esto no lo distrajo de su cruzada por la ciencia.

—Escuche, McKintock, las aplicaciones comerciales siempre podremos estudiarlas a su debido tiempo, pero ahora es indispensable construir una teoría que explique el funcionamiento del aparato y permita regularlo correctamente. Sin esta teoría el dispositivo es inutilizable, a menos que quiera limitarse a mandar caramelos a la silla de Bryce. El efecto del intercambio está completamente fuera de toda teoría conocida, y es muy difícil que Marlon y yo solos, incluso con la ayuda eventual de nuestros compañeros de aquí, podamos llegar a un resultado satisfactorio en un tiempo razonable. Cuando tengamos la teoría tendremos que construir más aparatos y estudiar cómo mejorarlos y hacerlos más eficaces. O sea, necesitamos la ayuda de las mejores mentes del circuito, y esto no es negociable —concluyó Drew con firmeza.

El rector sopesГі atentamente los argumentos de Drew, y finalmente convino que para ganar dinero con el dispositivo era necesario saber cГіmo funcionaba y por quГ© funcionaba.

—De acuerdo, Drew, me has convencido. Hagamos lo siguiente: seleccionemos un grupo reducido de científicos de quien podamos fiarnos, acordamos con ellos una compensación adecuada, compartimos la información e intentamos llegar lo más rápidamente posible a la definición de la teoría de la que hablas. Cuando tengamos la teoría y los aparatos funcionando como queremos, solo entonces, haremos público el descubrimiento. Hasta ese momento no podréis hablar de ello con nadie sin mi autorización.

Drew no estaba satisfecho. Era un idealista y no podГ­a concebir que todo se redujese a una cuestiГіn de vil dinero.

—Pero el progreso, la ciencia... —inició con tono amargo, pero McKintock lo interrumpió.

—El mundo progresará y la ciencia se enriquecerá con vuestro descubrimiento, pero no veo nada malo en que contribuya también a aumentar los ingresos de esta universidad. Necesitamos dinero de verdad, Drew, y créeme cuando te digo que tengo que atrapar al vuelo todo lo que sea para conseguir unos céntimos más. Bueno, estamos de acuerdo —estableció por su cuenta—, prepara la lista de los científicos con los que quieres hablar y tráemela. Empezaremos inmediatamente.

Drew capitulГі, desmoralizado.

—Bien —replicó con tono apagado—, nos vemos esta tarde.

Se levantГі y, seguido por Marlon, que no habГ­a dicho ni una palabra durante todo el encuentro, saliГі del despacho.

El aire fresco de marzo entrГі en sus pulmones, vivificante, y eliminГі la sensaciГіn de opresiГіn que sentГ­an. El cielo azul presentaba algunas estrГ­as de cirros blancos. El sol brillaba con fuerza.

Marlon intervino:

—Ha sido difícil, ¿eh?

Drew no respondiГі.

El Nobel tendrГ­a que esperar.

CapГ­tulo V



—¡Oooah!

Era de noche y Marlon estaba haciendo el amor salvajemente con Charlene Bonneville, su novia. Llevaban mГЎs de una hora con el asunto, y durante todo ese tiempo habГ­an hecho tanto ruido que el gran final no pasГі desapercibido. Desde las habitaciones adyacentes llegaron reacciones de distintos tipos.

—¡Basta! ¡No lo soportamos más! ¡Queremos dormir!

—¡Vamos, Charl! ¡Que vean de qué estamos hechos nosotros, los psicólogos!

—Esa mulatita te pone a cien, ¿eh?

—¡Si te atrapo mañana te rompo las piernas!

Pero Marlon ya no sentГ­a nada. DespuГ©s de su actuaciГіn se habГ­a derrumbado al lado de Charlene, boca arriba, y se habГ­a dormido inmediatamente, empapado en sudor, y en estado catalГ©ptico. Ciertamente, esa era la condiciГіn a la que estaba abonado esos dГ­as. TodavГ­a llevaba el preservativo, y la chica se rio al ver lo ridГ­culo que resultaba Marlon en esa situaciГіn. Su participaciГіn en el acto sexual habГ­a sido portentosa, como siempre, de hecho, a ella tambiГ©n le gustaba hacer el amor intensamente, usando todo su cuerpo y realizando una actividad fГ­sica notable, pero, como muchas otras mujeres, mantenГ­a el control de la situaciГіn. Su mente estaba siempre despierta y atenta a cГіmo se desarrollaban las cosas. Valoraba y juzgaba, y memorizaba para el futuro.

Marlon, por el contrario, se dejaba llevar completamente por los instintos primarios, se volvГ­a un animal gobernado por las hormonas y se comportaba como tal. El final de sus coitos era a menudo pirotГ©cnico, pero aquella noche habГ­a llegado a un paroxismo superior a todas las otras veces.

Charlene fue al baГ±o para darse una ducha, pensativa.

El tan vituperado instinto femenino es una realidad; de hecho, ella sentГ­a que habГ­a algo nuevo en su novio. A lo mejor se sentГ­a mГЎs atraГ­do por ella, pero no le parecГ­a probable, porque Marlon estaba tan enamorado de ella que una atracciГіn mayor no habrГ­a sido posible.

El agua caliente se deslizaba agradablemente por su cuerpo, la masajeaba generosamente y la relajaba, despuГ©s de tanta actividad.

«No, es otra cosa», pensó Charlene, «más de una vez parecía que estuviese a punto de decirme algo, esta noche, pero siempre se ha retenido. Quién sabe por qué».

CerrГі el grifo de la ducha y se envolviГі en un albornoz amarillo, suave y esponjoso.

Se secГі vigorosamente, frotando con energГ­a todo el cuerpo, y dejando que el tejido absorbiera el agua del pelo, y luego encendiГі el secador.

В«No deberГ­a ser difГ­cil de descubrirВ», concluyГі con una sonrisa maliciosa.

CapГ­tulo VI



Esa misma tarde, el rector McKintock habГ­a acabado la enГ©sima jornada de trabajo en la Universidad. HabГ­a sido un dГ­a duro, como siempre. Gobernar una estructura mastodГіntica como aquella era una tarea extremadamente compleja y tambiГ©n ingrata, ya que las decisiones que tomaba en beneficio de alguien descontentaban a otro, y, con un orgГЎnico de mГЎs de diez mil docentes, la estadГ­stica funcionaba de modo preciso e inexorable: cualquier cosa que hiciese estaba destinada a proporcionarle cada dГ­a un nuevo enemigo. Un enemigo que Г©l intentarГ­a reconquistar mГЎs tarde, aceptando quizГЎ alguna mociГіn sin cavilar demasiado; algo que le habrГ­a procurado nuevos enemigos en algГєn otro departamento.

Y bien, ese era su trabajo, y su destino. Amado, respetado, y al mismo tiempo odiado y despreciado. E incluso por las mismas personas con algunas semanas de diferencia.

Si al menos hubiera podido tener un enemigo bien identificado, sabrГ­a de quiГ©n protegerse. Al contrario, mientras andaba por los caminos que ya verdeaban y que comunicaban los distintos edificios del complejo universitario, o mientras atravesaba un despacho lleno de empleados, o incluso pasando por los pasillos entre las aulas, le parecГ­a caminar por un sendero controlado por francotiradores, dispuestos a dispararle al primer falso movimiento. El profesor que hoy le saludaba sonriente podГ­a ser el mismo que en un mes o dos le faltarГ­a al respeto y lo ridiculizarГ­a con sus compaГ±eros.

Era una vida difГ­cil, pero es la que Г©l habГ­a escogido, y para la cual habГ­a sido elegido, hace ocho aГ±os. La recompensa era, ademГЎs, grande. Gobernaba la Universidad mГЎs importante del paГ­s y esto le daba un prestigio inmenso, una afirmaciГіn personal que pocos podГ­an sentir, y que muchos le envidiaban.

Y por eso estaba solo.

Solo como un perro callejero. Desde lo alto de su gran poder, la distancia con las personas que lo rodeaban era tal que las relaciones humanas eran imposibles.

Su mujer se habГ­a ido hacГ­a ya muchos aГ±os, desechГЎndolo como a un organismo defectuoso que solo funcionaba en el ГЎmbito profesional, alimentado por la presunciГіn y la satisfacciГіn de sГ­ mismo, mientras en casa, como marido, era totalmente inГєtil e incapaz. No sabГ­a comprenderla, no sabГ­a ni siquiera cГіmo razonaba una mujer, siempre concentrado en su promociГіn a puestos mГЎs importantes y prestigiosos, pero al mismo tiempo ГЎridos y disociados de los sentimientos. No tenГ­an hijos, asГ­ que cuando ella se cansГі de vivir como una mera conocida con privilegios cambiГі su direcciГіn e hizo llevar la causa del divorcio por una amiga suya que era abogado. No habГ­an vuelto a hablar.

Al principio McKintock no se dio cuenta realmente de lo que habГ­a ocurrido. No pasaba mucho tiempo en casa, y, cuando estaba, no era lo que se dice propenso a las relaciones familiares. El estrГ©s del trabajo lo descargaba en esos momentos, y tener a su mujer a su alrededor le fastidiaba bastante. PreferГ­a estar aislado, en el jardГ­n o en la biblioteca.

Sin embargo, una semana despuГ©s de que ella se hubiera ido, McKintock encontrГі a la chica de la limpieza poniendo unas maletas al lado de la puerta. Preguntada sobre ello, ella habГ­a adoptado un aire avergonzado y le habГ­a informado de que su esposa habГ­a dispuesto el envГ­o de sus objetos personales a su nueva direcciГіn.

Como despertГЎndose de un sueГ±o que se tiene con los ojos abiertos, Г©l mirГі a su alrededor, buscando instintivamente a su mujer, y solo entonces asumiГі la situaciГіn real.

Se cerrГі en sГ­ mismo, dominado por el sentimiento de culpa, pero al mismo tiempo incapaz de superar la barrera que Г©l mismo habГ­a creado durante tantos aГ±os de vida conyugal estГ©ril.

Y comenzГі su vida de hombre solitario. Solamente un poco mГЎs solo de lo que lo habГ­a estado antes.

Hasta que conociГі a Cynthia.

Alrededor de un aГ±o antes habГ­a decidido pasar una semana de vacaciones atendiendo una conferencia en Birmingham, de tres dГ­as, por lo que tuvo que ir a un hotel.

Una noche estaba en el bar, despuГ©s de un dГ­a escuchando a unos iluminados de la mitologГ­a griega que debatГ­an animadamente sobre las distintas traducciones posibles de las inscripciones en la tapa de una urna desenterrada recientemente en Corinto.

Eso le habГ­a dado de comer, eso, la materia en la que Г©l era un experto y de la que Г©l habГ­a hecho su propia especialidad, enseГ±ГЎndola durante aГ±os y aГ±os, anteponiГ©ndola a importantes programas de investigaciГіn y colaborando como consultor con las mayores instituciones mundiales dedicadas a la conservaciГіn de la cultura clГЎsica.

Todo esto hasta que la carga de ser rector lo proyectГі en una nueva direcciГіn, muy organizativa y muy poco cultural, aunque con la halagГјeГ±a contrapartida del poder. Desde entonces se contentaba con seguir los proyectos de los demГЎs, consultar las publicaciones nuevas sobre el tema y participar en seminarios cuando podГ­a.

Aquella noche no tenГ­a sueГ±o, y, sentado en la barra del bar del hotel, disfrutaba meditabundo un gГјisqui aГ±ejo de pura malta. Era el Гєnico cliente allГ­, a pesar de que no era demasiado tarde. El dependiente estaba dando brillo por tercera vez a los vasos de cristal. Las luces dГ©biles y el tinte de madera gastada que caracterizaba la decoraciГіn le transmitГ­an tranquilidad, y hacГ­an que se sintiera muy a gusto.

Iba a tomar otro sorbo de licor cuando, inesperada e invencible, la fragancia de un perfume increГ­blemente femenino lo envolviГі, cogiГ©ndole completamente al desprovisto y dejГЎndolo aturdido por un instante. Se quedГі paralizado, como si se hubiera vuelto de piedra, y el perfume lo sumergiГі del todo. A su izquierda habГ­a aparecido una mujer muy bien vestida, de maneras elegantes y seguras, que, de pie, algo alejada de la barra, hizo su pedido:

—Un jerez, por favor.

Su voz era cГЎlida, de contralto, perfectamente controlada, como de una persona acostumbrada a hablar en pГєblico, a un pГєblico culto y atento.

McKintock la mirГі por el rabillo del ojo, intentando no mostrar ningГєn interГ©s.

La mujer lo ignoraba completamente. Era de mediana estatura, de piel clara, y pelirroja, con el pelo recogido con una pinza de color de marfil. Su silueta tenГ­a proporciones muy femeninas.

Llevaba un traje escocГ©s de exquisita factura, con la falda adherente hasta las rodillas, perfecta, los zapatos de charol marrГіn oscuro, con tacГіn alto y sutil, las medias negras. La chaqueta cubrГ­a una camiseta blanca con un escote evidente pero comedido. En la solapa un broche dorado en forma de В«CВ» destacaba con sutileza. Llevaba un collar de oro finamente trabajado, y unos pendientes con un generoso brillante iluminaban con mil luces los lГіbulos de sus orejas.

Su expresiГіn era amable, y su cara era de rasgos delicados, pero bien definidos. Sus ojos, de color verde claro, acompaГ±aban la nariz bien proporcionada y levemente aguileГ±a. Los labios sutiles, pero no demasiado, estaban a tono con el mentГіn, apenas marcado.

Maquillaje ligero de color pastel. Solo alguna sombra sutilГ­sima de arrugas en la frente y en las mejillas de la mujer, seguramente cercana a los cincuenta aГ±os.

El dependiente le sirviГі el jerez, posando la copa en la barra del bar sin hacer el mГ­nimo ruido, y desapareciГі en el local de servicio detrГЎs de la vitrina del bar.

La mujer alargГі la mano derecha, con dedos largos y finos y con una manicura exquisita, las uГ±as esmaltadas de madreperla, y cogiГі delicadamente el vaso. Mientras lo levantaba, McKintock no pudo retenerse, quizГЎ embriagado por ese perfume y esa visiГіn, y levantГі tambiГ©n su vaso, diciendo con voz mesurada:

—¡Salud!

Ella girГі levemente la cabeza en su direcciГіn, y al mismo tiempo inclinГЎndola hacia delante. EsbozГі una leve sonrisa y respondiГі sin inflexiones de la voz:

—Salud.

DespuГ©s volviГі a mirar delante de ella y bebiГі un pequeГ±o sorbo de su licor, mientras McKintock se tragaba de una sola vez todo lo que le quedaba del suyo.

Y se quedГі asГ­, con el vaso vacГ­o en la mano, dГЎndose cuenta solamente entonces de que se habГ­a bebido tres cuartos de su contenido de un solo trago. El gГјisqui lo estaba inundando de un calor agradable, y el perfume de la mujer lo embriagaba y despertaba en Г©l sensaciones olvidadas mucho tiempo atrГЎs. Y, sobre todo, ella estaba allГ­, a un metro de distancia, increГ­blemente atractiva y perfecta, aquella que podrГ­a haber sido su mujer ideal, si alguna vez Г©l hubiera pensado que habГ­a un tal prototipo.

Sin ni siquiera darse cuenta de lo que hacГ­a, dejГі el vaso, bajГі del taburete y dio un paso hacia la mujer, la sonriГі y tendiГі amigablemente su mano, diciendo tГ­midamente:

—¿Me permite? Soy Lachlan McKintock.

Ella posГі su copa, se girГі hacia Г©l y le dio la mano con elegancia.

—Cynthia Farnham, es un placer.

—Cynthia... —McKintock se quedó atónito. Después siguió, con voz baja y tranquila—: Es uno de los apodos de la diosa Artemisa, hija de Zeus y de Leto, hermana gemela de Apolo. Nació en la isla de Delos, en la cima del monte Kynthos, del que deriva el nombre Cynthia. Diosa de la luna, era extremadamente bella y fue una de las divinidades más amadas de la Antigua Grecia. Y... —dejó de hablar, incierto.

Mientras Г©l hablaba, Cynthia habГ­a empezado a sonreГ­r, complacida.

—¿Y...? —le urgió inclinando la cabeza ligeramente hacia la izquierda.

Ahora ya McKintock no podГ­a echarse atrГЎs. La suerte estaba echada.

—... espero no tener el mismo final que Acteón. Era un príncipe de Tebas que, cuando fue a cazar, descubrió a Artemisa mientras ella se daba un baño, desnuda. Se escondió y se quedó observándola, pero estaba tan fascinado que, sin darse cuenta, pisó una rama. El ruido lo descubrió, y Artemisa se sintió tan ultrajada por la mirada fija de Acteón que le lanzó agua mágica y lo transformó en un ciervo. Sus perros creyeron que era una presa y lo hicieron pedazos, matándolo. —Hizo una pausa, vacilante, y luego repitió—: Espero no tener el mismo final que Acteón...

Ella rio, divertida.

—No veo perros por aquí.

McKintock respirГі, aliviado, y rio a su vez, despuГ©s, retomГі la palabra en un tono confidencial:

—Uf, por esta vez estoy a salvo. Discúlpeme si la he molestado —dijo, y volvió a su taburete.

—No hay de qué excusarse. A mí también me gusta charlar relajadamente, después del día que he tenido. ¿Lachlan, ha dicho? ¿Cuál es su origen?

McKintock se relajГі.

—Es un nombre gaélico, y parece que significa «proveniente del lago», o, a lo mejor, «guerrero belicoso».

—Prefiero la primera acepción. ¿Qué opina usted?

—Ciertamente. Estoy de acuerdo. —McKintock se sentía realmente a gusto hablando con Cynthia. Era agradable conversar con ella, y tanto o más encontrar inmediatamente puntos en común. ¡Hacía mucho tiempo que sus relaciones con los demás consistían únicamente en silencios estresantes, decisiones amargas y pomposos discursos públicos!

McKintock propuso a la mujer:

—¿Qué le parece si nos sentamos? —Sugirió, señalando un agradable espacio anexionado al bar, con mesas bajas y cómodos sillones.

Ella mirГі el reloj y estimГі la propuesta durante un momento, cosa que angustiГі a McKintock, hasta que dijo:

—Claro, todavía es pronto.

CogiГі su copa y se dirigiГі, junto con Г©l, hacia el salГіn. Se instalaron uno enfrente del otro, con una mesa baja entre los dos.

Ella bebiГі un sorbo de jerez; McKintock, que no tenГ­a ya nada que beber, se girГі hacia la barra del bar e hizo un gesto al dependiente, que acababa de volver. El camarero llegГі rГЎpidamente y McKintock se dirigiГі de nuevo a Cynthia:

—¿Puedo permitirme invitarle a algo? ¿Le apetece picar algo, salado o dulce? ¿Un helado?

Ella reflexionГі y luego se decidiГі:

—¿Por qué no? Algo salado, gracias.

McKintock pidiГі una tГіnica, y el camarero se fue a preparar todo.

Cynthia cruzГі las piernas y asumiГі una pose poco espontГЎnea.

—¿A qué se debe su presencia en Birmingham? —le preguntó.

—He venido por la conferencia sobre la mitología griega. Soy profesor de Letras Clásicas y quiero mantenerme al día.

—Ah, entiendo. Por eso sabía todo de Artemisa. Pero... —añadió con algo de malicia— ¿y si le hubiese mandado un cerdo salvaje?

Eso fulminГі a McKintock. Se puso rojo hasta la punta del pelo, sintiГ©ndose un perfecto imbГ©cil. Cynthia sabГ­a todo de Artemisa, ВЎtodo! HabГ­a estado jugando con Г©l hasta ese momento, y Г©l no se habГ­a dado cuenta.

—Habría acabado como Adonis, muerto por el cerdo salvaje que le envió Artemisa —constató, avergonzado. Después tuvo una idea.

—Pero era lógico: ¿quién mejor que la diosa en persona podría conocer sus propias leyendas?

Cynthia sonriГі, halagada.

—Esta vez seré magnánima Sobre todo porque esta diosa se ocupa de inversiones, más que de culebrones del Olimpo.

McKintock sonriГі ahora, y se sintiГі feliz de haberla conocido. Era una mujer culta e inteligente, increГ­blemente fascinante.

El camarero trajo las cosas. Como Cynthia habГ­a acabado su jerez entre tanto, McKintock la mirГі interrogativo, y ella pidiГі:

—Una tónica para mí también, por favor.

Comenzaron a picotear los aperitivos, que eran muy diversos y sabrosos. Por algГєn momento estuvieron en silencio, hasta que McKintock le preguntГі:

—¿Así que inversiones? Interesante. Debe ser un trabajo de gran responsabilidad.

—Efectivamente —confirmó ella—. Hay que considerar que quien decide investir espera tener beneficios, o al menos conservar el capital investido, en el peor de los casos. Eso depende del perfil de riesgo del inversor. Cuanto más alto es el riesgo, y entonces hablamos de invertir mayoritariamente en acciones, mayores pueden ser los beneficios, con la condición de que la inversión sea a un plazo de, por lo menos, cinco años. Este período es suficientemente largo para permitir que las acciones aumenten de valor en el tiempo, aunque estén sometidas a fuertes variaciones a corto plazo ligadas a los altibajos del mercado. Lo que cuenta es la tendencia, en este caso, porque si las acciones son de las llamadas sanas, su valor aumentará irremediablemente, excepto en caso de guerras, revoluciones, o perturbaciones a nivel nacional o mundial. Si el inversor está razonablemente seguro de no necesitar el dinero invertido, al menos por la duración mínima necesaria para este tipo de operaciones, es muy probable que después de algunos años se encuentre con unos beneficios significativos. Cierto, nadie conoce el futuro, por lo que el riesgo de perder dinero existe, es real, pero la economía presenta ciertos movimientos cíclicos que permiten hacer previsiones razonables e invertir en consecuencia.

Mientras tanto el camarero habГ­a llevado la tГіnica para Cynthia, que bebiГі un sorbo y continuГі:

—El extremo opuesto es el riesgo bajo, es decir, la inversión en valores de renta fija. En ese caso, el horizonte temporal es mucho más breve; puede ser incluso menor de un año. Estos valores, de hecho, dan un rendimiento bajo pero seguro, por lo que son aconsejables para quienes no quieren arriesgar nada, se contentan con pocos beneficios y saben que tendrán el capital disponible cuando lo necesiten.

Entre los dos extremos estГЎn las inversiones mixtas, en las que se elige invertir una parte del capital en acciones y una parte en valores fijos, en proporciones variables segГєn la disposiciГіn al riesgo. De este modo es razonable esperar que, si una parte de la inversiГіn no va bien durante un cierto periodo, la otra sГ­ lo haga, lo cual deja al inversor mГЎs tranquilo. Mi trabajo es guiar al inversor para que elija la forma mГЎs apropiada para Г©l. Como es el dinero del cliente lo que se arriesga en la operaciГіn hay mucha competencia, y hacen falta mucha conciencia y mucho sentido de la responsabilidad al aconsejar un tipo de inversiГіn u otro. El error no estГЎ permitido. O mejor, no se pueden cometer dos errores, porque despuГ©s del primero debemos cambiar de trabajo.

TomГі otro sorbo de tГіnica y le mirГі:

—Le estoy aburriendo, ¿verdad?

McKintock la escuchaba fascinado durante todo este tiempo. Esa voz cГЎlida que exponГ­a con tanto dominio conceptos ГЎridos como los de las finanzas, esos ojos verdes que miraban lejos mientras hablaba, lo habГ­an hechizado completamente.

—No, para nada —respondió convencido—. Es un tema muy interesante. He hecho algunas inversiones, como muchos, pero debo reconocer que no he conocido a nadie que me hablara de ello como usted lo acaba de hacer.

Ella cogiГі una galleta salada y le preguntГі alegremente:

—¿Y cómo van sus inversiones? —comenzando a mordisquear la galleta; con pimiento y anchoas, muy rica.

McKintock bebiГі algo de tГіnica mientras reflexionaba y respondiГі:

—A decir verdad, no lo sé. Ahora que lo pienso, hace mucho que no me ocupo de ello. Quién sabe cómo va mi dinero. Intentaré controlarlo un día de estos.

Ya..., un dГ­a de estos. Como para muchas otras cosas, ese dГ­a no llegarГ­a nunca, ocupado como estaba con su trabajo y distanciado, inconscientemente, de todo lo que no tenГ­a nada que ver con la universidad. De repente se dio cuenta de que habГ­a dejado demasiadas cosas por su cuenta, sin su control. Las amistades, las inversiones, su soledad.

La soledad.

SintiГі, hasta lo mГЎs profundo de su alma, lo solo que estaba. Y desde cuГЎnto tiempo lo estaba.

En ese momento McKintock se vio a sГ­ mismo. Vio en lo que se habГ­a convertido. Un personaje potente y prestigioso de cara al mundo.

Y un miserable en el ГЎmbito personal.

La mirГі fijamente a los ojos.

—Me preguntaba... —empezó dubitativo— me preguntaba si... —se interrumpió de nuevo—, me preguntaba si podría ser tan amable de ocuparse de mis inversiones —concluyó casi susurrando.

Cynthia lo mirГі, asimismo, y mientras Г©l hablaba, leyГі en sus ojos lo que llevaba dentro. LeyГі la soledad, y la estatura de la persona.

No lo dudГі ni un segundo.

—No me apetece dormir sola esta noche.

Lo dijo con tal naturalidad que McKintock no se dio cuenta del significado real de sus palabras.

Solo tras algunos instantes lo comprendiГі, y una fortГ­sima emociГіn se apoderГі de Г©l. Se le humedecieron los ojos, y con los labios temblando alargГі una mano para tomar delicadamente la de ella, que le sonriГі con naturalidad.

Cogieron sus vasos y se dirigieron al ascensor, cogidos de la mano.

El camarero los vio marcharse.

В«Guau, quГ© velocidadВ», pensГі.

MirГі con perplejidad el plato que estaba sobre la mesa.

«¿Habrán sido los aperitivos?».



La habitaciГіn de Cynthia era muy similar a la suya, amplia, con cama de matrimonio, un armario grande, un escritorio cГіmodo y sillones para relajarse. La televisiГіn vГ­a satГ©lite y el bar eran accesorios suficientes para el ocupante. La decoraciГіn era cuidada, como correspondГ­a a un hotel de mГЎxima categorГ­a como aquel. Los cuadros en las paredes representaban paisajes de Yorkshire, con pГЎramos verdes poblados de brezo continuamente agitados por el viento.

El baГ±o era muy acogedor, con los sanitarios novГ­simos y perfectamente higienizados. La ducha lujosa con cabina de cristal invitaba a usarla, y Cynthia empezГі a prepararse enseguida. Se quitГі la pinza del pelo para liberarlo, moviendo la cabeza a izquierda y derecha para desenredarlo. Le llegaba a los hombros, y revelaba un sofisticado corte escalonado. Se quitГі la chaqueta y la colocГі cuidadosamente en la percha. No se quitГі los elegantes zapatos. AГєn no. Cuando bajГі la cremallera de la falda McKintock se sintiГі desvanecer, y para esconder su reacciГіn le preguntГі si podГ­a ir a su habitaciГіn a coger sus efectos personales.

En cuanto saliГі de la puerta, con la frente empapada en sudor y el corazГіn batiendo salvajemente, se preguntГі si no estaba cometiendo una locura. Mientras avanzaba por el pasillo con paso mecГЎnico y cogГ­a el ascensor para bajar al primer piso, donde estaba su habitaciГіn, se acordГі de que ya no estaba casado. Estaba divorciado desde hacГ­a aГ±os, y debГ­a considerarse un hombre libre para poder buscar otras oportunidades. MetiГі rГЎpidamente en la maleta una muda, un traje planchado y los accesorios para la higiene personal, luego cerrГі la puerta y se dirigiГі tranquilo hacia el segundo piso, habitaciГіn 216.

LlamГі, pero no hubo respuesta. MoviГі la manija y vio que Cynthia habГ­a dejado la puerta abierta para Г©l. No era un sueГ±o, entonces, lo que estaba viviendo.

EntrГі y sintiГі el sonido del agua de la ducha. DejГі la maleta al lado del armario y vio que la puerta del baГ±o estaba abierta.

Y a travГ©s de ella vio a Cynthia.

Dentro de la cabina de cristal, bajo el masaje tranquilo del agua calentГ­sima, se pasaba una esponja llena de espuma por el pecho, bajo los senos generosos, por el estГіmago y por el abdomen. Estaba girada tres cuartos respecto a la puerta, con la pierna izquierda ligeramente desviada de la rodilla para abajo. Ella lo vio y no se moviГі ni un milГ­metro. Le sonriГі y empezГі a enjabonarse los brazos, las axilas, los lados.

McKintock habrГ­a querido encontrar la fuerza para separarse de aquella visiГіn, al menos por una cuestiГіn de respeto, pero no fue asГ­.

Era bellГ­sima. Maravillosa.

PermaneciГі como encantado, observando ese cuerpo magnГ­fico, lleno e increГ­blemente sensual.

Ella empezГі a pasar la esponja por las ingles, lentamente, metГіdicamente, y a echar para atrГЎs la cabeza rГ­tmicamente.

La mirada de McKintock siguiГі los movimientos irresistibles de la esponja, con los ojos fuera de las Гіrbitas, incapaz de moverse.

Hasta que se dio cuenta de que ella lo estaba mirando, sonriente y burlona.

Cynthia llenГі de agua el tapГіn del gel de ducha y se lo lanzГі por del techo abierto de la ducha.

McKintock se despertГі de golpe, como tocado por una descarga elГ©ctrica, y enrojeciГі completamente de la vergГјenza. ComprendiГі cГіmo debiГі sentirse el pobre ActeГіn de la leyenda. ВЎOh, Artemisa! ВїCuГЎntos hombres has destruido con tu belleza? Ahora yo tambiГ©n me he mojado con el agua mГЎgica: Вїme transformarГ© en ciervo?

Cynthia echГі una carcajada y se pasГі la esponja rГЎpidamente por la espalda, los glГєteos y las piernas, luego se enjuagГі abundantemente girando bajo la ducha y pasГЎndose los dedos entre los cabellos para eliminar todo el champГє. CerrГі el grifo y dejГі que el agua resbalase por su cuerpo, se cepillГі el pelo y finalmente abriГі lentamente la cabina, saliГі y se puso de espaldas para ponerse el albornoz que McKintock sujetaba para ella.

Se lo puso y se dio la vuelta. La sintiГі cГЎlida, perfumada de gel de ducha de lavanda, con el pelo mojado y la piel congestionada por el agua calentГ­sima. Terriblemente deseable.

Se moviГі para salir del bajo; McKintock no consiguiГі resistir y le apoyГі las manos en los hombros, plantГЎndose de frente a ella sin saber bien quГ© hacer. Cynthia lo mirГі con cara de reproche:

—¡La ducha!

Г‰l soltГі su presa y la dejГі pasar, descorazonado.

Cynthia saliГі del baГ±o, se atГі el cinturГіn del albornoz y cogiГі el secador de su maleta, despuГ©s volviГі a entrar y empezГі a secarse el pelo delante del espejo parcialmente empaГ±ado.

McKintock saliГі entonces y se desnudГі, dejando su ropa en un espacio libre del armario, y las gafas en el escritorio. PreparГі un pijama en el lado izquierdo de la cama.

Con cincuenta y ocho aГ±os cumplidos estaba bastante en forma. Como buen escocГ©s comГ­a poco, ademГЎs le gustaba caminar rГЎpidamente durante largos periodos, sobre todo dentro de la estructura universitaria. Usaba el coche solo cuando era indispensable, y esto le habГ­a ayudado a mantener un buen tipo. Solo un ligero esbozo de grasa en aquel hombre magro de mediana estatura, con el pelo gris y la mirada penetrante, de ojos castaГ±os.

EntrГі en la ducha con una toalla alrededor de la cintura, y cuando la quitГі y abriГі el agua permaneciГі girando hacia la pared.

Cynthia no se dignГі a mirarlo durante todo el tiempo. SiguiГі usando el secador con mano segura, con un resultado final envidiable. A pesar de la edad, su pelo era voluminoso y brillante. El tinte reproducГ­a fielmente el que habГ­a sido su color original, solo parcialmente manchado de blanco si el rojo oscuro artificial no lo hubiese cubierto perfectamente, y sin dejar ver ni un milГ­metro de raГ­ces.

VolviГі a llevar el secador a la habitaciГіn. McKintock todavГ­a se estaba duchando.

Se quitГі el albornoz, cogiГі el perfume del neceser y disparГі el aerosol repetidamente a su alrededor, creando una nube. Se introdujo en la nube y dio vueltas durante unos segundos, dejando que su cuerpo desnudo absorbiese aquella fragancia, despuГ©s se puso un camisГіn de seda brillante de un ligero verde azulado que le llegaba hasta el muslo, sin ropa interior. Se sentГі en un sillГіn, medio tumbada en una pose lГЎnguida.

TenГ­a los brazos apoyados relajadamente sobre los reposabrazos, la cabeza apoyada en el respaldo e inclinada a la izquierda, la pierna derecha en ГЎngulo recto y con el pie desnudo sobre la moqueta, con la pierna izquierda estirada hacia delante.

Las suaves temperaturas templaban agradablemente el ambiente de aquella noche de primavera.

Cynthia cerrГі los ojos, dejГЎndose llevar por esa sensaciГіn dulce.

DespuГ©s de un minuto McKintock saliГі del baГ±o con el albornoz puesto y se dirigiГі hacia donde habГ­a dejado su pijama, pero durante el recorrido pasГі por delante de Cynthia. La vio en el sillГіn, etГ©rea como una ninfa, rosa como una flor maravillosamente nueva, y sintiГі su perfume mГЎgico. Una descarga de adrenalina recorriГі su cuerpo de los pies a la cabeza, y cayГі de rodillas delante de ella. PosГі sus dedos sobre su muslo derecho, delicadamente, apenas rozГЎndola. La piel era extremadamente suave, cГЎlida e hidratada. RecorriГі unos centГ­metros con sus dedos, en direcciГіn al tobillo, y despuГ©s besГі dulcemente la rodilla redondeada. Con la otra mano acariciГі el exterior del muslo derecho, y despuГ©s moviГі la mano hacia el interior, besando primero un muslo y luego el otro. La seda del camisГіn resbalaba hacia arriba a medida que Г©l avanzaba, hasta que la ingle quedГі al descubierto. McKintock se encontrГі delante del pubis, cuyo pelo estaba cortado en forma de rectГЎngulo formado con precisiГіn geomГ©trica, con el borde superior un centГ­metro por encima de la vulva y los lados verticales a dos centГ­metros de los labios mayores. BesГі la cavidad de la ingle izquierda, y fue avanzando a lo largo de la semicircunferencia por encima del monte de Venus, besando cada tres centГ­metros hasta llegar a la ingle derecha. ApoyГі ardientemente los labios sobre el clГ­toris, dudГі, luego se limitГі a besarlo, con sus labios ahora secos. La besГі sobre el vientre, liso y tГіnico, y alrededor del ombligo, y despuГ©s besГі tambiГ©n este. ColocГі sus manos sobre las costillas, le besГі el estГіmago, luego el seno izquierdo, cГЎlido y pleno, y pasГі al derecho, frotando voluptuosamente la boca y la nariz.

En ese momento Cynthia abriГі los ojos de golpe y con la mano derecha le aferrГі el pene, y sujetГЎndolo como se sujeta una linterna, le hizo ponerse de pie, se levantГі del sillГіn y maniobrando el pene como una palanca de mando hizo que McKintock se tumbara en la cama de travГ©s, con las piernas hacia abajo. Se quitГі el camisГіn y se sentГі a horcajadas encima de Г©l, con el busto erecto, y con la mano izquierda manipulГі sus labios grandes para facilitar la entrada del pene en su vagina, luego rodeГі su cuello con sus dedos y empezГі a moverse rГ­tmicamente arriba y abajo. Cuando llegaba abajo del todo giraba el vientre hacia delante para frotar con el clГ­toris la piel de Г©l. El ritmo era perfecto y regular, con el descenso mГЎs lento e intenso que el ascenso.

McKintock estaba como en un trance, y con las manos apoyadas en las rodillas de Cynthia la miraba con adoraciГіn extasiada. Ella se movГ­a con una gracia y un dominio de sГ­ misma tales que parecГ­a una criatura divina. Mientras la acariciaba toda entera con la mirada, notГі bajo las axilas dos cicatrices sutiles en forma semicircular, de forma idГ©ntica. Al principio no comprendiГі, luego se acordГі de que un cirujano amigo suyo le habГ­a contado que uno de los sistemas usados para implantar prГіtesis de silicona en el pecho era practicar un corte justo por debajo de la axila, para esconder la cicatriz. AsГ­ que ese era el secreto de esos senos tan llenos y sensuales. McKintock no se sintiГі decepcionado. Al contrario.

«¡Qué más da!», pensó. Si ese era el resultado, era feliz de estar disfrutándolo.

Esos senos danzaban delante de sus ojos, mientras Cynthia se movía arriba y abajo con la mirada ausente y la boca abierta. Un gemido nasal bajo acompañaba el final de cada bajada, hasta que empezó a acelerar el ritmo, más rápido y más rápido, más rápido y más rápido, dando cada vez más fuertes golpes contra él, con el gemido que se había convertido en un «¡oooh!» gutural con cada golpe. Cuando los golpes alcanzaron una furia salvaje, con el cuerpo de Cynthia tenso hasta el espasmo y cubierto de sudor, ella separó sus manos del cuello de él y lanzó un grito agudísimo, estridente y prolongado, mientras su cuerpo se estiraba y se contraía rítmicamente por el orgasmo, e iba perdiendo la coordinación

McKintock habГ­a asistido incrГ©dulo a aquella exhibiciГіn. Nunca en su vida habГ­a visto algo asГ­. Ni siquiera sabГ­a que una mujer pudiese ser capaz de todo eso.

Cynthia se calmГі, el orgasmo terminГі y su respiraciГіn volviГі a ser regular. Lo mirГі a la cara, con los ojos que lanzaban rayos y dejГі caer un golpe violentГ­simo en la mejilla izquierda.

—¡Imbécil! —exclamó, luego se separó de él y se dejó caer de espaldas en la cama, durmiéndose inmediatamente.

McKintock no moviГі un mГєsculo y se quedГі mirando el techo, humillado, con la mejilla que ardГ­a como un carbГіn ardiente.

HabГ­a eyaculado en cuanto Cynthia habГ­a comenzado a moverse mГЎs rГЎpido.



En medio de la noche.

Cynthia tenГ­a el sueГ±o ligero y se despertГі inmediatamente, cuando su cerebro percibiГі un cambio en el ruido de fondo. Hasta ahora la habitaciГіn habГ­a permanecido prГЎcticamente silenciosa, pero ahora una voz estaba murmurando algo.

Girando levemente la cabeza, Cynthia buscГі el origen de aquella voz y, en la luz que habГ­an dejado encendida, vio a McKintock hablando dormido. TodavГ­a estaba tumbado como ella lo habГ­a dejado, con solo el albornoz abierto, y su timbre de voz se volvГ­a mГЎs claro con cada palabra que pronunciaba:




Canto a Artemisa, la del arco de oro,

tumultuosa, virgen veneranda,

que hiere a los ciervos, que se huelga con las flechas,

hermana de Apolo, el de la espada de oro;

la cual, deleitГЎndose en la caza

por los umbrГ­os montes y las ventosas cumbres,

tiende su arco, todo Г©l de oro, y arroja dolorosas flechas.


Cynthia reconociГі enseguida el Himno de Omero nГєmero XXVII, titulado В«A ArtemisaВ», dedicado a esta diosa.

Lo conocГ­a muy bien porque, de todos los himnos que se habГ­an escrito en honor de Artemisa, ese era su preferido.

McKintock seguГ­a impertГ©rrito, como si estuviese repitiendo una lecciГіn:




Tiemblan las cumbres de las altas montaГ±as,

resuena horriblemente la umbrГ­a selva

con el bramido de las fieras

y se agitan la tierra y el mar abundante en peces;

y ella, con corazГіn esforzado,

va y viene por todas partes

destruyendo la progenie de las fieras.


De hecho, la actuaciГіn era intensa y expresiva, participativa. En la mente de McKintock aquel canto debГ­a estar impreso con toda la carga interpretativa que se le presuponГ­a, y que salГ­a durante su declamaciГіn inconsciente.




Mas cuando la que acecha las fieras se ha deleitado,

regocijando su mente,

desarma su arco

y se va a la gran casa

de su querido hermano Febo Apolo,

al rico pueblo de Delfos,

para disponer la bella danza

de las Musas y de las Gracias.


AquГ­ Cynthia empezГі a recitar en voz baja, siguiendo a McKintock.




AllГ­, despuГ©s de colgar el flexible arco y las flechas,

se pone al frente de los coros y los guГ­a,

llevando el cuerpo graciosamente adornado;

y aquellas, emitiendo su voz divina,

cantan a Leto, la de hermosos tobillos,

como infante que vino al mundo

superior a los demГЎs inmortales

por su inteligencia y por sus obras.

Salud,

hija de Zeus y de Leto, de hermosa cabellera;

mas ya me acordarГ© de ti

con otro canto


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El himno se acababa, glorioso y magnГ­fico, dejГЎndole una profunda satisfacciГіn.

Muchos aГ±os antes habГ­a buscado el origen de su nombre y se habГ­a imbuido en el mito de Artemisa; se habГ­a apasionado de tal forma que habГ­a aprendido todo sobre ella de memoria, y ahora se sentГ­a complacida de que McKintock la alabase incluso en el sueГ±o

Se irguiГі para sentarse en la cama, desnuda como estaba, y sonriГі con ternura maternal al hombre que dormГ­a. CogiГі la manta que estaba apoyada cerca de la almohada, la desdoblГі y la extendiГі delicadamente sobre el tronco y las piernas de McKintock, tapГЎndolo; despuГ©s se metiГі debajo de la manta, apagГі la luz y se girГі sobre el costado, durmiГ©ndose inmediatamente.



McKintock iba pensando en su primer encuentro mientras cerraba la puerta de su despacho esa noche.

Cynthia habГ­a cambiado su vida, y desde hacГ­a un aГ±o Г©l habГ­a empezado a sentirse un hombre mГЎs completo, mГЎs feliz. En promedio, iba una vez por semana a pasar la noche en su casa, en Liverpool, y cuando llegaba el dГ­a establecido, las tareas del dГ­a le eran menos pesadas, y conseguГ­a incluso tomar algunas cosas con filosofГ­a. De hecho, normalmente todos los problemas, pequeГ±os y grandes, eran para Г©l obstГЎculos igual de importantes que habГ­a que eliminar absolutamente lo mГЎs pronto posible, esforzГЎndose de tal manera que a veces resultaba obsesivo. Pero cuando sabГ­a que por la noche irГ­a a casa de Cynthia su visiГіn cambiaba, estaba mГЎs relajado, y los obstГЎculos menos difГ­ciles pasaban a un segundo plano, a veces incluso pasaban al dГ­a siguiente.

SaliГі del despacho y montГі en su coche. LlegГі a Oxford Road, que atravesaba el complejo universitario a lo largo, y se dirigiГі hacia el norte. TorciГі a la derecha en Booth Street East y un poco despuГ©s girГі a la izquierda en Upper Brook Street. Un poco mГЎs adelante girГі otra vez a la izquierda para subir por la rampa de acceso a la calle elevada Mancunian Way. El trГЎfico era moderado a aquella hora, y un calabobos ligero y persistente baГ±aba el parabrisas del coche; el limpiaparabrisas aseguraba una visibilidad perfecta.

Desde la Mancunian podГ­a ver algo de su Manchester, la ciudad en la que habГ­a nacido y que amaba mГЎs que ninguna otra. No podrГ­a distraerse demasiado, sin embargo, porque aquella carretera era conocida por la alta incidencia de accidentes.

El motor ya estaba suficientemente caliente y el climatizador empezГі a soplar aire caliente en el habitГЎculo.

La Mancunian pasГі a ser Dawson Street y desde allГ­ McKintock girГі a la izquierda en Regent Road. En la rotonda siguiГі derecho por la M604, que comenzaba en ese punto, y empezГі a relajarse.

EncendiГі la radio y puso el canal que daba las noticias a aquella hora.

В«... manifestaciones de los estudiantes en la plaza Tien An Men no dejan de disminuir. Este tercer dГ­a de protestas ha registrado numerosos enfrentamientos y cargas policiales. Varios estudiantes han sido arrestados, y los periodistas deben permanecer a una cierta distancia. Por ahora estГЎ prohibido hacer fotografГ­as o imГЎgenes de televisiГіn. La insistente demanda de democracia parece no poder hacer mella en el firme muro que opone el gobierno, y la represiГіn es por ahora la Гєnica respuesta a los desfiles pacГ­ficos en la plaza...В».

В«PobresВ», pensГі McKintock, В«lo estГЎn pasando realmente mal, ellos. QuerГ­an un poco de libertad y en su lugar les llueven palos. Y los soldados tienen que golpearlos, porque si no, no comen, y son ellos los que se llevan los palos, o peor aГєn. China estГЎ lejos de nosotros, en todos los sentidos...В».

En ese momento se acordГі del encuentro con Drew.

Ya, Drew, que, de punta en blanco habГ­a sacado de su sombrero aquel descubrimiento, junto con ese estudiante de color. ВїCГіmo se llamaba? No se acordaba. Las implicaciones, sin embargo, las recordaba, y bien. Si de verdad habГ­a una aplicaciГіn comercial para aquel fenГіmeno, serГ­a muy Гєtil en el ateneo. Desde que el gobierno de Howard habГ­a decidido recortar los fondos a la Universidad de Manchester para destinar una cantidad mayor a otros centros Г©l luchaba para mantener el ateneo al mismo nivel, pero era prГЎcticamente imposible. Cualquier actividad tenГ­a un coste, y si el coste no estaba cubierto la actividad no se podГ­a desarrollar. Sin discusiones. Sin peticiones. HabГ­a que renunciar. Y el orgullo del sistema universitario britГЎnico estaba deslizГЎndose hacia un segundo plano. Era algo inaudito, absurdo, y, sin embargo, estaba pasando.

В«Equidad e igualdadВ», habГ­a sido el lema de Howard, y lo estaba poniendo en prГЎctica demasiado bien, ese bastardo.

Las luces de Salford volaban a los lados de la carretera, mientras la lluvia fina se habГ­a reducido a un goteo esporГЎdico sobre el cristal.

Un trГЎfico discreto circulaba en direcciГіn opuesta. Eran los que volvГ­an a la ciudad despuГ©s de haber estado fuera por el trabajo.

A medida que Г©l avanzaba el nГєmero de coches iba disminuyendo progresivamente, y cuando llegГі a la altura de Alder Forest, y la M602 se convirtiГі en la M62, se encontrГі en campo abierto.

La idea de transportar paquetes con el sistema de Drew le habГ­a venido improvisadamente, quizГЎ estimulada por un documental sobre el comercio mundial que habГ­a visto hacГ­a unos dГ­as, en el que habГ­an mostrado lГ­neas de transporte para paquetes de varios tamaГ±os, siempre llenas y siempre en movimiento. Era impresionante ver cuГЎnta mercancГ­a era enviada por correo o por compaГ±Г­as de mensajerГ­a. Sin duda, el transporte de mercancГ­as era un enorme negocio, y poseer un mГ©todo totalmente innovador, inmediato, seguro y de bajo coste serГ­a ciertamente un golpe ganador. Sin concurrencia. La tecnologГ­a serГ­a Гєnicamente suya, y podrГ­an ganar todo lo que quisieran. Vistas las dimensiones del asunto, tenГ­a la sensaciГіn de que la universidad podrГ­a permanecer en el nivel en el que siempre habГ­a estado.

Cierto, cГіmo conciliar una gestiГіn puramente administrativa, como la de un ateneo, con una gestiГіn netamente comercial, como era la del transporte internacional, era una cuestiГіn que habГ­a que estudiar a fondo. TambiГ©n serГ­a necesario comprobar si la ley permitГ­a una combinaciГіn tal, incluso siendo por el bien de la universidad. HabrГ­a que consultar con expertos en el tema lo mГЎs pronto posible.

SintonizГі la radio en un canal de mГєsica clГЎsica y durante unos minutos estuvo escuchando a Bach. La В«Passacaglia en Do menorВ» era una obra excelsa, muy superior a la mucho mГЎs famosa В«Tocata y Fuga en re menorВ», y la escuchГі con gran placer.

Mientras tanto las pequeГ±as ciudades que atravesaba iluminaban brevemente el oscuro paisaje del Noroeste. McKintock solo identificГі alguna, absorto como estaba en escuchar la mГєsica: Risley, Westbrook, Rainhill.

Al acabarse la Passacaglia apagГі la radio, para mantener dentro de sГ­ la sensaciГіn de elevaciГіn que le transmitГ­a la obra. El placer sublime que experimentaba lo colocaba en un estado de gracia, y se sentГ­a pletГіrico. El cansancio del dГ­a era un recuerdo, y cuando, pasado Broadgreen, terminГі la autopista y empezГі a acercarse a Liverpool tras tomar la Edge Lane Drive, se sintiГі electrizado con la idea de ver a Cynthia, de pasar la velada y la noche con ella. Era una mujer excepcional. Le daba todo lo que un hombre puede desear. La necesitaba. La amaba con locura.

La querГ­a.

CapГ­tulo VII



Drew no podГ­a dormir.

La discusiГіn con McKintock lo habГ­a turbado mГЎs de lo que habrГ­a creГ­do. Pensaba ser suficientemente sГіlido como para no dejarse influenciar por las escaramuzas verbales, y ahora habГ­a que verlo ahГ­ tumbado en la cama mirando el techo, escuchando estoicamente el tictac estentГіreo del reloj, ese viejo despertador mecГЎnico al que estaba tan apegado. Г‰l, que se ocupaba fundamentalmente de fГ­sica teГіrica mediante excursiones sorprendentes con los mГ©todos matemГЎticos mГЎs abstractos y abstrusos con el fin de demostrar las leyes que gobiernan el universo ante sus estudiantes, tenГ­a encima de su mesilla un despertador de agujas y al que habГ­a que dar cuerda. El despertador constituГ­a un anclaje a las cosas simples, que funcionaban sin dificultad, y que funcionarГ­an siempre, gracias a una tecnologГ­a anticuada, quizГЎ, pero fГЎcilmente comprensible y reproducible, cosa que en su campo de estudio era totalmente impensable. Necesitaba un lugar seguro en el que refugiarse tras las jornadas vividas en medio de teorГ­as intangibles, y ese puerto era el despertador. Esa noche, sin embargo, su tictac no lo relajaba, sino que agitaba todavГ­a mГЎs el curso de sus pensamientos.

Durante el dГ­a, entre dos lecciones, habГ­a empezado a crear un elenco de posibles compaГ±eros que podrГ­a involucrar en la investigaciГіn del fenГіmeno. HabГ­a incluido, sin dudarlo, a Nobu Kobayashi, quien, por sus investigaciones sobre las altas energГ­as, dispondrГ­a seguramente de los instrumentos necesarios para trabajar de manera eficaz sobre el problema; despuГ©s habГ­a aГ±adido a Radni Kamaranda, un matemГЎtico brillante que habГ­a podido construir el modelo matemГЎtico de un proceso fГ­sico complejo en un periodo de tiempo irrisorio respecto a lo que habrГ­an necesitado los especialistas. Como el fenГіmeno que debГ­an estudiar estaba ligado, muy probablemente, a la manipulaciГіn del tejido espaciotemporal, un fГ­sico relativista de gran valor como Dieter Schultz podrГ­a encontrar materia prima para sus fabricaciones. TambiГ©n necesitaba el elemento clave del grupo, alguien dotado de una intuiciГіn tal que pudiera ver la soluciГіn escondida dentro del revoltijo enorme de informaciГіn y conjeturas. Alguien que, en el momento justo, pudiera comprender la verdadera esencia del fenГіmeno, y sintetizar instantГЎneamente los elementos desordenados que tuviera a su disposiciГіn, abriendo asГ­ el camino a sus compaГ±eros.

Solo conocГ­a una persona con esta cualidad innata, que, por otro lado, le habГ­a generado grandes complicaciones. Jasmine Novak habГ­a publicado algunos artГ­culos sobre la teorГ­a de las cuerdas, en los que su capacidad para intuir lo que otros no conseguГ­an ni siquiera entrever emergГ­a con una claridad tan cristalina que la hacГ­an parecer como un ser sobrehumano. Drew sabГ­a que nunca habrГ­a sido capaz de igualarla, y sabГ­a, por lo tanto, que Novak era la persona que podrГ­a llevarlos directamente hasta la soluciГіn. Pero Novak tambiГ©n era una mujer.

Г‰l no conseguГ­a relacionarse adecuadamente con las mujeres, y temГ­a no ser capaz de trabajar de manera serena y provechosa con una cientГ­fica de ese calibre. AdemГЎs, Novak era orgullosa y rebelde; un espГ­ritu independiente que no hacГ­a compromisos con los que estaban a su alrededor. VeГ­a su vida como la Гєnica justa y posible; en caso de conflicto era mГЎs que capaz de abandonar todo sin importarle las consecuencias. En resumidas cuentas, era una mujer difГ­cil y Г©l no sabГ­a cГіmo gestionarla, pero la necesitaba. La habГ­a aГ±adido, resignado, al final de la lista, el Гєltimo nombre de un pequeГ±o grupo de cientГ­ficos que habrГ­a intentado desvelar las leyes que gobernaban un fenГіmeno fГ­sico de tal envergadura que podrГ­a cambiar el curso de la historia humana, si llegaran a comprenderlo.

VolviГі a pensar en Kobayashi y las altas energГ­as. DespuГ©s de todo, el experimento que Marlon habГ­a hecho funcionar no necesitaba tanta energГ­a; todo cabГ­a en una mesa de laboratorio, estaba constituido por un generador de unos miles de voltios, dos fuentes de alimentaciГіn de baja tensiГіn, electrodos, placas, una bobina y varios aparatos de regulaciГіn, ademГЎs del ordenador para controlarlo todo. No parecГ­a que hiciera falta nada demasiado especial para obtener el efecto, pero Drew se dijo que debГ­an obtener la soluciГіn lo mГЎs rГЎpidamente posible, y para ganar tiempo era mejor recurrir a los mejores cientГ­ficos.

В«Lo mГЎs rГЎpido posible...В», se repitiГі Drew a sГ­ mismo. В«Pero... Вїpor quГ©?В». ВїPara que McKintock pudiera iniciar su actividad de mensajerГ­a internacional para financiar la Universidad? Aquello se habГ­a convertido, en apariencia, en el fin Гєltimo de su descubrimiento, pensГі con amargura. Pero no podГ­a reducirse a eso; Г©l no lo aceptarГ­a. Es cierto que la Universidad podrГ­a tener la exclusiva del hallazgo para su aplicaciГіn en sistemas de transporte de mercancГ­as, pero todas las demГЎs aplicaciones deberГ­an estar a disposiciГіn de todos. Y no podrГ­a ser de otro modo para un descubrimiento cientГ­fico tan revolucionario

Transportar personas, por ejemplo, como en el famoso teletransporte a menudo presente en las historias de ciencia ficciГіn, deberГ­a ser una aplicaciГіn mГЎs importante que el mero movimiento de mercancГ­a. HabrГ­a permitido una interacciГіn directa e inmediata entre individuos que vivieran a mucha distancia; podrГ­an organizarse reuniones de trabajo pocos minutos antes de su comienzo, con intervinientes dispersos por todo el mundo, y que tras el encuentro podrГ­an volver en un instante a sus actividades propias.

Un enfermo podrГ­a ser tratado por los mejores especialistas independientemente del lugar en el que estos operaran habitualmente, y sin los tiempos ni los costes del transporte convencional.

El lugar de trabajo o de estudio podrГ­a ser cualquiera con un sistema de transporte como aquel. El padre podrГ­a trabajar en Sidney, la madre en Toronto, el hijo estudiarГ­a en Dallas y, por la noche, irГ­an todos juntos a cenar a un restaurante en Venecia.

El modo de vida cambiarГ­a radicalmente, con consecuencias sociales tan potentes que dejarГ­an a todo el mundo perplejo. Por otro lado, ВїestarГ­a bien poner en las manos del hombre un instrumento de tal calibre? ВїPara quГ© lo habrГ­a utilizado? ВїLas guerras? ВїCГіmo habrГ­an sido? Espantosas, de solo pensarlo.

Pero, quizГЎ, si el mГ©todo de transporte estuviera realmente al alcance de todos se podrГ­an evitar, con mucha probabilidad, los abusos mГЎs que probables de un Гєnico propietario. La Tierra encontrarГ­a un nuevo equilibrio y una nueva era de paz, y el hombre serГ­a mГЎs libre de pensar y de progresar.

«¡Qué utopía!», se dijo Drew. «¿Cómo puedo hacerme ilusiones de que, justamente, gracias a este descubrimiento, el hombre pueda hacerse mejor?». Nunca había sido así en toda la historia humana, independientemente de los instrumentos de los que se disponía.

No habГ­a nada que hacer, ya sabГ­a que tenГ­a entre las manos algo extraordinariamente revolucionario, pero en vez de estar excitado y anticipar la gloria que habrГ­a obtenido, estaba lleno de desconsuelo y amargura. Este nuevo descubrimiento podrГ­a, quizГЎ, llevar a la humanidad a la ruina, y los libros de historia recordarГ­an que Г©l, Drew, fue el mГЎximo responsable de todo aquello, el que habГ­a iniciado todo.

Pero, pero... tambiГ©n era verdad que, a pesar de sus errores y sus locuras delirantes, la humanidad habГ­a avanzado de todas formas. Cierto, dejando atrГЎs un enorme rastro de muertes de inocentes. Pero la evoluciГіn habГ­a continuado, tanto de la tecnologГ­a como de la Г©tica. ВЎQuiГ©n sabe si esta vez los seres humanos podrГ­an demostrar mГЎs raciocinio y mГЎs respeto por los otros...! Le costaba creГ©rselo, pero ВїquiГ©n era Г©l para decidir quГ© era lo mejor para la raza humana? Г‰l era un cientГ­fico que habГ­a tropezado por total casualidad con un fenГіmeno inesperado y excepcional, o, mejor, gracias a la perspicacia de su estudiante, el fenГіmeno se habГ­a revelado y ahora se preparaban para estudiarlo. Sin Marlon, quizГЎ nunca se habrГ­a producido el descubrimiento, en vista de las circunstancias absolutamente casuales que habГ­an tomado parte en Г©l, y la humanidad no habrГ­a podido conocer ni utilizar el fenГіmeno, ni para bien ni para mal.

TenГ­a que esforzarse al mГЎximo en su estudio y su comprensiГіn, con una teorГ­a que lo explicase y permitiera utilizarlo. Se lo debГ­a a la ciencia, a Marlon y a sГ­ mismo. Si McKintock querГ­a usarla para sostener la universidad, que lo hiciera. La Universidad de Manchester era todo para Drew, le habГ­a dado trabajo durante treinta aГ±os, un trabajo prestigioso al lado de muchos premios Nobel; era su casa durante muchas mГЎs horas al dГ­a que su propio domicilio, y los compaГ±eros y los alumnos lo respetaban. Gracias a la universidad podrГ­a colaborar con otros cientГ­ficos como Г©l, vinculados a los ateneos mГЎs importantes del globo. Se sentГ­a en deuda, y donar al menos una parte de los beneficios del descubrimiento a la universidad le parecГ­a una manera de devolver lo recibido.

El techo no era tan oscuro como hasta ese momento; se asomГі por la ventana y vio que la aurora ya habГ­a disuelto la noche, irradiando una claridad portentosa y creciente sobre Manchester; el preludio de un amanecer esplГ©ndido. La misma aurora que Г©l estaba viviendo en la diluciГіn progresiva del misterio cientГ­fico que habrГ­a intentado, junto a sus compaГ±eros, transformar en el amanecer de un conocimiento superior para la humanidad.

Se levantГі, en absoluto cansado, y descubriГі que tenГ­a muchГ­sima hambre. Se preparГі un desayuno sustancial y lo consumiГі con satisfacciГіn, pensando mientras tanto en cuГЎl serГ­a la hora mГЎs correcta para llamar a los colaboradores que habГ­a elegido para el proyecto. TenГ­a que llamar inmediatamente a Kobayashi, porque en Osaka ya era por la tarde. Justo despuГ©s tendrГ­a que llamar a Kamaranda, porque trabajaba en Raipur, en el noreste de la India. Schultz en Heidelberg y Novak en Oslo estaban mucho mГЎs cerca de su huso horario, por lo que a ellos podrГ­a llamarlos mГЎs tarde durante la maГ±ana.

Se vistiГі y saliГі al encuentro del alba, derecho a la Universidad, y al inicio de una aventura que lo llevarГ­a donde Г©l no habrГ­a podido imaginar jamГЎs.

CapГ­tulo VIII



Drew llegГі a su estudio despuГ©s de haber atravesado patios vacГ­os y de haber recorrido pasillos desiertos. TodavГ­a era demasiado pronto para que hubiera estudiantes, empleados o profesores en el campus, como ya sabГ­a por las otras veces en las que habГ­a llegado a primerГ­sima hora a la universidad. Le gustaba vivir ese momento en el que el inmenso ateneo parecГ­a dormir en la bruma matinal, como un leviatГЎn yaciendo para descansar, pero poseedor de la potencia que en poco tiempo se habrГ­a liberado durante la acciГіn. BuscГі el nГєmero de Kobayashi en su agenda y llamГі. RespondiГі una voz sutil, en japonГ©s.

—Moshi moshi


(#litres_trial_promo).

—Drew desu ga, Kobayashi-san onegaishimasu


(#litres_trial_promo)? —respondió Drew con su japonés básico.

—Buenos días, profesor Drew —la interlocutora conmutó inmediatamente al inglés, al reconocerlo—. Soy Maoko. El profesor Kobayashi me ha hablado de usted. Desgraciadamente, ahora está dando una clase, pero acabará dentro de poco. Lamento muchísimo no poder ponerles en comunicación ahora mismo, profesor.

Drew se acordГі de cuando lo habГ­a visto la Гєltima vez, hace unos meses, en una conferencia; Kobayashi le habГ­a hablado de su brillante alumna, Maoko Yamazaki, que estaba saltando cursos y acabarГ­a la carrera antes de los tiempos convencionales. Era un placer poder hablar con alguien con tales dotes, y, al mismo tiempo, apreciaba la exquisita educaciГіn de la que los japoneses hacen gala durante las conversaciones. La muchacha sentГ­a verdaderamente no poder ponerlo en comunicaciГіn con Kobayashi; no fingГ­a de manera hipГіcrita como habrГ­a hecho un occidental.

—Le agradezco su amabilidad, Maoko-san


(#litres_trial_promo). ¿Sería tan amable de pedirle que me llamara en cuanto volviera? Es muy importante —preguntó Drew.

—Por supuesto, profesor. ¿Puede darme su número...? ¡Oh! ¡Aquí está el profesor Kobayashi! Se pone inmediatamente. Le deseo que tenga un buen día.

В«IncreГ­bleВ», pensГі Drew, В«Maoko sabГ­a que Kobayashi iba a volver muy pronto y, sin embargo, para no hacerme esperar, habГ­a preferido que me llamara Г©l mГЎs tarde. Un occidental habrГ­a dicho simplemente: espere un momento, llegarГЎ dentro de poco. Verdaderamente, tenemos mucho que aprender de los japoneses, en lo que a educaciГіn se refiereВ».

—¡Drew-san, amigo mío! —exclamó Kobayashi en el teléfono con alegría—. ¿Qué te hace llamar a un comedor de arroz como yo?

—Hola, Kobayashi. Necesito tu ayuda en una investigación bastante complicada. ¿Tienes tiempo para mí?

—Por supuesto, Drew-san. Acabo de terminar un trabajo para el nuevo acelerador de partículas que están construyendo en Chiba y tengo unas semanas de descanso. ¿Qué necesitas exactamente?

—He topado con un fenómeno extraño que requiere un profundo estudio. Se manifiesta solo en presencia de cantidades precisas de energía y me gustaría comprender el mecanismo que lo gobierna. Como trabajas cotidianamente con los niveles de energía que me interesan, he pensado que podrías ocuparte de esta parte de la investigación. ¿Qué opinas?

Kobayashi se sentГ­a halagado.

—Tu petición me honra. Acepto sin dudarlo. ¿Cómo piensas proceder?

—Sobre todo, necesito que vengas a Manchester para que te pueda mostrar el fenómeno y el montaje que lo produce. Después, junto a los otros científicos del grupo que estoy formando, intentaremos construir la teoría que explique lo que pasa. ¿Te parece bien?

—Naturalmente, Drew-san. ¿Quiénes son los demás?

—Kamaranda para los cálculos, Schultz para la relatividad y... ejem..., Novak para la estructura fina de la materia.

—¿Novak? ¿Jasmine Novak? —soltó Kobayashi, pero se contuvo enseguida—. Drew-san, amigo mío, sabes que he tenido discusiones muy desagradables con Jasmine Novak. No consigo ponerme de acuerdo con ella. En la última conferencia, en Berna, se levantó en medio del público al final de mi exposición y proclamó: «Profesor Kobayashi, ¿está usted convencido realmente de lo que dice? He identificado, en su exposición, tres, y digo bien, tres, errores fundamentales de apreciación...» y a partir de ahí empezó a deshacer trozo a trozo mi tesis, con los científicos del público escuchándola como si fuera un oráculo y yo haciendo el papelón del principiante. Te lo ruego, Drew-san, amigo, ¿no tienes ninguna alternativa?

Drew estaba al corriente del numerito de Novak con Kobayashi, pero no, no tenГ­a ninguna alternativa.

—Nobu-san, querido amigo, eres el mejor en tu campo y nadie puede igualarte. Novak tiene un carácter difícil pero también una mente excepcional; por eso precisamente pudo encontrar algunos puntos en tu trabajo que ella consideraba «errores fundamentales» pero que, sin embargo, para todos los demás, parecían solo detalles que había que afinar. Justamente, necesitamos una mente como la suya en nuestro grupo. ¿Crees que podrás trabajar con ella?

Kobayashi cediГі:

—De acuerdo, Drew-san, amigo mío. Lo haré por ti y por la ciencia. Pero te lo ruego, deja que venga Maoko-san también. Es excepcional y me ayudará a soportar a Jasmine-san.

Drew estaba exultante.

—Por supuesto, Nobu-san. Será un honor para mí tener en mi grupo a una brillante estudiante como es la señorita Yamazaki. En unas horas te informaré de la fecha de la reunión en Manchester. Te doy las gracias desde lo más profundo de mi corazón.

—Soy yo quien está agradecido, Drew-san. Hasta pronto. ¡Konnichiwa!


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—¡Konnichiwa, Nobu-san!

Drew se sentГ­a inmensamente aliviado por haber conseguido la participaciГіn de Kobayashi a pesar de las dificultades que sabГ­a que se iban a presentar, y la idea de aГ±adir a Maoko, por parte de Kobayashi, era la garantГ­a de una convivencia aceptable en el seno del grupo.

La cultura japonesa coloca a la mujer en una posiciГіn subordinada con respecto al hombre, por eso era normal que Kobayashi no viera de buen ojo a la emancipadГ­sima Jasmine Novak. Maoko darГ­a a Kobayashi la impresiГіn de que Г©l seguГ­a teniendo el control y, al mismo tiempo, serГ­a la intermediaria entre Г©l y Novak, tanto en lo cientГ­fico como en lo humano, para la serenidad de todos y el Г©xito del proyecto.

Ahora, Kamaranda.

El telГ©fono estuvo sonando mucho rato, hasta que una voz femenina respondiГі directamente en inglГ©s:

—Dígame —dijo alguien en un tono apático.

—Soy el profesor Drew, de Manchester. ¿Está el profesor Kamaranda?

—Está bajo la higuera, reflexionando —dijo la mujer con tono molesto.

—¿Podría ir a buscarlo?

—Ahora no. Estoy ocupada.

Drew pasГі al ataque, impaciente.

—Tengo que hablar con él urgentemente. ¡Vaya a llamarlo inmediatamente!

En absoluto impresionada, la mujer se puso mГЎs impertinente.

—Voy en cuanto pueda. Llame dentro de una hora.

Drew perdiГі los estribos.

—¡Escucha, imbécil, ve inmediatamente a llamar a Kamaranda, si no tendrás que vértelas con él, que te devolverá a la calle para que duermas en las aceras!

Entonces la mujer reaccionГі, y cГіmo:

—¡Bastardo colonialista de mierda! Tus padres masacraron a poblaciones inocentes, incluidos mujeres y niños; nos exprimíais hasta matarnos para enriqueceros y ganar honores para la zorra de vuestra reina. Si crees que voy a mover el culo para servirte, ¡puedes morirte ya! —Y colgó violentamente.

Drew estaba furioso. Se vio a sГ­ mismo con el telГ©fono mudo en la mano; por la rabia tuvo el impulso de golpearlo contra el escritorio como si fuera un martillo, pero hizo una respiraciГіn profunda, cerrГі los ojos, y se calmГі rГЎpidamente.

ВЎJusto esa maГ±ana habГ­a tenido que toparse con la nieta de las vГ­ctimas del colonialismo! Y quГ© bien hablaba inglГ©s, ВЎparecГ­a de Birmingham! Pero no conocГ­a mucho la historia de la India: en la Г©poca de Gandhi, cuando presumiblemente sus padres habГ­an sufrido la opresiГіn inglesa, estaba el rey, y no la reina.

En todo caso, ahora, ВїquГ© podГ­a hacer? Esa mujer le iba a impedir comunicar con Kamaranda; no le pasarГ­a jamГЎs sus llamadas. Y Г©l tenГ­a prisa ВЎdemonios!

AdemГЎs, la mujer debГ­a haber visto el nГєmero en la pantalla del telГ©fono, y habГ­a comprendido que la llamada venГ­a de Gran BretaГ±a: por eso habГ­a respondido en inglГ©s. Ahora estarГ­a atenta, y si Drew volviera a llamar serГ­a inГєtil y contraproducente.

En ese momento entrГі Marlon. HabГ­an quedado a las ocho en el despacho de Drew y el chico era puntual. Tuvo una idea.

—¡Hola Marlon! Escucha, ¿conoces a alguien que esté estudiando en India, en Raipur?

—Buenos días, profesor. Déjeme pensar... ¡Ah, sí! Thomas Chatham está haciendo allí su doctorado. Lo conozco bien. ¿Por qué lo pregunta?

Drew volviГі a tener esperanza.

—Un pequeño favor. ¿Podrías llamarle y pedirle que fuera a buscar al profesor Kamaranda? Está bajo la higuera, donde suele ir para reflexionar sobre los problemas de matemáticas; tendría que pedirle que me llamara lo más rápidamente posible a este número.

La peticiГіn extraГ±Гі mucho a Marlon, pero como conocГ­a las excentricidades de Drew no hizo mГЎs preguntas. BuscГі el nГєmero de su amigo en su mГіvil y usГі el telГ©fono fijo del laboratorio para llamarlo.

Chatham respondiГі enseguida. Acababa de terminar la Гєltima clase del dГ­a; le vendrГ­a bien darse un paseo para ir a buscar al iluminado de Kamaranda. Lo encontrГі, efectivamente, bajo la higuera, con la expresiГіn absorta de un gurГє en plena meditaciГіn. Le transmitiГі el mensaje y, diez minutos mГЎs tarde, sonaba el telГ©fono de Drew.

—Buenos días, con Drew.

—Hola, Drew. Soy Kamaranda. Cuéntame. —Kamaranda era un hombre sintético que iba directamente al grano, sin hacer historias.

—Perdona si te he molestado, pero me gustaría proponerte un trabajo de investigación sobre un fenómeno físico particular. Necesito tu capacidad para crear modelos matemáticos para trabajar sobre la teoría del fenómeno. ¿Te apuntas?

—¿Cuándo y dónde?

—Aquí, en Manchester, en cuanto puedas. Tienes que verlo con tus propios ojos y...

—Mañana por la tarde, según Greenwich, estaré allí.

—¡Estupendo! Gracias, Radni. Hasta mañana.

Drew se relajГі. HabГ­a podido salir del lГ­o en que se habГ­a metido, aunque no habГ­a sido completamente por su culpa, gracias a la ayuda de los dos estudiantes. Eran unos buenos chicos.

—Gracias por tu ayuda, Marlon. Ven, te invito a un té.

Mientras caminaban por el pasillo hacia la cocina de la universidad, Marlon no pudo resistir a la curiosidad:

—Profesor Drew, perdone mi indiscreción, pero me parece que el profesor Kamaranda ha sido increíblemente rápido para aceptar el trabajo; quién sabe si ya está preparando las maletas. ¿Es normal?

—No sabría decirte, Marlon. A lo mejor necesita solo cambiar de aire —no le habló de la bruja del teléfono; podría ser, de hecho, que le hubieran endosado la mujer a Kamaranda solo porque era de la familia de alguien importante, aunque fuera completamente inepta para el trabajo. Era posible que el matemático estuviese en conflicto continuo con ella, y la oportunidad de escaparse a Manchester se le presentaba como un salvavidas inesperado. Si hubiese contado a Marlon la conversación con la mujer, habría tenido que explicarle también las razones de su desmotivación, y como Marlon era un estudiante negro, Drew pensó que sería mejor no sacar el tema de la época colonial y todos sus delitos, que, ciertamente, no era menos graves que los que se perpetraron contra las poblaciones africanas deportadas como esclavos. Esto podría haber molestado a Marlon, o incluso ofenderle, lo cual no habría sido positivo para el ambiente del grupo de investigación. Mejor no sacar ciertos temas.

La cocina estaba dotada de todo lo necesario para preparar un tГ­pico tГ© al estilo inglГ©s, con algunas teteras, varias tazas, una placa de cocina para calentar el agua, los tГ©s mГЎs consumidos, tanto en bolsas como a granel, platos, azГєcar, y un surtido discreto de pastelillos y galletas. No faltaba la leche, que debГ­a ser aГ±adida rigurosamente al final de la preparaciГіn. SegГєn los adeptos a la ortodoxia del tГ© original, los ingleses habГ­an arruinado aquella bebida deliciosa al aГ±adir la leche, cosa probablemente cierta, pero, si a ellos les gustaba asГ­, Вїpor quГ© hacer un problema de ello? Para gustos no hay colores: ВїquГ© deberГ­an decir los italianos, entonces, al ver que los americanos cocinan la pizza en la parrilla?

Drew hirviГі el agua, vertiГі un poco en la tetera para calentarla por dentro, la vaciГі, aГ±adiГі tres cucharillas de hojas de Darjeeling, su tГ© preferido: una cuchara por taza y una mГЎs para la tetera, segГєn la tradiciГіn. AГ±adiГі el agua hirviendo y dejГі la infusiГіn cuatro minutos, el tiempo necesario para conseguir la concentraciГіn ideal para Г©l.

—Otra cosa, profesor —retomó Marlon—, ¿quién va a pagar a los científicos a los que ha convocado? El profesor Kamaranda, por ejemplo, ha aceptado el encargo simplemente y mañana estará aquí. ¿Quién va a pagar el viaje, los gastos de la estancia, la prestación profesional?

—La Universidad de Manchester tiene una convención anual con muchas universidades, gracias a la cual los científicos que trabajan en los distintos centros que la han suscrito reciben su sueldo como si permanecieran en su universidad de origen; los gastos son reembolsados automáticamente porque entran dentro de las categorías previstas en los presupuestos. Como el movimiento de personas es bastante equilibrado entre las distintas universidades, el equilibrio final no se ve alterado prácticamente, pero todas las universidades obtienen un beneficio desde el punto de vista científico, gracias a la contribución de los cerebros que emigran durante un cierto periodo de tiempo.

—Entiendo. Entonces, los compañeros que ha elegido ¿vienen todos de universidades dentro del convenio con Manchester?

—Exacto, Marlon. Cuando le di la lista a McKintock ayer por la tarde para su visto bueno, lo primero que miró fue precisamente eso. Él tiene que hacer que las cuentas cuadren. Independientemente del aspecto económico, además, para los científicos, las estancias suponen un beneficio desde el punto de vista intelectual y cultural, ya que la colaboración directa con los compañeros de otros centros es siempre estimulante y atractiva. Observar métodos distintos para enfocar los problemas, confrontar sus puntos de vista, por muy distantes que sean, o incluso solamente trabajar en un entorno distinto al habitual, hace surgir conceptos nuevos a menudo, enriqueciendo la ciencia y las mentes que viven esa experiencia.

—Me parece evidente—. Marlon cogió la caja con los pasteles mientras Drew llenaba las tazas. Se sentaron en una mesa baja y tomaron el té, ejecutando ese rito tan importante para los ingleses, y que les produce una satisfacción que define uno de los aspectos fundamentales del espíritu británico.

DespuГ©s volvieron al despacho y Drew llamГі a Schultz. Este respondiГі directamente, algo bastante extraГ±o teniendo en cuenta que, por lo que Drew sabГ­a, el alemГЎn siempre hacГ­a responder a sus becarios, e iba al telГ©fono solo por cuestiones fundamentales.

—Ja


(#litres_trial_promo)?

—Soy Drew, de Manchester, hola, Dieter.

—¡Oh! Hola, Lester. ¿Qué tal estás?

—Bien, gracias. ¿Y tú? ¿Sigues ocupado con tu barco?

Schultz habГ­a comprado un barco de segunda mano en bastante mal estado un aГ±o antes, y estaba intentando repararlo para ir a pescar al rГ­o NГ©ckar.

—Todo bien por aquí. Todavía entra agua en el barco; pensaba que había reparado todas las grietas, pero, evidentemente, alguna escapó a mi control. De todas formas, en estos momentos no tengo tiempo para ocuparme de ella; todos mis becarios están de visita en los distintos observatorios europeos de ondas gravitacionales y yo me he quedado aquí a cuidar del cuartel.

—¿No has ido con ellos? —Drew estaba perplejo.

—No. Han ido con un compañero que se ofreció amablemente a acompañarlos —dijo Schultz sonriendo—. Al menos esta es la versión oficial. La verdad es que Hoffner quería irse de vacaciones en junio, aunque solo podría haberlas tomado en julio. Creo que su mujer lo estaba chantajeando: seguramente ella tenía vacaciones en junio y pretendía irse de viaje con su marido. Para contentarlo le dije que le sustituiría en junio si él fuera con los estudiantes en mi lugar; aceptó al vuelo. Mejor pasearse arriba y abajo por laboratorios subterráneos con los estudiantes novatos que sufrir la venganza de tu esposa —y volvió a sonreír.

—Entiendo. Bien, Hoffner tiene toda mi simpatía. —Drew suspiró—. De todas formas, Dieter, te he llamado porque me gustaría que colaboraras en el estudio de un fenómeno experimental muy particular que hemos descubierto aquí. ¿Podrías?

Schultz lo pensГі un momento.

—A ver... ¿Tendría que ir allí?

—Sí, es indispensable. Tengo que mostrarte el fenómeno cuando ocurre, y el aparato que lo produce. Además, serías parte de un grupo de investigación que estoy constituyendo con este objetivo, y tenemos que trabajar todos juntos.

—Está bien. ¿Cuándo quieres que esté allí?

—Ejem... —Drew se sentía incómodo—. Kamaranda llega mañana por la tarde.

—¿Mañana por la tarde? —exclamó Schultz, sorprendido—. Como aviso no es demasiado tarde, ¿verdad, Lester?

ReflexionГі unos segundos y luego aГ±adiГі:

—En resumidas cuentas, ahora no tengo que seguir a ningún estudiante y me pueden sustituir con las clases; Ebersbacher, que es muy brillante. De acuerdo, hablaré con el rector y me organizo para estar en Manchester pasado mañana.

—Muchísimas gracias, Dieter. No te arrepentirás, ya lo verás.

—Eso espero —rio de nuevo Schultz—. No te pregunto si también estará Kamaranda. Prefiero las sorpresas. ¡Hasta pronto, Lester!

—Adiós, Dieter.

A Schultz le gustaban las sorpresas, pero tambiГ©n el riesgo, que ahora se presentaba en la Гєltima persona a la que tenГ­a que llamar: Jasmine Novak.

Drew mandГі a Marlon a fotocopiar los recibos de unas compras. No querГ­a que asistiera a posibles discusiones con la noruega, ni que lo viese sometido por esa valquiria. Mejor no arriesgarse.

—Hallo


(#litres_trial_promo)? —Voz masculina en el teléfono.

—Soy Drew, de la Universidad de Manchester. Estoy buscando a la profesora Jasmine Novak.

—Buenos días, profesor. Está aquí. Voy a buscarla.

—Gracias, que tenga un buen día.

Drew oyГі a lo lejos unas voces en noruego, y despuГ©s el telГ©fono cambiГі de mano.

—Novak al aparato.

El acento nГіrdico era solo un detalle en esa voz gГ©lida como hielos del cГ­rculo polar ГЃrtico.

—Soy el profesor Drew, de la Uni...

—... de la Universidad de Manchester, ya lo sé. Me lo ha dicho mi compañero, ¿qué creía?

В«Empezamos bienВ», pensГі Drew. IntentГі recurrir a sus mejores habilidades.

—Gracias por dedicarme tiempo. La llamo por una cuestión muy importante que solo usted podría resolver. Por una serie de casualidades he topado con un efecto físico absolutamente extraordinario, de una tal complejidad que requiere las mejores mentes para poder ser explorado y explicado. Por eso me he permitido llamarla, con la esperanza de que usted pueda formar parte del grupo de investigación que estoy creando con este fin. Su intuición y su capacidad de síntesis son conocidas en todo el mundo y ...

—¿Qué efecto? —Novak era completamente indiferente a los halagos de Drew y seguía siendo tan fría como al principio. Mostraba interés por el efecto, sin embargo, y eso ya era muy buen signo.

—Lo siento, profesora Novak, pero se me ha ordenado mantener todo en secreto y no puedo hablar de ello al teléfono. Se dará toda la información únicamente a los miembros del grupo. Espero vivamente que usted quiera ser parte de él. —Drew lo había hecho lo mejor que podía. Ahora era el turno de Novak.

—¿Quién estará en el grupo?

Drew se esperaba esta pregunta, pero se acongojГі igualmente.

—Kamaranda, Schultz y... —dudó— ... Kobayashi —concluyó en un susurro.

—¿Kobayashi? —repitió Novak—. ¿Kobayashi? ¡Ja, ja, ja! —explotó con una potente carcajada—. ¡Qué elección más buena, profesor Drew! ¡Será un placer cantarle las cuarenta a ese incompetente machista y engreído!

Drew estaba aturdido, aunque se esperaba una reacciГіn de ese tipo. La noruega se estaba partiendo de risa solo con la idea de poder discutir con Kobayashi. QuГ© locura. Aquella mujer debГ­a tener cuentas muy pesadas con los hombres, para comportarse de esa manera. De todas maneras, habГ­a aceptado el encargo implГ­citamente, y esto era un resultado que Drew no pensaba poder conseguir tan fГЎcilmente. SabГ­a que estaba poniendo al pobre Kobayashi en las garras de Novak, pero tambiГ©n sabГ­a que Maoko actuarГ­a como moderadora y las cosas no serГ­an seguramente difГ­ciles. Al fin y al comandante, se trataba de cientГ­ficos a punto de estudiar un problema complejo, y la investigaciГіn debГ­a ser la prioridad nГєmero uno.

—¿Sería posible para usted estar en Manchester pasado mañana? —preguntó Drew fingiendo que ignoraba la hilaridad de su compañera.

Tras un momento de pausa, la noruega respondiГі casi con simpatГ­a:

—Creo que sí. Delegaré mis tareas a mis compañeros. Tengo curiosidad por ver ese fenómeno del que habla. —Y entonces volvió el hielo del Ártico—: espero que sea verdaderamente algo inédito y no una tontería como otros descubrimientos falsos.

Drew temblГі, pero mantuvo el control.

—No se arrepentirá, profesora Novak. Le agradezco enormemente que haya aceptado mi invitación. La espero con ansia. De nuevo gracias y nos vemos dentro de poco.

—Adiós —se despidió ella.

Drew estaba en el sГ©ptimo cielo. HabГ­a conseguido formar el equipo e iban a empezar a trabajar sobre el fenГіmeno dentro de unos dГ­as.

LlamГі a Kobayashi para informarle de la fecha de la reuniГіn. A pesar de tener tan poco tiempo para prepararse, el japonГ©s lo aceptГі y confirmГі su presencia ese dГ­a.

Marlon volviГі con las fotocopias y Drew lo puso al corriente del acuerdo con los cientГ­ficos del reciГ©n nacido grupo de investigaciГіn.

—Profesor —observó el estudiante—, estaba pensando que cuando mostremos el efecto a los compañeros, la profesora Bryce no podrá estar en su despacho, y nosotros tendremos que recuperar, sin que ella lo sepa, todo el material que hayamos mandado allí; si no, habrá problemas. La escena en el despacho del rector le preocupaba.

—Tienes razón, Marlon —convino Drew—. Tenemos dos alternativas: o, de acuerdo con McKintock, la informamos sobre el experimento y le pedimos que colabore, o hacemos todo cuando ella no esté en el despacho. En este caso, entonces, tendremos que pedir al rector las llaves de ese despacho —reflexionó un momento y concluyó—: Veamos qué dice McKintock. Que decida él.



—¿Es una broma? —saltó McKintock—, Bryce me da ya suficientes problemas como para añadir esto. Tiene que ser parte del grupo, no hay otra alternativa. Además, cuando hagas experimentos con animales será útil tener una bióloga.

Drew no habГ­a pensado en ello, pero el rector tenГ­a razГіn.

—¿Crees que estará disponible para una reunión ahora? —preguntó Drew.

Por toda respuesta, McKintock llamГі directamente a su secretaria.

—Señorita Watts, ¿dónde está la profesora Bryce en este momento? —esperó unos segundos, escuchó la respuesta y añadió—: Muy bien. Gracias. ¿Puede pedirle que venga a mi despacho inmediatamente? Perfecto. De nuevo, gracias.

La seГ±orita Watts era un modelo de eficacia. Inteligente, intuitiva y despierta, era el brazo operativo del rector, y Г©l la tenГ­a en su mГЎxima consideraciГіn.

—Bryce acababa de tomar una pausa. Debería estar aquí en breves instantes —les informó McKintock.

Drew notГі que el rector tenГ­a unas enormes ojeras y una expresiГіn adormecida. DebГ­a haber pasado la noche con su amiga; siempre estaba asГ­ al dГ­a siguiente. Drew lo envidiaba, pero tenГ­a que admitir que no se habГ­a esforzado mucho para estar con una mujer. Evidentemente, McKintock era mejor que Г©l, o habГ­a tenido mГЎs suerte.

—El grupo de investigación estará aquí dentro de dos días, McKintock. Esperamos empezar a trabajar enseguida —lo informó Drew.

El rector mirГі a Marlon. Lo estudiГі bien y luego le dirigiГі la palabra por la primera vez desde que habГ­a comenzado esa historia.

—Así que tú eres el estudiante de Lester —dijo, pensativo—. Este, aquí... —señaló a Drew bromeando—, dice que eres tú quien ha visto el efecto producido por su montaje. ¿Es verdad?

Marlon se sentГ­a embarazado e intimidado frente a la figura mГЎs alta de la universidad.

—Ejem..., sí, señor. Así es. Gracias a las características únicas del dispositivo que construyó el profesor Drew, y a una serie de coincidencias afortunadas, he tenido el privilegio de observar la manifestación del fenómeno. Ahora tenemos que estudiarlo a fondo y con el grupo de investigación creado por el profesor...

En ese momento la profesora Bryce abriГі la puerta de par en par y entrГі con paso militar con la taza de tГ© todavГ­a en la mano, y, sin decir nada, cogiГі una silla y la golpeГі con fuerza contra el suelo, al lado del escritorio; se sentГі y mirГі al rector con ojos encendidos.

—¿Entonces? —preguntó con arrogancia.

McKintock estaba acostumbrado a la actitud provocadora de esa mujer y ya no reaccionaba nunca ante ella.

—Estimada profesora Bryce, Megan... —intentó suavizar la situación llamándola por su nombre, pero ella, por toda respuesta, entornó el ojo derecho y curvó las comisuras de la boca hacia abajo; posó la taza sobre la mesa con violencia, salpicando con el té caliente las notas del rector y una pequeña ánfora antigua de adorno, se cruzó de brazos y lo miró aún más letalmente.

—¿Sí, Lachlan? —dijo con voz burlona.

McKintock suspirГі.

—Necesitamos su ayuda para una investigación...

—Si habéis perdido las llaves, llamad a un bedel. ¡Yo tengo cosas mejores que hacer!

—¡Maldición, Bryce! —explotó McKintock, dando un puñetazo sobre la mesa y haciendo que salpicara el té fuera de la taza. Esta saltó en la silla, asustada. Y el rector volvió a hablar, con violencia:

—Si la he mandado llamar es porque la necesito, si no fuera así habría evitado gustosamente este trance, porque no siento ningún placer teniéndola cerca, ¿está claro?

La profesora estaba pГЎlida como una vela y lo miraba tensa, sin mover un mГєsculo.

McKintock retomГі la palabra, mГЎs calmado.

—Ya conoce al profesor Drew. Este es su estudiante de física, Joshua Marlon. —Bryce entrecerró los ojos mirando a Marlon y volvió a mirar al rector, atónita. Este continuó.

—Han descubierto un fenómeno físico revolucionario y van a empezar a estudiarlo con un grupo de investigación con los mejores científicos, elegidos por Drew. Como la investigación incluirá, en un momento dado, formas biológicas, creemos que usted podría ser la persona justa para esta tarea. ¿Va a ser de los nuestros? —concluyó con decisión.

Bryce permaneciГі inmГіvil durante unos segundos, despuГ©s se relajГі y respirГі por primera vez desde que McKintock habГ­a golpeado el escritorio con el puГ±o. En ese momento habГ­a dejado de respirar.

—Señores, disculpen mi comportamiento. Rector, ¿uso de formas biológicas, ha dicho? ¿Con qué fin?

McKintock mirГі a Drew, que intervino de manera jovial, como si no hubiera pasado nada.

—Profesora, debo informarle de que esta investigación es secreta. — Bryce entornó los ojos. Drew continuó:

—Podemos desplazar materia, de manera instantánea, entre dos lugares distantes. Los objetos que encontró el otro día en su silla llegaron desde nuestro laboratorio, en el que Marlon y yo estábamos haciendo unos experimentos sobre el efecto apenas descubierto. Discúlpenos por el disgusto que le hemos causado, pero no podíamos saber a dónde iba a parar la materia. —Bryce abrió los ojos como si fueran a salirse de sus órbitas, y después volvió a escuchar con atención.

Drew siguiГі explicando:

—Con el grupo de científicos que he seleccionado, intentaremos construir una teoría que explique el fenómeno, tras lo cual podríamos intentar desplazar seres vivos, plantas y animales. Su ayuda es fundamental.

—¿Por qué me lo pedís a mí? Hay muchos biólogos muy buenos por aquí —preguntó la profesora.

—El instrumento que produce la trasferencia está regulado para que el destino sea la silla de su despacho, pero es una casualidad. No sabemos todavía cómo variar estas coordenadas, así que la primera fase de la experimentación comprenderá también su despacho. ¿Querrá ayudarnos?

La expresiГіn de Bryce cambiГі completamente. Ahora estaba alegre, como una estudiante en sus primeros experimentos en el laboratorio. A lo mejor era aquella la verdadera profesora Megan Bryce: una cientГ­fica que necesitaba tan solo un desafГ­o al que hacer frente, que la alejase de la monotonГ­a de la enseГ±anza con estudiantes pasotas e irrespetuosos.

—¡Por supuesto, profesor Drew! —exclamó—, pero esto tendrá un coste...

Drew la mirГі con expresiГіn interrogativa, y ella continuГі:

—Ahora sé a quién tengo que mandar la cuenta de la lavandería que limpió mi falda —le guiñó un ojo y salió, sonriente, del despacho.

Los tres hombres se quedaron en silencio durante unos instantes, y despuГ©s McKintock concluyГі:

—Es una buena mujer, en el fondo. Debe ser que está muy estresada por la vida que lleva. Hay que comprenderla. Pero creo que este proyecto la motiva mucho, y será bueno para ella y para vuestra investigación.

—¡Amén! —comentó Drew.

—Bueno, Lester —dijo el rector— ¿has comprobado si el laboratorio donde tienes el experimento sigue estando cerrado? Ordené que lo cerraran de manera oficial cuando me lo pediste.

—Era nuestra próxima etapa —respondió Drew levantándose, seguido por Marlon—. Nos veremos en cuanto todos los científicos estén aquí. Adiós, Lachlan.

—Adiós, rector McKintock —se despidió Marlon con respeto.



La puerta del laboratorio seguГ­a sellada, y un cartel bien hecho habГ­a sustituido al trozo de papel escrito apresuradamente por Drew la noche del descubrimiento.

El profesor quitГі los sellos y los dos volvieron a entrar por primera vez desde entonces. Todo estaba como lo habГ­an dejado. Los numerosos laboratorios de la Universidad de Manchester permitГ­an que el hecho de cerrar uno no supusiera un problema para las actividades curriculares.

Salieron y Drew volviГі a sellar la puerta con adhesivos nuevos que habГ­a cogido previamente en la secretarГ­a.

Volvieron al despacho de Drew y pasaron el resto del dГ­a reorganizando los apuntes del experimento, preparando tablas de datos y grГЎficos y una breve redacciГіn sobre las acciones realizadas y los resultados obtenidos, para poder ofrecer a los miembros del grupo de investigaciГіn un cuadro sintГ©tico pero definitivo del problema que iban a estudiar. Era un punto de partida discreto, pero Drew intuГ­a que el camino que debГ­an recorrer iba a ser largo y complicado.

Al dГ­a siguiente Drew dio las lecciones que le correspondГ­an, mientras Marlon permaneciГі en su habitaciГіn, estudiando.

Esa noche llegГі Kamaranda a Manchester. CogiГі un taxi para ir directamente al alojamiento que se le habГ­an reservado en el campus, y desde allГ­ llamГі a Drew para informarle de su llegada. CenГі y se fue a dormir. A la maГ±ana siguiente, mientras esperaban a los demГЎs cientГ­ficos, que llegarГ­an a lo largo del dГ­a, fue a Sackville Park, justo fuera del campus, y se sentГі a meditar en el banco a los pies de la estatua de Turing


(#litres_trial_promo). Para Г©l era como estar bajo su higuera.



Kobayashi, Maoko y Schultz llegaron por la tarde. Novak llegГі por la noche.

La primera reuniГіn estaba prevista al dГ­a siguiente por la maГ±ana, a las nueve, en el laboratorio del experimento.

La aventura iba a comenzar.

CapГ­tulo IX



Unos sentados en las sillas y otros en los taburetes, los participantes se dispusieron en semicГ­rculo alrededor de la mesa sobre la que el artilugio que Drew habГ­a construido parecГ­a un prototipo anГіnimo para un experimento de electrodinГЎmica. El profesor estaba cercano a las regulaciones micromecГЎnicas, mientras Marlon estaba sentado frente al ordenador.

Drew empezГі a hablar.

—Parece ser que el montaje que tenéis frente a vosotros es capaz de intercambiar dos porciones de espacio distantes. Es decir, lo que está en el punto A se intercambia instantáneamente con lo que está en el punto B.

Al oГ­r este anuncio, a Schultz casi se le salieron los ojos de sus Гіrbitas, quizГЎ previendo la relaciГіn con lo que sus estudios sobre la relatividad ya habГ­an insinuado.

Kamaranda permaneciГі absorto, como en meditaciГіn, mientras Kobayashi empezГі a observar con una leve sonrisa el generador de alta tensiГіn y las conexiones entre los distintos componentes del dispositivo. Maoko, a su lado, mirГі el montaje con expresiГіn escГ©ptica.

Novak observaba la escena con frialdad, sin mostrar ninguna reacciГіn, mientras Bryce sonreГ­a con una sonrisa de anticipaciГіn.

McKintock estaba sentado con los brazos cruzados, esperando.

—Ahora haremos una demostración del efecto. Nuestro punto A está sobre esta placa —continuó Drew, señalando la posición—. El punto B está sobre la silla de la profesora Bryce, en su oficina, a trescientos metros de aquí. Hemos colocado una cámara que enfoca a su silla, a la que hemos conectado la pantalla que está al lado de la placa.

Drew cogiГі un bloque de plГЎstico blanco de una caja y lo colocГі sobre la placa.

—Observad el trozo de plástico y la pantalla.

Todos fijaron sus ojos en el punto indicado.

Con voz baja, Drew ordenГі a Marlon:

—¡Vamos!

Marlon apretГі una tecla y el bloque de plГЎstico despareciГі de la placa y apareciГі en el campo de la cГЎmara, en medio del aire, cayendo inmediatamente sobre la silla de la profesora Bryce.

A todos los presentes se les cortГі la respiraciГіn por el desconcierto. Algunos se pusieron de pie y se acercaron para examinar la placa de la que habГ­a desaparecido la materia.

Novak estaba pГЎlida, mucho mГЎs blanca de lo que su condiciГіn de noruega le otorgaba.

Kobayashi habГ­a dejado de sonreГ­r. Con el ceГ±o fruncido observaba el invento, mientras Maoko tenГ­a los ojos desorbitados por el estupor.

Schultz estaba radiante. De pie al lado de la mesa, miraba la pantalla como si se viera el nacimiento de su primer hijo.

McKintock estaba satisfecho y disfrutaba ya de los beneficios para la Universidad, mientras Kamaranda parecГ­a ya meditar sobre el modelo matemГЎtico de lo que acababa de ver.

—¡Profesora Bryce! —exclamó Marlon.

Todos se volvieron hacia la silla ocupada por ella.

La profesora se habГ­a desmayado y yacГ­a, abandonada, contra el respaldo, con la cabeza vuelta hacia atrГЎs y los brazos inertes a los lados.

El rector se situГі delante de ella y la agitГі vigorosamente por los hombros.

—¡Megan! ¡Megan! —la llamó, gritando.

Bryce no reaccionaba, por lo que McKintock le dio dos fuertes bofetadas y la llamГі de nuevo:

—¡Megan! ¡Megan!

La mujer abriГі los ojos y se agitГі, incorporГЎndose, desorientada. Estaba pГЎlida como un cadГЎver.

—¿Qué... ha pasado? —preguntó.

—Se ha desmayado, profesora Bryce —respondió el rector—, ¿cómo se siente?

—Mejor, gracias. Estoy un poco mareada, pero se me pasará. Me arden las mejillas. No lo entiendo —dijo Bryce, dándose un masaje en la cara.

McKintock comenzГі a reГ­r, mientras todos los demГЎs se miraban con expresiГіn divertida.

—Marlon, haz un té para la profesora, rápido. Con mucho azúcar, mejor —dijo Drew.

El estudiante se retirГі al rincГіn del laboratorio que servГ­a de cafeterГ­a y empezГі a preparar la tetera.

—¿Ha desayunado por la mañana, profesora Bryce? ¿Podría ser que tuviera un nivel bajo de azúcar en sangre? —preguntó Drew.

—Sí, he desayunado —respondió la mujer—. No ha sido la falta de alimento lo que ha hecho que me desmaye, ¡sino la gran emoción que he sentido al ver funcionar el experimento!

Todos la miraron, perplejos.

—¿Pero, no lo entendéis? —exclamó Bryce—. Con un instrumento como ese podremos conseguir muestras de lugares inaccesibles, como los fondos oceánicos, el núcleo terrestre, ¡el interior de los seres vivos! Y sin ningún esfuerzo. Pensad a la curación de enfermedades. No hará más falta abrir un vientre para extirpar masas tumorales de manera estimativa e incompleta. Bastará regular correctamente el aparato sobre la silueta del tumor y realizar el intercambio. El tumor desaparecerá del cuerpo del enfermo, sin que tenga que ver siquiera un bisturí. ¡Nos encontramos frente a una nueva era en el campo de la biología y de la medicina!

—Aquí tiene el té, profesora —dijo Marlon acercándole la taza, que ella tomó con gratitud.

—Tome alguno de estos —intervino Maoko, ofreciéndole unos dulces que llevaba en una bolsa—. Son muy nutritivos.

—Gracias, señorita Yamazaki —aceptó Bryce. Bebió unos sorbos de té y después comenzó a mordisquear las pastas—. ¡Qué buenos! ¿De qué están hechos?

—Son productos naturales, sin colorantes ni conservantes —declaró inocentemente Maoko. Omitió precisar que estaban hechos fundamentalmente de judías Azuki, ya que conocía la dificultad de los occidentales para apreciar dulces que no estuvieran basados en harina de algún cereal.

La profesora Bryce comГ­a con apetito y se habГ­a recuperado completamente.

Los otros se habГ­an relajado, mientras tanto, y habГ­an vuelto a sus puestos.

—No había pensado a todas estas implicaciones —admitió McKintock, pensativo, que hasta entonces sólo había pensado en el transporte de objetos—. En efecto, las posibilidades de aplicación son enormes. Con este sistema podremos revolucionar la ciencia y la técnica.

—Por eso estamos aquí —dijo Drew, dirigiéndose a todos ellos—. Tenemos que estudiar este fenómeno y llegar a controlarlo. Durante los experimentos que hemos hecho hasta ahora Marlon y yo hemos conseguido cambiar la forma y la dimensión de la materia desplazada, pero nunca hemos podido cambiar el destino, el punto B, no sabemos por qué. El material que os hemos dado esta mañana contiene la información sobre el dispositivo, y los informes de cada transferencia de materia que hemos realizado, con los parámetros correspondientes, las regulaciones micrométricas, la energía utilizada y el resultado obtenido. Ahora tenemos que encontrar la base teórica del experimento.

—¿A qué debía servir esta máquina? —preguntó Kobayashi—. ¿Por qué la construiste, al principio?

—Quería hacer experimentos sobre una ionización a baja energía de los gases —mintió Drew, para no revelar su tentativo pueril de liberarse del yugo de su hermana con el corte de césped.

—Entiendo. —Kobayashi empezó a ojear la documentación—. ¿Has intentado sustituir este generador y ver si el efecto se sigue produciendo? —preguntó, señalando una parte del esquema.

—No, Nobu. No hemos modificado nada, para no arriesgarnos a perder para siempre la posibilidad de realizar el experimento con éxito.

—Muy bien, Drew-san. Lo primero que hay que hacer, sin duda alguna, es construir un sistema idéntico a este y ver si funciona.

Drew no lo habГ­a pensado.

Era obvio que Nobu tenГ­a razГіn.

—Marlon, haz una copia de la lista de elementos y consigue rápidamente todos los elementos disponibles comercialmente. Algunas partes las construimos a mano. Me ocuparé de ello personalmente. —Miró a su grupo de investigación—. Compañeros, ¿qué pensáis de todo esto?

Schultz estaba hablando con Kamaranda. InterrumpiГі lo que decГ­a y se dirigiГі a Drew.

—Lester, nos parece muy extraño que hayas podido producir un efecto tan revolucionario con un método tan simple. Piénsalo un poco. Han pasado ya dos siglos que el hombre experimenta con los campos electromagnéticos, usando las máquinas más complejas con los enfoques más variados. En todo este tiempo, es sorprendente que nadie se haya topado nunca con este fenómeno.

—Yo también estoy sorprendido, amigos míos. Por eso tenemos que comprender por qué se produce, y así podremos comprender también por qué todavía no lo había observado nadie.

—Tiene que estar produciéndose una distorsión extrema en el tejido espacio temporal —y volvió a hablar con Kamaranda. Los dos se acercaron a una pizarra y empezaron a escribir ecuaciones, a trazar gráficos con ejes inclinados, corregir y volver a escribir. El resto del laboratorio había dejado de existir para ellos.

—Bien, señoras y señores —dijo McKintock—, les recuerdo que este trabajo es absolutamente confidencial. No debéis hablar de ello con nadie, y por ninguna razón. Yo vuelvo a mi despecho, y espero sus noticias. Gracias por su valiosa colaboración —concluyó, y se marchó.

—Profesor Drew, ¿ha intentado poner una muestra en el punto B, dejando vacío el punto A, y activar el aparato? —intervino Jasmine Novak por primera vez, desde el inicio de la reunión.

—Todavía no. Podemos hacerlo ahora. Profesora Bryce, ¿viene conmigo?

—¡Por supuesto! —respondió ella alegremente. El té y las pastas habían cumplido con su función.

Se dirigieron al despacho de Bryce, mientras Novak permanecГ­a en el laboratorio estudiando la informaciГіn.

Una vez en su despacho, Bryce cogiГі de su silla el trozo de plГЎstico que habГ­an transferido, y lo observГі con atenciГіn, girГЎndolo en todas las direcciones. ParecГ­a perfectamente Г­ntegro. Drew, mientras tanto, se dio cuenta de que no conocГ­a con precisiГіn la posiciГіn del punto B, sino solo una indicaciГіn aproximativa: un poco sobre el asiento de la silla. Por lo tanto, no podГ­a colocar la muestra como habrГ­a hecho con el punto A. MirГі a su alrededor y vio un trozo de espuma de poliestireno en una caja de productos quГ­micos en una estanterГ­a. TenГ­a cincuenta centГ­metros de largo, y unos treinta de ancho y de alto. ConvenГ­a a su propГіsito. Lo apoyГі sobre la silla, vertical, esperando que el punto B quedara en su interior.

—Me quedaré aquí para reorientar la muestra si hiciera falta —dijo Bryce.

—De acuerdo. Estaremos en contacto por teléfono. Permanezca lejos de la silla.

La profesora sonriГі, al mismo tiempo que asentГ­a, y Drew volviГі al laboratorio.

—Ahora intentaré transferir espuma de poliestireno de B a —anunció.

Maoko cerrГі la carpeta con los documentos y se acercГі al ordenador.

—Profesor, ¿puedo? —le preguntó.

Drew vio que Kobayashi se habГ­a acercado a los instrumentos y miraba sonriente las regulaciones micromГ©tricas.

ВЎYa habГ­an leГ­do todos los informes y sabГ­an utilizar el dispositivo! Drew estaba incrГ©dulo.

—¡Te lo ruego! —aceptó Drew, calurosamente.

Maoko se sentГі frente al ordenador, verificГі los parГЎmetros y mirГі a Kobayashi. Este inclinГі su cabeza como gesto afirmativo. La muchacha presionГі la tecla de activaciГіn e, instantГЎneamente, apareciГі un cubo de unos cinco centГ­metros de lado sobre la placa denominada В«punto AВ».

Novak habГ­a observado todo en silencio.

—Profesor Drew, pregunte a Bryce si ha notado algún efecto en la muestra en el momento de la transferencia —solicitó.

Durante el experimento, Bryce habГ­a permanecido fuera del campo de la cГЎmara, que encuadraba el bloque de poliestireno colocado sobre la silla; aparentemente seguГ­a en la misma posiciГіn en la que lo habГ­a puesto Drew.

El fГ­sico cogiГі el telГ©fono y marcГі el nГєmero del despacho de Bryce. Ella respondiГі inmediatamente.

—¿Sí?

—Hemos hecho una transferencia exitosa hace unos treinta segundos. ¿Ha notado algo particular, sonidos, vibraciones u otro?

—Absolutamente nada. Si no me lo hubiera dicho, habría jurado que no había pasado nada. Y, sin embargo... —entró en el campo visual que se mostraba en la pantalla, cogió el poliestireno y lo puso delante de la lámpara de su escritorio, para observarlo por transparencia—, sí, a esta altura hay un punto en que la luz pasa más fácilmente. Diría que es un área de unos cinco centímetros de lado.

—Perfecto, gracias, profesora. Espere un momento, por favor.

MirГі a Novak interrogativamente.

—Hasta ahora hemos intercambiado materia sólida y aire —dijo ella—. Probemos ahora sólido y sólido.

Drew asintiГі.

—Profesora, por favor, coloque el poliestireno para que haya materia sólida en el punto B.

—De acuerdo.

Mientras tanto, Bryce habГ­a marcado un cГ­rculo en una cara del bloque de espuma con un rotulador, a la altura del punto en que la materia habГ­a desaparecido. ColocГі el mismo bloque de poliestireno, pero esta vez girado ciento ochenta grados. El punto B correspondГ­a a una parte intacta de la muestra.

Drew cogiГі un cubo de hierro de su caja de muestras, de cinco centГ­metros de lado, y lo colocГі sobre la placa.

—Preparados —dijo a sus compañeros japoneses.

Maoko activГі el aparato e inmediatamente despuГ©s Bryce exultГі por telГ©fono:

—¡Funciona! El bloque se ha vuelto más pesado, he visto como se ha hundido más en la silla. Esperad un momento.

LevantГі el bloque de espuma y notГі el aumento de peso. El examen a contraluz confirmГі que el bloque de hierro estaba contenido en el de poliestireno, despuГ©s de haber sido intercambiado desde el punto A por un trozo de poliestireno de idГ©ntico tamaГ±o, el cual aparecГ­a ahora sobre la placa en el laboratorio de fГ­sica.

Observar ese intercambio directamente, mirando la placa y la pantalla a su lado, fue una experiencia extraordinaria para todos; cuando Maoko apretГі la tecla de activaciГіn los dos bloques cambiaron de lugar, simplemente, como si fuera lo mГЎs natural del mundo.

—Tengo la impresión de que el fenómeno tiene que ver con la geometría intrínseca del espacio, y que prescinde completamente de lo que el espacio contiene —observó Novak. Se acercó a Kamaranda y Schultz y les contó este último experimento, así como sus consideraciones. Los dos estudiosos se miraron, después el hindú levantó los hombros y borró toda la pizarra. Se quedaron pensando un momento, y después volvieron a escribir, con los comentarios de Novak sobre algunos detalles de las ecuaciones. En general seguía una breve discusión, después modificaban la ecuación, y continuaban.

AsГ­ pasaron algunas horas.

Bryce fue a dar unas lecciones; sus estudiantes se preguntaron ese dГ­a quГ© podrГ­a haber pasado: no era seca y exigente como solГ­a, sino que parecГ­a colmada de una felicidad interior, de cuya causa no tenГ­an ninguna pista.

Kobayashi y Maoko empezaron a cambiar parГЎmetros y regulaciones micromГ©tricas en el dispositivo de una manera mГЎs sistemГЎtica y organizada que Drew y Marlon aquella noche determinante. Drew les habГ­a dado un gran nГєmero de muestras para las pruebas, y pudieron realizar numerosos experimentos. Hacia mediodГ­a, sin embargo, Kobayashi se puso de pie con rabia y lanzГі varias imprecaciones en japonГ©s, despuГ©s apoyГі las manos sobre la mesa del laboratorio y observГі con hostilidad el montaje. HabГ­a algo que no cuadraba. Antes de realizar el Гєltimo intercambio habГ­an configurado una regulaciГіn compleja, derivada de todos los apuntes y los esquemas que habГ­an escrito y que estaban apoyados ordenadamente sobre la mesa de al lado. Pero el resultado no era el que esperaban.

—¿Por qué no se desplaza el punto B? ¡Maldita sea! —exclamó Kobayashi.

Maoko tenГ­a una expresiГіn oscura y mostraba una frustraciГіn evidente. Ella tambiГ©n se levantГі, y cogiГі unos apuntes para releerlos por enГ©sima vez en busca de algГєn error.

—No hay errores, Kobayashi-san —declaró tras unos instantes—. Es como si hubiera otra placa polarizada que mantiene el campo en la misma posición.

—¡Pero no hay otras placas, Maoko-san! —respondió irritado el japonés—. Hay algo que no vemos, algo que se nos escapa. Y, además, ¿dónde estaría esa tercera placa, según tú?

Maoko mirГі hacia arriba, al techo.

—Allí, profesor —dijo, señalando arriba.

—¡Drew-san! —llamó Kobayashi con voz tensa.

Drew estaba construyendo unas piezas para construir la segunda mГЎquina. Se acercГі a grandes pasos a los japoneses.

—Dime, Nobu.

—¿Qué hay sobre el falso techo?

Drew lo mirГі con la boca abierta.

—¿Sobre el techo? —preguntó, estupefacto—. ¿Qué quieres decir con «sobre el techo»?

—Dentro del techo —insistió, impaciente Kobayashi. Cuando no conseguía resolver un problema se volvía irascible—. ¿Podría haber metal, que tú sepas? ¿Una enorme y larga placa de metal?

Drew lo mirГі aturdido, despuГ©s, de golpe comprendiГі lo que le estaba preguntado su compaГ±ero japonГ©s.

—En el techo no lo sé, pero sé lo que hay sobre el techo— respondió—. Hay un laboratorio de ciencia de los materiales. Vamos a verlo.

Seguido por Kobayashi y Maoko, Drew saliГі del laboratorio y empezГі a subir las escaleras. AbriГі con violencia las puertas del laboratorio, dejando paralizados a los estudiantes que estaban trabajando allГ­, y se dirigiГі a la zona que deberГ­a estar sobre su montaje.

Justo allГ­, tendida en el suelo, habГ­a una placa cuadrada de hierro galvanizado, de unos pocos milГ­metros de espesor y dos metros de lado.

—¡Aquí lo tenemos! —gritó Kobayashi, señalando un lado de la placa.

Maoko lo vio y comenzГі a asentir, descargando con un suspiro profundo la tensiГіn acumulada durante esas horas.

—No comprendíamos por qué el punto B no se desplazaba, hiciéramos lo que hiciéramos. Ahora está claro —explicó, exultante—. Esta placa hace de placa secundaria con respecto a la placa del punto A. Ambas son paralelas, y esta tiene una tensión de referencia cero, porque está conectada a la tierra —y señaló el mismo punto que antes había identificado Kobayashi.

Siguiendo el dedo de la muchacha, Drew vio que el borde de la placa tocaba la tuberГ­a de desagГјe del lavabo del laboratorio. El tubo metГЎlico estaba conectado al sistema de descarga, que acababa en la tierra, en algГєn sitio. Como la tierra era la referencia de tensiГіn cero para muchos sistemas de alimentaciГіn elГ©ctrica, aquella placa resultaba jugar un rol extraГ±o en el experimento de Drew.

—Si esta placa no hubiera estado aquí, o no hubiera estado conectada a la tierra, mi dispositivo no habría producido nunca el fenómeno que estamos estudiando —observó Drew—. Increíble.

—Estas son las coincidencias que hacen progresar al género humano, amigo mío —declaró Kobayashi, satisfecho.

Drew se dirigiГі a los estudiantes, que los miraban desconcertados.

—¡Tú! —dijo a un chico con aire de ser espabilado—, ¡ve ahora mismo a llamar a tu profesor!

—No tienes por qué enfadarte, Drew. Llevo aquí un buen rato.

Una voz tranquila y sardГіnica saliГі de detrГЎs de una cortina de estudiantes, seguida por su propietario.

—Oh, ejem..., perdona, Morton... —dijo, embarazado, Drew—, es que esta placa de metal es un elemento fundamental del experimento que estamos conduciendo abajo. ¿Te importaría dejarla donde está por algunas horas?

—No hay ningún problema, estimado compañero —le respondió Morton con serenidad—. Sigue trabajando tranquilamente. Pero... —dijo, mirándolo con una sonrisa—, ¡me debes un trago!

—Cuenta con ello, Morton, gracias.

Mientras volvГ­an abajo, Kobayashi hablГі con Maoko, y luego tradujo para Drew.

—Ahora tenemos que construir una placa secundaria más práctica. Bastará con una placa cuadrada de veinte centímetros de lado y de un milímetro de espesor. La fijaremos a un soporte regulable y la colocaremos inicialmente a diez centímetros sobre la placa del punto A. Por supuesto, la conectaremos a la tierra para que tenga el mismo comportamiento eléctrico que la placa del laboratorio de ciencias de los materiales.

Drew se puso a trabajar en ello inmediatamente y en una hora la placa secundaria estaba lista.

Kobayashi la colocГі como habГ­a pensado, y despuГ©s buscГі una muestra en la caja de Drew para ponerla en el punto A. La caja estaba completamente vacГ­a: habГ­an usado todo lo que habГ­an puesto a su disposiciГіn.

—¿No hay nada más que podamos utilizar? —preguntó Kobayashi con impaciencia.

—Déjame que piense... —Drew miró a su alrededor y, como no encontró nada, cogió un vaso de plástico lleno de agujas transparentes de cristal y se lo dio al japonés.

—Usa esto. No sé qué es, pero creo que no es nada especial.

Kobayashi colocГі el vaso en la placa del punto A y despuГ©s, sin tocar ninguna regulaciГіn, hizo un gesto a Maoko, que pulsГі la tecla de activaciГіn.

Al instante, una fuerte explosiГіn sacudiГі el laboratorio. Todos se tiraron al suelo, aterrorizados. Drew no podГ­a respirar y la lanzГі hacia la puerta. La abriГі de par en par y volviГі dentro a ayudar a los demГЎs.

Novak estaba tirada en el suelo, boca abajo, inconsciente. Schultz y Kamaranda se estaban levantando en ese momento; jadeantes sujetaron a la noruega, cogiГ©ndola por debajo de los brazos uno y el otro por los pies, y la llevaron a fuera.

Maoko y Kobayashi habГ­an salido por su propio pie y estaban respirando a grandes bocanadas.

Drew se habГ­a recuperado bastante bien y se precipitГі hacia Novak. Kamaranda la estaba sacudiendo fuertemente, mientras Schultz le mantenГ­a las piernas algo elevadas, para favorecer la circulaciГіn. En pocos segundos la mujer recuperГі la consciencia y, con ayuda de sus compaГ±eros, se puso de pie.

Mientras tanto habГ­an llegado numerosas personas de las zonas cercanas.

Drew minimizГі el incidente para no llamar la atenciГіn sobre su investigaciГіn secreta.

—Ha explotado una alimentación, nada de particular. Ya sabéis lo que pasa, cosas viejas, no hay dinero para renovar el material, y así pasan estas cosas.

Estudiantes y compaГ±eros de los otros laboratorios asintieron con comprensiГіn y, viendo que las personas implicadas estaban bien, aunque tambiГ©n algo aturdidas, volvieron a sus tareas.

En ese momento volviГі la profesora Bryce.

HabГ­a oГ­do la explosiГіn de lejos, mientras se dirigГ­a al laboratorio, y se habГ­a dado prisa para llegar.

—¿Qué habéis hecho? —preguntó, preocupada, viéndolos en ese estado, con la ropa estropeada y el pelo sucio y despeinado.

—Todavía no lo sabemos —respondió Drew, mirando a su alrededor, desconfiado, para asegurarse de que no había nadie que pudiera oírlos.

Volvieron con cautela al laboratorio.

La mesa con el experimento estaba intacta.

Drew dio la vuelta al laboratorio y de repente vio lo que habГ­a pasado.

En la zona de la cafeterГ­a, la botella de agua habГ­a explotado.

Era una botella de diez litros y no habГ­a quedado ni un hilo de plГЎstico del material que la constituГ­a.

A su alrededor, todos los objetos metГЎlicos estaban corroГ­dos y echaban humo. La pared estaba ennegrecida y, en el suelo, el lГ­quido incoloro se mezclaba con fragmentos caГ­dos de los objetos daГ±ados.

—Pero ¿qué habéis hecho? —preguntó de nuevo Bryce.

Kamaranda, Schultz y Novak miraron inquisitivos a Drew y a los dos japoneses.

—Bueno... hemos construido una nueva pieza para la máquina, la hemos montado y hemos intentado transferir una muestra. Eso es todo —dijo Drew, inseguro.

Maoko y Kobayashi miraban delante de ellos sin expresiГіn alguna.

—¿Una muestra? ¿Qué muestra? —se informó, alarmada, Bryce.

—Ejem... —empezó Drew—, como nuestras muestras se habían acabado busqué por el laboratorio y encontré un vaso lleno de cristales transparentes con forma de aguja... estos de aquí —y señaló un vaso idéntico al primero, en un estante.

La profesora Bryce palideciГі.

—¡Desgraciado! —gritó— ¡eso es yoduro de berilio!

Todos los presentes la miraron con expresiГіn embobada.

—¿No lo entendéis? —gritó todavía más fuerte—. ¡El yoduro de berilio es fuertemente higroscópico y reacciona violentamente con el agua! Y la reacción produce ácido yodhídrico, ¡uno de los ácidos más corrosivos! Tenéis suerte se seguir estando enteros. ¿Pero cómo se os ha ocurrido mandarlo a la botella de agua?

Los dos japoneses seguГ­an sin hablar, pero Drew los mirГі con intensidad.

—No podíamos prever dónde estaría el punto B con la nueva placa —dijo Kobayashi con una voz átona—. Este ha sido el primer experimento, y en función de este resultado podremos comenzar a calibrar una escala dimensional para situar el destino de los intercambios.

Maoko asintiГі frГ­amente.

—¿Os dais cuenta del peligro que habéis ocasionado? —exclamó Novak—. Esa muestra podía acabar en cualquier lugar, ¡incluso dentro de una persona!

—¿Y entonces? —la confrontó Maoko —. ¿A lo mejor usted es una gran científica y tenía otra solución? ¿Nos habéis dado algún elemento que nos permitiera calibrar la máquina? ¡No! Así que nosotros teníamos que experimentar. Y el riesgo estaba aceptado. Nosotros también estábamos en este laboratorio. ¡El problema de vosotros, occidentales, es que para vosotros la muerte es lo peor que puede ocurrir, mientras que, para nosotros, orientales, es también una cuestión de honor! ¡Morir de manera honorable, realizando una gran empresa, es uno de nuestros valores supremos! —concluyó la pequeña japonesa con los ojos en llamas y apretando los puños.

Novak iba a responder, pero Drew intervino para calmar los ГЎnimos.

—Calma, por favor. En efecto, no veo cómo podríamos haberlo hecho de otra manera, sin una teoría consolidada. ¿Pero cómo ha llegado el yoduro de berilio a un laboratorio de física?

Nadie respondiГі, pero la profesora Bryce cogiГі el vaso que quedaba y se lo llevГі. Aquella maГ±ana habГ­a llegado a la reuniГіn con dos vasos, que debГ­a llevar a su laboratorio para algunos experimentos rutinarios, y los habГ­a dejado temporalmente en un estante. El desmayo y toda la actividad posterior, con los intercambios de muestras entre el laboratorio y su despacho, le habГ­an hecho olvidar sus muestras completamente.

CapГ­tulo X



Marlon habГ­a tenido suerte.

Buena parte de los elementos necesarios para la construcciГіn de la segunda mГЎquina la habГ­a encontrado en otros laboratorios de fГ­sica y de ingenierГ­a electrГіnica. El resto lo consiguiГі por un proveedor cerca de la universidad, al que pudo llegar en bicicleta.

Todo cabГ­a en una caja de tamaГ±o mediano y que pesaba algunos kilos; como ya era mediodГ­a fue a comer a la cafeterГ­a de la universidad, llevando la caja consigo.

Como cada dГ­a, la comida en la cafeterГ­a era la ocasiГіn de ver a Charlene. En cuanto ella lo vio con aquella caja y una expresiГіn jadeante comprendiГі que algo estaba sucediendo, probablemente relacionado con el extraГ±o comportamiento de Joshua desde hacГ­a algunos dГ­as. Esa actitud misteriosa, esa tensiГіn interior que se entreveГ­a a pesar de los esfuerzos del chico por disimularla, la convencГ­an mГЎs y mГЎs que su novio portaba un gran secreto, tan secreto que no podГ­a contГЎrselo ni siquiera a ella.

IntentГі provocarlo.

—¿Qué tal? —preguntó deliberadamente con un tono ansioso—. Me tienes preocupada, Joshua. Estás taciturno, no hablas de tus estudios, ¡y ni siquiera has venido a verme a mi habitación! —acabó, con malicia.

—Oh, sí, perdona, amor mío —intentó tranquilizarla Marlon—, estoy preparando un dispositivo complicado y estoy muy concentrado en el trabajo.

—¿Así que no tienes tiempo para mí? —respondió ella, molesta.

—¡No, no es eso! Es que se trata de un experimento muy delicado que... —miró a su alrededor con aire circunspecto —que solo puedo hacer yo. Si sale bien, tendré un éxito tal en mi carrera que nadie podrá igualarme —concluyó, susurrando en su oído.

No habГ­a mentido y tampoco habГ­a revelado informaciones reservadas. Estaba a gusto con su conciencia y esperaba haber satisfecho a su novia.

—Ah, es eso entonces —Charlene respondió con una falsa expresión de alivio. Marlon era un libro abierto para ella, que tenía un instinto natural para captar las mentiras. Además, el hecho de estudiar psicología le había permitido estudiar las microexpresiones faciales, lo cual la había apasionado de tal manera que había empezado a estudiar por su cuenta todo lo que había encontrado sobre el tema, en paralelo a los cursos normales de su facultad. Veía con toda claridad que Marlon estaba tratando con algo enorme y no quería que ella lo supiera. Y había más, mucho más que un posible resultado brillante de sus estudios. Algo lo tenía en vilo y al mismo tiempo lo llenaba de entusiasmo. Si él no quería o no podía decírselo tenía que ser algo muy, muy secreto.

—Muy bien Joshua. Me alegro —le mintió descaradamente.

Marlon suspirГі aliviado y volviГі a comer, pensando haber acabado con las preguntas.

Charlene le ofreciГі una sonrisa y atacГі su ensalada con apetito.

В«Creo que te voy a dar una pequeГ±a sorpresa, amor mГ­oВ», pensГі para sГ­, y comenzГі a preparar una estrategia para conseguir de una vez por todas, una respuesta.

No podГ­a soportar, de ninguna manera, que su novio tuviese secretos con ella.

CapГ­tulo XI



Marlon acabГі de comer sobre la una, se despidiГі de Charlene y volviГі al laboratorio.

Durante el trayecto se cruzГі con la profesora Bryce; tenГ­a una expresiГіn oscura y lo ignorГі cuando Г©l fue a saludarla.

En cuanto abriГі la puerta del laboratorio se dio cuenta de que habГ­a ocurrido algo grave. Todos tenГ­an la ropa sucia y arrugada, y, en el laboratorio, reinaba el caos. Un humo acre se desprendГ­a todavГ­a de las partes metГЎlicas atacadas por el ГЎcido, la zona de descanso estaba destrozada y muchos instrumentos parecГ­an daГ±ados definitivamente. Por suerte, el montaje para los intercambios estaba intacto, gracias a un armario que lo habГ­a protegido de la explosiГіn.

NotГі un mal humor generalizado y, sobre todo, una hostilidad evidente entre Maoko y Novak, que se miraban con expresiГіn arisca.

Cuando lo vio entrar, Drew lo llamГі.

—Hemos provocado una explosión, Marlon —le explicó el profesor con aire grave.

Drew le contГі lo que habГ­a ocurrido esa maГ±ana y acabГі con la descripciГіn del accidente. El estudiante lo escuchГі con preocupaciГіn creciente.

—Profesor, esto significa que, en cada intercambio que intentemos hacer a partir de ahora no sabremos dónde está el punto B —dijo, mostrando sus temores—. Me parece muy peligroso. ¿Qué podemos hacer?

—Por ahora, parar. Como ves —dijo Drew, señalando a sus compañeros y a sí mismo—, todos necesitamos hacer una pausa y comer. ¿Has encontrado el material?

Marlon asintiГі y posГі la caja sobre una mesa cercana.

—Muy bien, Marlon. ¿Tú has comido ya?

—Sí, profesor.

—Perfecto. Quédate aquí vigilando. Nosotros vamos a recargar las pilas. —Llamó a los demás—. Compañeros, ¿todos de acuerdo para hacer una pausa?

Todos asintieron vigorosamente.

—Muy bien. Nos vemos aquí otra vez, digamos a las... —propuso al mismo tiempo que miraba el reloj—, a las cuatro.

Los cientГ­ficos salieron y Marlon se quedГі solo.

IntentГі ordenar el laboratorio, aunque la tarea era ardua. AbriГі las ventanas de par en par para crear una corriente de aire que se llevara el humo que todavГ­a quedaba. Se puso unos guantes y, escoba en mano, recogiГі todos los fragmentos que vio por el suelo. Los trozos mГЎs pequeГ±os habrГ­an ido seguramente a los huecos entre los muebles y a los rincones mГЎs inaccesibles del local; difГ­cil encontrarlos sin desmontar todo y desordenando todavГ­a mГЎs el laboratorio. Esos fragmentos los iban a encontrar durante los prГіximos aГ±os, poco a poco, los mГЎs fervientes a la limpieza y los estudiantes que trabajaran allГ­. Ninguno de ellos sabrГ­a cГіmo habГ­an llegado allГ­, a los lugares mГЎs recГіnditos, fragmentos de metal corroГ­do y de plГЎstico fundido.

Algunos trozos, ademГЎs, no se encontrarГ­an nunca. Ya eran parte del edificio, y el recuerdo silencioso de un experimento del que no se podГ­a hablar, pero que era una piedra angular del progreso cientГ­fico.



Cuando acabГі de limpiar, Marlon liberГі completamente una mesa y, con un paГ±o hГєmedo con detergente, limpiГі el plano y despuГ©s colocГі todos los elementos que habГ­a encontrado, alineГЎndolos y clasificГЎndolos por tipologГ­a. Faltaban las piezas hechas a mano que Drew estaba preparando.

CogiГі, de otra mesa, un ordenador similar al que usaban para el experimento y lo colocГі tambiГ©n en la mesa limpia, despuГ©s instalГі los mismos programas que habГ­a en el otro. CompletГі la instalaciГіn con los parГЎmetros que habГ­an guardado en el disco la noche del descubrimiento.

Vio que la pizarra estaba llena de ecuaciones, grГЎficos y dibujos extraГ±os que, intuyГі, intentaban representar configuraciones posibles de una distorsiГіn espaciotemporal. IntentГі seguir el hilo del razonamiento expresado allГ­, pero se dio cuenta de que no tenГ­a suficientes conocimientos para comprender todo. PodГ­a comprender por dГіnde habГ­an empezado, evidentemente, la relatividad general, pero el desarrollo era oscuro. HabГ­a habido numerosas correcciones, de lo que deducГ­a que esas mentes prodigiosas luchaban fuertemente para penetrar la esencia de ese fenГіmeno portentoso. DistinguiГі con claridad tres escrituras distintas, que se alternaban de manera completamente casual. La intuiciГіn de uno era la soluciГіn del problema que habГ­a bloqueado a otro, y el trabajo en la pizarra representaba con la mГЎxima evidencia cГіmo los profesores estaban aunando sus facultades para convertirse en un Гєnico supercientГ­fico, sin que cada individuo fuese mejor que otro.

Eso era el autГ©ntico espГ­ritu de la investigaciГіn en grupo, y Marlon estaba feliz de formar parte de Г©l.

TodavГ­a estaba mirando la pizarra cuando llegaron Maoko y Kobayashi. Estaban discutiendo animadamente, en japonГ©s, algo completamente incomprensible para Г©l. Por el tono de voz y los gestos, le parecГ­a comprender que Maoko querГ­a absolutamente hacer una cosa y que Kobayashi intentaba disuadirla.

Lo vieron y dejaron de discutir.

—Oh, hola, Marlon-san —lo saludó Kobayashi—. Bien, has encontrado todo el material para la segunda máquina. Podemos empezar a construirla ahora mismo. Seguiremos con los experimentos más tarde —concluyó con energía, mirando a Maoko directamente a los ojos y haciendo énfasis en el «más tarde».

La muchacha hizo una mueca y fue a buscar su cartera, donde estaba el plano de la mГЎquina.

Marlon consiguiГі los distintos cables, tornillos, y una variedad de accesorios para el montaje. DespuГ©s colocГі sobre la mesa las herramientas necesarias: alicates, destornilladores, tijeras e incluso un taladro elГ©ctrico para perforar agujeros



Kobayashi y Г©l empezaron a perforar la placa soporte, mientras Maoko daba las indicaciones con las medidas. DespuГ©s montaron los elementos verticales del esqueleto del dispositivo. Colocaron algunos componentes en estos elementos y los conectaron a una caja elГ©ctrica de conexiones sujeta a la placa. Prepararon con cuidado un imГЎn que formaba un circuito resonante junto con un condensador constituido por dos placas una en frente de la otra, y cuya distancia se podГ­a regular con un tornillo micromГ©trico. Regularon la distancia a tres milГ­metros exactamente, el mismo valor con el que estaba calibrado el condensador de la mГЎquina original.

DespuГ©s de cada fase de montaje, Maoko verificaba que las conexiones y las regulaciones correspondieran perfectamente a lo que indicaban los documentos.

Colocaron el generador de alta tensiГіn en la placa de soporte y lo conectaron a la caja de conexiones y al imГЎn.

Los parГЎmetros que iban modificando durante los experimentos influГ­an en la tensiГіn, la corriente y la forma de la onda producida por el generador, por lo que conectaron este componente al ordenador para controlarlo.

Mientras fijaban los soportes para dos retГ­culos de ionizaciГіn llegГі Drew, seguido en muy poco tiempo por Novak, Schultz y Kamaranda.

—Veo que habéis avanzado. Fenomenal —dijo Drew, observando el trabajo realizado. Fue a coger una caja y se la dio a Marlon—. Aquí están las piezas que he construido esta mañana. Faltan la placa del punto A y la placa secundaria —miró a Kobayashi, incierto.

El japonГ©s le devolviГі la mirada con aspecto serio.

—La máquina tiene que ser exactamente igual, Drew-san —dijo—. Si el comportamiento es idéntico al de la máquina original, sabremos que el efecto de intercambio es una realidad científica, reproducible y utilizable. Si no, tendrás que olvidar todo lo que hemos hecho hasta ahora.

Los cientГ­ficos noruego, hindГє y alemГЎn ya estaban en la pizarra, concentrados en una ecuaciГіn particular.

Drew estaba contra las cuerdas y no tenГ­a alternativas.

Fue al banco mecГЎnico y preparГі las dos placas.

Cuando se las llevГі a Kobayashi, vio que todo lo demГЎs ya estaba montado. Maoko estaba guiando a Marlon para la regulaciГіn de una distancia micromГ©trica


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—Un poco más... más... no, ¡demasiado! —La muchacha medía con un micrómetro digital el espacio entre dos retículos de ionización—. Hacia atrás despacio... sigue... despacio... ¡para! Un poco más, pero poco, poco... cuidado... y... ¡para!

Marlon retirГі inmediatamente su mano del tornillo de regulaciГіn, sin rozarlo.

Maoko se enderezГі, respirГі, y volviГі a inclinarse sobre la mesa para repetir la medida y comprobar que correspondГ­a a los datos iniciales.

—Cuatrocientos treinta y siete micrómetros. Perfecto. Fija el tornillo.

Marlon abriГі y cerrГі varias veces la mano, para relajar los mГєsculos cansados, y despuГ©s la acercГі lentamente al tornillo de regulaciГіn micromГ©trica para, con la mГЎxima delicadeza, apretar la arandela de fijaciГіn concГ©ntrica. Aguantaba la respiraciГіn para no provocar movimientos indeseados de la mano. Se retirГі y mirГі a Maoko.

Ella no habГ­a quitado los ojos del micrГіmetro en ningГєn momento.

—Bien —declaró, mirando seriamente la pantalla del instrumento.

MirГі a Drew.

—En nuestra opinión —dijo, mirando a Kobayashi, que aprobó con la cabeza—, esta regulación es probablemente la más crítica del proyecto. Durante la generación de energía necesaria para que ocurra el intercambio, los retículos producen un campo ionizado especial que genera un efecto secundario en el espacio a su alrededor, se acopla con las placas del punto A, la primaria y la secundaria, y, de alguna manera, provoca el intercambio.

—El ordenador da la orden al generador de alta tensión para que genere un impulso de energía de una duración de medio segundo —continuó Kobayashi—. Hemos observado que cambiar la duración del impulso influye poco sobre el funcionamiento. El efecto se produce siempre del mismo modo, con la condición de que la duración sea de al menos dos décimas de segundo. Por encima de ese umbral no se manifiestan cambios en el resultado del intercambio. Suponemos que el campo ionizado de los retículos alcanza la intensidad óptima cuando se impone, al menos durante el intervalo de tiempo mínimo, un valor de 1.123,08 V al parámetro K22 con una distancia entre los retículos de 437 micrómetros. Otros parámetros del sistema varían las dimensiones y la forma de la materia intercambiada, y queda por determinar qué determina las coordenadas del destino, para lo que hay que experimentar a partir del punto B, que la placa secundaria ha desplazado a este laboratorio.

—Bien —asintió Drew, serio—. Sigamos.

Montaron las placas A y A2, como habГ­an denominado la placa secundaria, y Maoko controlГі de nuevo todas las conexiones y las regulaciones.

Marlon se sentГі frente al ordenador, lanzГі el programa necesario y comprobГі la comunicaciГіn con el generador. Funcionaba perfectamente. Se volviГі hacia los demГЎs con expresiГіn interrogante.

Drew estaba angustiado. Todo estaba listo para ensayar la segunda mГЎquina, pero Г©l tenГ­a pavor de que el intercambio ocurriera en el interior de una persona. HabrГ­a sido un desastre, una tragedia para su carrera y para el futuro de la ciencia. Incluso para la vГ­ctima, para ser sinceros.

Kobayashi lo miraba como un samurГЎi habrГ­a mirado a un compaГ±ero que no se atrevГ­a a suicidarse por honor. Drew sentГ­a el desprecio de su amigo, pero no podГ­a cambiar su manera de sentirse. No tenГ­a miedo solo por sГ­ mismo, sino por todos los demГЎs.

Maoko colocГі los puГ±os sobre sus caderas, inclinГі la cabeza y se puso a mirarlo de soslayo, molesta, esperando.

Marlon lo miraba, nervioso.

Drew dudГі todavГ­a, inseguro, pero finalmente se decidiГі.

—De acuerdo —dijo, con resolución—. Intentémoslo.

Maoko se acercГі al ordenador y mirГі a Marlon intensamente. Г‰l entendiГі y se levantГі enseguida, incluso aliviado de que le hubieran relegado de esa responsabilidad.

Maoko se sentГі e introdujo los valores de todos los parГЎmetros, y luego mirГі a Drew.

—Una muestra, por favor —dijo con voz seca, como el viento que azota la cima del monte Fuji.

Drew mirГі alrededor, despuГ©s eligiГі un pequeГ±o prisma de cristal y lo situГі en la placa primaria.

Maoko mirГі a Kobayashi, que observГі por Гєltima vez los instrumentos para asegurarse de que todo era correcto, y despuГ©s afirmГі con un gesto de la cabeza.

La joven acercГі el dedo a la tecla de activaciГіn, dirigiГі su mirada a la muestra, e hizo un ademГЎn para apretar la tecla, cuando un grito de Novak la paralizГі al instante.

—¡Quietos! —chilló, corriendo hacia la mesa de experimentación seguida por Schultz y Kamaranda—. ¡No actives la máquina! ¡Todos quietos! —ordenó, agitadísima.

Maoko retirГі la mano del teclado y mirГі con odio a Novak.

—Hemos comprendido cómo se definen las coordenadas —continuó la mujer noruega—. Están directamente relacionadas con la distancia entre la placa primaria y la secundaria según una función matemática que analizaremos más tarde, pero el problema es que, según nuestro trabajo, hay una relación particular con la longitud de Planck


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Drew la mirГі atГіnito.

—¿Qué quieres decir exactamente?

—Quiero decir que algunos de vuestros estimados parámetros influyen sobre las coordenadas de destino, más de lo que cabría esperar, pero sólo si se ajustan a valores muy específicos y de acuerdo con combinaciones bien definidas —anunció triunfalmente—. Hasta esta mañana el destino se encontraba en el despacho de la profesora Bryce solo porque la relación con la distancia entre la placa del punto A y la placa en el laboratorio encima de este no cambiaba con una combinación de los parámetros oportunos. Cuando habéis montado la nueva placa secundaria el experimento ha funcionado igualmente, solo que, al ser menor la distancia entre las placas, el destino del intercambio también se ha reducido. Hemos encontrado una función aproximada que puede explicar este comportamiento. Por suerte para todos nosotros, no habéis encontrado las combinaciones cruciales con vuestros experimentos. Hay tres parámetros, el K9, el K14 y el R11, que, según lo que hemos comprendido, componen una triada de traslación. La triada desplaza el punto B de una mera posición relacionada con la distancia entre la placa A y la placa A2, corregida con la función que he mencionado, a una posición en el espacio completamente arbitraria. Y cuando digo arbitraria quiero decir «donde sea» —Kamaranda y Schultz asentían vigorosamente.

—Quiere decir... —balbuceó Drew.

—Quiero decir, egregio profesor Drew, que configurando correctamente la triada podemos situar el punto B en una posición cualquiera del universo conocido —concluyó Novak con los ojos brillantes y la expresión animada.

Drew estaba como loco. HabГ­a aguantado la respiraciГіn durante la explicaciГіn de la cientГ­fica y ahora le faltaba el oxГ­geno.

Marlon tenГ­a un sudor frГ­o causado por todo lo que acababa de aprender, mientras Kobayashi y Maoko sonreГ­an satisfechos. QuiГ©n sabe por quГ©.

—La longitud de Planck aparece en la ecuación de la traslación para establecer posiciones discretas del punto B —explicó Schultz—. Esto significa que, por ejemplo, podemos situar el punto B en la superficie de Júpiter, en las coordenados con latitud 30º N y longitud 125º E, y ni un metro más lejos, más cerca, arriba o abajo. La destinación alternativa más cercana podría estar a 100 kilómetros de distancia. Esto es solo un ejemplo, cuidado, porque todavía tenemos que encontrar los valores reales, y además hay que experimentar con la triada.

—Entonces... —tentó Drew.

—Entonces —intervino Kamaranda— si la máquina que acabáis de construir presenta alguna diferencia, por pequeña que esta fuera, estructural o de regulación, el destino se desplazará. En vez de donde estaba la botella de agua, ahora destruida, el punto B se encontraría en otro sitio, siendo la magnitud del desplazamiento proporcional a la longitud de Planck según la función que hemos encontrado.

—¡La máquina es igual! —exclamó Maoko con rabia, pero Kobayashi posó su mano sobre el brazo de la chica para calmarla.

—Hemos situado los retículos de ionización a 437 micrómetros de distancia —dijo el científico japonés—. El instrumento que hemos usado para calibrar la distancia tiene una resolución de un micrómetro, por lo que el valor exacto puede variar entre 436,5 y 437,4 micrómetros


(#litres_trial_promo). Supongamos que la distancia sea de 436,9 micrГіmetros. ВїDГіnde estarГ­a el punto B?

Novak, Kamaranda y Schultz volvieron a la pizarra, borraron una zona que no era indispensable y desarrollaron la funciГіn basГЎndose en los datos reales recibidos de sus compaГ±eros. La ecuaciГіn era compleja y tardaron unos minutos, hasta que Schultz anotГі el resultado en una hoja y los tres volvieron a la mesa con el dispositivo.

—Suponiendo que no queremos modificar la triada —dijo el alemán—, es decir, dejando los parámetros como están, el punto B estaría a unos 18,6 metros respecto a la botella de agua. La dirección del desplazamiento no sabemos determinarla todavía, así que imaginaos una esfera de 18,6 metros de radio centrada en la posición de la botella. Pues bien, el nuevo punto B estará en un punto cualquiera de la superficie de esa esfera.

Drew mirГі por la ventana.

Ya era de noche. HabГ­a pocas personas por las avenidas de la Universidad cercanas al laboratorio. En los pisos superiores seguramente ya no habГ­a nadie, y lo mismo en los locales adyacentes. La superficie de la esfera imaginaria pasaba tambiГ©n bajo la tierra, ademГЎs. ВїPodrГ­an pasar tuberГ­as de gas por allГ­? Drew pensaba que no. Una opresora sensaciГіn de impotencia se mezclaba con resignaciГіn se apoderГі de Г©l. SentГ­a como si tuviera una roca sobre el pecho que le impedГ­a respirar. Fue a la puerta, la abriГі y saliГі a respirar el aire fresco de su Manchester. RespirГі unas bocanadas profundas, repetidamente, mientras los demГЎs lo miraban desde dentro.

ВїPodГ­a pedir permiso a McKintock para realizar un experimento asГ­? No, el rector lo habrГ­a ridiculizado por haber montado todo aquello y despuГ©s no ser capaz de controlarlo.

TenГ­a que asumir su responsabilidad, y tambiГ©n los riesgos asociados.

VolviГі a entrar y se dirigiГі a Schultz.

—¿Cuál sería el radio de la esfera imaginaria si el retículo de ionización estuviera a 436,5 micrómetros? ¿Y con 437,4?

—Unos 62 kilómetros en el primer caso, y 15 en el segundo. —Ya lo habían calculado, previendo la pregunta—. Y si la distancia fuera 436,99 micrómetros, la esfera tendría un radio de pocos metros, pasando por nuestros cuerpos —añadió Schultz para concluir.

Drew abriГі mucho los ojos durante un segundo, despuГ©s le dominГі una sensaciГіn de cansancio.

ВїCГіmo podГ­a experimentar con una tolerancia tan amplia?

No podГ­a. Y al mismo tiempo no tenГ­a alternativas.

—Hagámoslo —dijo con voz seria, bajando la cabeza y mirando al suelo con ojos vacíos.

Todos se colocaron alrededor de la mesa con la segunda mГЎquina. Novak estaba cubierta de sudor frГ­o, mientras que Marlon se apartГі un poco, como si esto pudiera protegerlo de alguna manera.

Maoko observГі de nuevo todo el sistema y despuГ©s presionГі la tecla con decisiГіn.

Una masa roja y densa apareciГі en lugar del prisma de cristal, desecha, y comenzГі a fluir lentamente por la placa.

Plop.

Plop.

Todos los presentes palidecieron.

Drew vomitГі allГ­ donde estaba, cayendo despuГ©s de rodillas sobre su propio vГіmito.

Las piernas de Novak cedieron y tuvo que agarrarse a una estanterГ­a, pГЎlida como un cadГЎver.

Kamaranda y Schultz se quedaron de piedra, y los japoneses no mostraron ninguna reacciГіn.

Marlon tenГ­a los ojos y la boca abiertos de par en par, aterrorizado.

DespuГ©s de unos segundos, sin embargo, mirando la masa roja, notГі algo.

Se acercГі para ver mejor.

HabГ­a algo, en medio de esa pasta.

CogiГі unas pinzas y, con un cuidado extremo, la introdujo en la masa.

DudГі un momento, despuГ©s cerrГі el pico de la pinza sobre un trozo sГіlido.

RetirГі la pinza con mucha atenciГіn y dejГі caer el objeto encontrado sobre la mesa.

Los demГЎs seguГ­an sus movimientos como si estuvieran en un trance, menos Drew que seguГ­a arrodillado, impresionado.

Marlon examinГі el objeto durante unos momentos, despuГ©s cogiГі un vaso de cristal y lo llenГі con agua de un grifo del laboratorio.

CogiГі el objeto con la pinza y lo sumergiГі en el agua, sin soltarlo. Lo sacudiГі varias veces para limpiarlo, y el agua del vaso se tornГі de color rosa.

AlzГі la pinza lentamente para sacar el objeto limpio.

Una sonrisa se dibujГі en su rostro, y emitiГі un sonoro suspiro de alivio.

—Profesor —llamó—, profesor Drew...

Drew sacudГ­a la cabeza, y daba la espalda a todo el mundo, como si no quisiera saber nada.

—Profesor —insistió Marlon—. Todo está bien, profesor. Mire esto.

Drew se levantГі con dificultad, sin ganas, y se acercГі reluctante.

Lo que vio lo dejГі de piedra.

Marlon sujetaba un trozo de plГЎstico rosa con la pinza, al que estaba sujeta una etiqueta estampada.

—Esta es la salsa de tomate que pongo todos los días sobre mi filete —explicó el estudiante—. El comedor de la Universidad la compra directamente a Italia, a un productor artesano, y la guardan en un refrigerador que está a unos veinte metros al este de aquí.

»Está muy rica, ¿sabe? —añadió—. Está aromatizada con orégano, mi especia preferida.

CapГ­tulo XII



Maoko estaba volviendo a su apartamento, caminando despacio por las avenidas del campus, iluminadas por farolas de estilo victoriano. El aire de la noche era refrescante y energizante, despuГ©s de un dГ­a como aquel.

Estaba muy cansada, pero, al mismo tiempo, excitada por los resultados obtenidos.

Era increГ­ble que en un solo dГ­a hubieran podido construir una segunda mГЎquina que funcionaba, y, ademГЎs, llegar a una aproximaciГіn a la teorГ­a del fenГіmeno. Drew habГ­a elegido bien su equipo, y la uniГіn de esos expertos habГ­a tenido un resultado excepcional.

Estaba feliz de que Kobayashi la hubiera traГ­do con Г©l. SabГ­a haber contribuido de manera importante a la investigaciГіn, y esto la llenaba de orgullo. DespuГ©s de todo, habГ­a conseguido calibrar el retГ­culo de ionizaciГіn con solo 0,1 micrГіmetros de error, un valor extremadamente reducido, puesto que habГ­a usado un calibrador con resoluciГіn de un micrГіmetro.

LlegГі delante de la puerta de su apartamento, en una zona mГЎs bien aislada del campus. GirГі la llave en la cerradura y abriГі la puerta. Estaba dando el primer paso hacia el interior cuando un ruido precipitado la hizo girarse de golpe.

De la oscuridad surgiГі Novak, que se situГі delante de ella con ojos incendiados.

—¡Señorita Yamazaki! —la interpeló bruscamente—. ¿Cómo se ha permitido, hoy, dirigirse a mí de ese modo? ¡Usted, una mera estudiante! —de manera impulsiva dio un paso hacia delate y pasó el umbral de la puerta—. ¡En todos mis años de enseñanza no he encontrado nunca nadie tan insolente como usted! —siguió, hablando con desprecio—. Quizá en vuestro país de comedores de arroz estáis acostumbrados a trataros como perros los unos a los otros, pero aquí, en occidente... ¡fff!

Maoko le habГ­a tapado la boca con una mano, cerrГЎndosela con fuerza. Con la otra mano la agarrГі por la muГ±eca derecha y al mismo tiempo clavГі su mirada en los ojos de la mujer noruega. Entonces Maoko abriГі los suyos de manera innatural, sin parpadear, y sus pupilas negras parecieron agrandarse desmesuradamente, irradiando una luz hipnГіtica que entraba en los ojos de Novak y la iba paralizando.

Con un pie dio un golpe a la puerta para cerrarla y, despuГ©s, mirГЎndola fijamente todavГ­a, le quitГі la mano de la boca muy lentamente.

Novak permaneciГі inmГіvil, con los labios medio abiertos y los ojos fuera de sus Гіrbitas.

Maoko retirГі delicadamente el bolso de su hombro y despuГ©s, lentamente, le tomГі la muГ±eca izquierda y la colocГі sobre la derecha que ya estaba sujetando, cruzГЎndolas y manteniГ©ndolas juntas con una sola mano.

Sin quitar la mirada, buscГі algo en un cesto de paja sobre un mueble cercano con la mano libre y sacГі un rollo de cuerda. TanteГі hasta encontrar el extremo justo, lo sujetГі e hizo caer el resto al suelo con destreza.

Lentamente dio unos giros de cuerda alrededor de una muГ±eca, despuГ©s alrededor de la otra, y acabГі dando unas vueltas alrededor de las muГ±ecas cruzadas, sujetando todo con un nudo doble.

Novak estaba completamente paralizada.

Maoko dejГі correr una pequeГ±a longitud de cuerda para mantenerla en tensiГіn con las muГ±ecas de Novak, alzados a la altura de su abdomen.

DoblГі ligeramente las rodillas y con la otra mano recogiГі el rollo, con un movimiento veloz de los ojos apuntГі, y con estilo magistral lo lanzГі por encima de un gancho en hierro macizo fijado al techo del que colgaba una lГЎmpara de estilo antiguo.

Del rollo, que habГ­a caГ­do cerca de ella, tomГі el otro extremo de la cuerda, y con las dos manos empezГі a tirar lentamente, levantando las muГ±ecas de Novak hacia arriba.

SiguiГі tirando, palmo tras palmo, hasta que los brazos de la mujer noruega estuvieron sobre su cabeza y empezaron a tensarse. Novak emitiГі un gemido sofocado, pero lo callГі inmediatamente, mientras seguГ­a mirando delante de sГ­ con una mirada ausente.

Maoko tirГі mГЎs, lentamente pero firmemente. Ahora los brazos estaban estirados al mГЎximo y comenzaban a levantar el peso del cuerpo. Novak empezГі a gemir de manera sumisa, continuamente, mientras la frente se le llenaba de sudor.

Maoko tirГі un poco mГЎs, hasta que los pies de la mujer noruega estuvieron levantados con un ГЎngulo de unos sesenta grados con respecto al suelo. En ese momento atГі el extremo libre de la cuerda a un robusto toallero fijado a la pared, al lado del fregadero de servicio de la cocina.

Del cesto de paja cogiГі un trozo de cuerda mГЎs corto y atГі los tobillos uno contra el otro, y despuГ©s se alejГі para ver el resultado de su trabajo.

La mujer noruega colgaba del techo, tensa y perfectamente vertical, apoyada ligeramente, en vertical, sobre la punta de sus pies, que eran el Гєnico punto de apoyo que le quedaba.

Ya no gemГ­a. Ahora respiraba lentamente, jadeando, y todo el cuerpo se le habГ­a cubierto de sudor por la tensiГіn muscular.

La camiseta habГ­a salido de la falda, descubriendo una parte de su abdomen sudoroso.

В«No estГЎ malВ», se felicitГі Maoko a sГ­ misma.

CerrГі la puerta con llave, se quitГі el abrigo y los zapatos y fue al baГ±o; despuГ©s se preparГі un tГ© japonГ©s. DegustГі algunas de sus pastas y finalmente se acomodГі en un sillГіn para leer una novela. HabГ­a sido un dГ­a largo y ajetreado; sentГ­a la necesidad de relajarse. Las aventuras amorosas de la protagonista del libro la llevaron a un mundo fantГЎstico, pero tambiГ©n muy real; los japoneses tienen una sensibilidad particular por los matices y los detalles, y su nivel de introspecciГіn es superior. Sobre todo, las mujeres; escuchan todo el tiempo e interaccionan con el entorno de una manera profunda.

Midori era una estudiante de letras enamorada de Noboru, un pescador joven que vivГ­a en un pueblo costero a cien kilГіmetros de distancia. Se habГ­an conocido en un parque, un aГ±o antes, con ocasiГіn del florecimiento de los cerezos


(#litres_trial_promo), y se habГ­an enamorado perdidamente. Cada pensamiento de ella era un pensamiento de Г©l; habГ­an descubierto que se comprendГ­an tan profundamente que se consideraban una sola persona, indivisible. Pero Noboru tenГ­a un trabajo durГ­simo. SalГ­a con la barca en medio de la noche, con los compaГ±eros, para pescar, y el mar estaba agitado a menudo. Uno de los chicos habГ­a caГ­do al agua, una vez. Gritaba, en la oscuridad, pero no podГ­an verlo. Lanzaron varios salvavidas hacia el lugar de donde provenГ­a la voz, pero ola tras ola la voz se habГ­a ido alejando. Hasta que se hizo el silencio. Solo oГ­an el murmullo violento e indiferente de las olas que golpeaban la embarcaciГіn, y agitaban la red en el mar oscuro.



EstГЎs con nosotros, Ryuu,

estГЎs con nosotros.

Cada noche vendremos contigo sobre el mar negro,

y sabremos que nos estГЎs esperando

con tus fuertes brazos abiertos.

SubirГЎs al barco como la espuma de las olas

y a nuestro lado, junto a nosotros, tirarГЎs las redes,

como las noches pasadas,

cuando tus ojos y tu sonrisa

nos hacГ­an afrontar la tempestad con alegrГ­a.



Noboru habГ­a escrito esta elegГ­a a su amigo perdido, y la habГ­a mandado a Midori en una de sus numerosas cartas. Ella habГ­a llorado por Г©l, y por Ryuu, a pesar de que no lo habГ­a conocido. Noboru era un poeta, con un ГЎnimo dulcГ­simo y sensible, pero la vida que llevaba no le permitГ­a exprimir su talento como merecГ­a.

Ella lloraba tambiГ©n por eso, hija de una familia acomodada, con posibilidad de estudiar y de viajar, pero obligada a esconder su relaciГіn porque sus padres nunca habrГ­an aceptado que se casara con un pescador pobre. Noboru no tenГ­a familia; lo habГ­an abandonado al poco de nacer, y habГ­a pasado de un orfanato a otro hasta que creciГі lo suficiente para poder trabajar. La economГ­a del pueblo en el que vivГ­a estaba basada en la pesca, por lo que ser pescador habГ­a sido su destino inevitable. No podГ­a llamarlo por telГ©fono, porque los padres de Midori habrГ­an podido descubrir todo. AsГ­ que le escribГ­a a travГ©s de una compaГ±era de su escuela, que le daba las cartas que recibГ­a y mandaba las que iban dirigidas al muchacho.

El dГ­a en que se conocieron, en el parque, un gorriГіn jugueteaba cerca de ellos, picoteando el terreno y observГЎndolos de tanto en tanto. Midori se habГ­a convencido en ese momento de que el pГЎjaro era su mensajero. Todas las tardes se sentaba en el jardГ­n y se acercaba al pГЎjaro mГЎs cercano y le hablaba, le decГ­a lo que tenГ­a que contar a Noboru, y escuchaba su piar, que llevarГ­a el mensaje a su amor, muy lejos. DespuГ©s, por la noche, se levantaba y abrГ­a la ventana, despacГ­simo para no hacer ruido, y se dejaba envolver por el viento, el mismo viento que ella suponГ­a que estarГ­a agitando las velas y el pelo de su amado en aquel mismo instante.

В«Ah, Midori, MidoriВ», pensГі Maoko, В«quГ© romГЎntica eres. Y quГ© triste estГЎsВ».

MirГі a la mujer noruega para ver cГіmo estaba.

No se podГ­a decir que estuviera mal. HabГ­a cerrado los ojos y respiraba con regularidad, sin jadeos. Se habГ­a acostumbrado a la posiciГіn. De vez en cuando movГ­a ligeramente las puntas de los pies para ajustar su precario equilibrio. Ya llevaba media hora allГ­.

В«Bueno, vamos a llevar a la cama a esta gaijin


(#litres_trial_promo)В», se dijo, В«ya es horaВ».

DejГі el libro y se acercГі silenciosamente a Novak. Esta pareciГі no darse cuenta.

Maoko cogiГі la cuerda tensa con sus dos manos, en la parte que iba desde el punto de fijaciГіn del toallero hasta el gancho del techo, y tirГі con decisiГіn algunos centГ­metros. Novak abriГі los ojos de golpe y gimiГі con un sonido nasal; tenГ­a la garganta seca desde hacГ­a un buen rato.

TendiГі la cuerda en tracciГіn durante casi medio minuto y despuГ©s fue soltГЎndola lentamente. Novak expirГі ruidosamente por la boca e inclinГі la cabeza hacia delante, moviГ©ndola de derecha a izquierda, levantГЎndola y dejГЎndola caer otra vez.

Maoko acercГі una silla por detrГЎs de la noruega, despuГ©s desatГі la cuerda del toallero y empezГі a relajarla poco a poco. A medida que Novak descendГ­a Maoko la iba empujando hacia la silla, para que acabara sentada allГ­. Cuando, finalmente, Maoko dejГі la cuerda, Novak yacГ­a en la silla con las manos atadas sobre su vientre, las piernas dobladas hacia un lado con los tobillos atados y la cabeza abandonada hacia atrГЎs, sobre el respaldo.

Maoko llenГі un vaso de agua y, levantГЎndole la cabeza con una mano, le hizo beber pequeГ±os sorbos. DejГі el vaso y le desatГі los tobillos, despuГ©s deshizo los nudos de las muГ±ecas y desenrollГі la cuerda, liberГЎndola.

La cuerda habГ­a dejado profundas marcas de color rojo oscuro. Maoko empezГі a masajearle las muГ±ecas con un movimiento delicado y, al mismo tiempo, firme. Al principio Novak protestГі un poco, pero luego se calmГі, al sentir que, poco a poco, volvГ­a la circulaciГіn. Maoko siguiГі con el masaje casi un minuto mГЎs, y despuГ©s, sujetГЎndola por las muГ±ecas, la hizo ponerse en pie. Puso su bolso sobre su hombro. Cuando estaba colocando la bandolera Novak puso una mano sobre la suya, con su rostro que expresaba una mezcla de agradecimiento y de una manifiesta confusiГіn interna.

Maoko la mirГі a los ojos.

—Ve a dormir, Novak.

—Yo... —intentó decir, con voz dubitativa.

—Ve a dormir, Novak —repitió Maoko, retirando la mano y abriéndole la puerta.

Novak se detuvo un momento, indecisa, y luego se dirigiГі lentamente hacia la puerta, apoyГі una mano en el marco y se volviГі de nuevo Maoko.

En la cara de la japonesa solo habГ­a una expresiГіn indescifrable.

La noruega se dio la vuelta, reluctante, y se dirigiГі con pasos inciertos hacia su alojamiento, un poco mГЎs lejos.

CapГ­tulo XIII



—Pero ¡¿qué ha pasado?! —exclamó Timorina Drew al ver a su hermano llegar a casa.

Drew se mirГі por primera vez esa noche.

DespuГ©s de las pruebas con la segunda mГЎquina, con el medio incidente de la salsa de tomate, habГ­a mandado a todos a descansar y habГ­a limpiado su vГіmito del suelo del laboratorio. No podГ­a pedir a nadie que lo hiciera, ni siquiera a alguien del servicio de limpieza. ВїCГіmo habrГ­a explicado lo que habГ­a pasado? Г‰l habrГ­a quedado fatal en cualquier caso. AdemГЎs, limpiГЎndolo, evitaba que vinieran a curiosear.

Y asГ­ acabГі con la chaqueta y la camisa pringados de vГіmito amarillo y granuloso. Los pantalones, por otro lado, eran un desastre indescriptible. De las rodillas para abajo estaban cubiertos de una pasta maloliente y asquerosa, resultado de vomitar y de limpiar el vГіmito.

Drew no habГ­a llevado cuidado para no mancharse mГЎs y ese era el resultado. Un traje oscuro de buena calidad estaba en condiciones lamentables, y su hermana se lo harГ­a pagar.

—He cogido frío. Me he sentido mal. ¿Qué puedo hacerle? —mintió, tratando de justificarse.

—Ah, ¿sí? —fue la respuesta comprensiva de su hermana—. ¡Acabo de arreglar el otro traje, ese que, sin decirme nada, has dejado encima de la cama este mediodía!

Drew se sobresaltГі. Vaya. Estaba el traje que habГ­a sufrido la explosiГіn de por la maГ±ana.

El tono de reproche aumentГі.

—Ese solo estaba cubierto de polvo y arrugado. «Solo» por así decir, porque hacen falta horas para lavar y planchar perfectamente la chaqueta, los pantalones, la camisa y la corbata. Tú, es evidente que no te das cuenta, si no, ¡no habrías venido ahora así! —dijo, señalándolo con la mano.

Drew no respondiГі y se fue al baГ±o a desnudarse. Se quitГі todo. MetiГі la camisa blanca y la ropa interior en la lavadora. No lavaba nunca, asГ­ que intentГі entender cГіmo funcionaba aquello: girГі la rueda de la programaciГіn hasta el sГ­mbolo del algodГіn e hizo empezar el ciclo. Puso la chaqueta y los pantalones en la baГ±era y, con la ducha, lavГі todo el vГіmito. UsГі agua frГ­a porque, por lo que sabГ­a, no encogГ­a la ropa. Esperaba haberlo hecho bien. DejГі todo en el baГ±o y se dio una ducha, despuГ©s fue a la habitaciГіn y se puso el pijama. Y entonces tuvo una idea fulgurante. ВЎEl detergente! No habГ­a puesto el detergente. CorriГі hacia el baГ±o, pero ya era demasiado tarde. Timorina estaba allГ­ y estaba mirando por la puerta de la lavadora, moviendo la cabeza. Se enderezГі y mirГі a Drew con expresiГіn de compasiГіn, mientras seguГ­a moviendo la cabeza.

—Ve a dormir, Lester. Ya hago yo esto —dijo, resignada.

Drew suspirГі y se retirГі a su habitaciГіn.

ВЎSi al menos Timorina supiera todo lo que habГ­a pasado ese dГ­a en el laboratorio! Desmayos, explosiones, terror, agitaciГіn. Pero tambiГ©n el triunfo de la ciencia. Un paso determinante hacia una nueva era de la historia humana. SabГ­a que era un idealista, pero sentГ­a en lo mГЎs profundo de sГ­ mismo que ya se dirigГ­an hacia el Г©xito, y que esos incidentes eran muy poco comparados con el enorme resultado que les esperaba.

Se tumbГі en la cama.

OГ­a a Timorina en el baГ±o, pasando un cepillo por la ropa para limpiarla a fondo. Claro, eso es lo que habГ­a que hacer. Pero Г©l, ВїcГіmo podГ­a saberlo? Г‰l pensaba en la fГ­sica, flotaba en las alturas estratosfГ©ricas del pensamiento, las conquistas de la mente, la reuniГіn del dГ­a siguiente para hacer un balance de la investigaciГіn...

Se deslizГі hacia el sueГ±o dejando la luz encendida.

SoГ±Гі que estaba en una habitaciГіn amarilla, justo despuГ©s en una roja, y despuГ©s otra vez en la amarilla y otra vez en la roja, pasando de una a la otra improvisadamente, sin transiciГіn perceptible, a una velocidad en aumento, cada vez mГЎs rГЎpido, cada vez mГЎs rГЎpido, hasta que empezГі a marearse y ya no podГ­a ver nada. Como ruido de fondo oГ­a el rumor del agua junto con voces excitadas hablando frenГ©ticamente, pero no podГ­a entender lo que decГ­an. Era prisionero de ese torbellino de luces y colores, sin control sobre Г©l, incapaz de pensar o de emprender una acciГіn cuando, de repente, se despertГі.

El despertador sonaba con violencia, con su martillo golpeando la generosa campana de bronce, y se desplazaba por la mesilla con las vibraciones provocadas por el mecanismo en acciГіn.

Drew se enderezГі de golpe, empapado en sudor, trastornado, completamente desorientado. No sabГ­a dГіnde estaba, le faltaba el aire y agitaba los brazos para poder respirar. DespuГ©s de unos segundos comenzГі a tranquilizarse; moviГі la cabeza hacia los lados para despejar su cerebro y se volviГі para mirar el despertador. HabГ­a avanzado hasta el borde de la mesilla y estaba a punto de caer. Lo atrapГі justo a tiempo y apretГі el botГіn para silenciar la campana. Se quedГі con el despertador sobre su vientre un rato, todavГ­a atГіnito; despuГ©s lo puso en la mesilla y se levantГі. Eran las siete y media; la reuniГіn era a las nueve. Se dio otra vez una ducha, para deshacerse de ese sudor, tomГі un buen desayuno y saliГі. Por suerte Timorina estaba regando sus flores en la parte trasera del jardГ­n, asГ­ que saliГі por la parte delantera para evitar ser interceptado. HabГ­a evitado otra charla maternal...



En el laboratorio estaban todos, McKintock incluido.

—¿Cómo está la situación? —se informó el rector.

Drew tomГі la palabra, seguro de sГ­ mismo.

—Magnífica, por usar un eufemismo. Ayer, mis compañeros —y con un amplio movimiento de su brazo abarcó a todos los científicos, incluido Marlon—, consiguieron, en un solo día, obtener una teoría de base sobre el fenómeno, a construir otro prototipo de la máquina y a realizar numerosos experimentos de intercambio con éxito.

McKintock estaba sinceramente impresionado.

—Entonces, ¿cuándo podremos empezar a usar la máquina con fines prácticos?

—Estamos en la fase de la teoría de base, que tiene que ser perfeccionada —precisó Drew—. Debería ser fácil proyectar, y luego construir, una máquina más grande.

Schultz y Kamaranda se miraron un momento, con caras serias, pero McKintock no se dio cuenta.

—Bien. Gracias a todos. Drew, voy a mi despacho. Espero noticias.

—Eh, un momento, McKintock —lo paró Drew.

El rector ya estaba en la puerta y se dio la vuelta con expresiГіn interrogativa.

—En uno de los experimentos de ayer, trajimos, por casualidad, e insisto en que fue por casualidad, un trozo de botella de salsa de tomate del almacén del comedor, aquí cerca —explicó Drew—. Sería necesario eliminar todos los residuos antes que alguno se dé cuenta y empiece a hacer preguntas.

—¿Esto es todo? —preguntó, divertido, el rector. Se acercó al teléfono interno y llamó a su secretaria.

—¿Señorita Watts? Soy yo, buenos días. ¿Podría hacer que me trajeran las llaves del almacén del comedor ahora mismo, si fuera tan amable? Delante de la puerta del almacén, gracias. Sí. Gracias de nuevo.

MirГі al estudiante.

—¡Marlon! —lo llamó por su nombre, tras un momento de duda.

Marlon se dio cuenta inmediatamente, orgulloso porque el rector recordaba cГіmo se llamaba.

—¡Sígueme! —ordenó McKintock con autoridad.

Salieron y fueron al almacГ©n del comedor. DespuГ©s de unos minutos llegГі un celador en bicicleta y le dio las llaves que habГ­a pedido, y despuГ©s se fue tan rГЎpido como habГ­a llegado.

—Aquí tienes —McKintock puso las llaves en las manos de Marlon—. Abre, coge lo que tienes que coger, cierra con cuidado y después lleva las llaves inmediatamente a mi secretaria. ¿Está claro?

—Por supuesto. Gracias, rector McKintock.

El rector se despidiГі y se fue hacia su despacho, canturreando.

Marlon entrГі y encontrГі enseguida el palГ© manchado con salsa de tomate. El bote daГ±ado era fГЎcilmente accesible, por suerte. Lo retirГі y constatГі que el prisma transferido estaba dentro. LimpiГі todo lo mejor que pudo con unos clГ­nex que llevaba encima, y despuГ©s cerrГі y fue a devolver las llaves. QuГ© lГЎstima toda esa salsa desaprovechada. Estaba buenГ­sima.



Cuando volviГі al laboratorio notГі que el ambiente estaba bastante serio.

—El problema está aquí —estaba diciendo Schultz, señalando la pizarra—. La triada de traslación queda completamente definida por los parámetros K9, K14 y R11, pero la función que la gobierna muestra claramente que la energía necesaria para el intercambio aumenta con el cubo de la distancia.

—Veo —constató Drew, observando la función—. ¿Habéis calculado algún caso práctico?

—Kamaranda y yo hemos estado despiertos hasta las dos de la noche para encontrar una escapatoria a este comportamiento del sistema, pero no lo hemos conseguido. Según están las cosas ahora, para intercambiar a 100 kilómetros de distancia hacen falta 64 kilovatios, que no es mucho, pero para intercambiar a 200 kilómetros ya harían falta 512 kilovatios. Eso es la energía que usa una fábrica de producción mediana.

Y para 1000 kilГіmetros hacen falta 64 megavatios


(#litres_trial_promo) —añadió Kamaranda—. Haría falta una central eléctrica pequeña.

—Por eso el sistema intercambia sin problemas a distancias pequeñas. Para los 300 metros que hay de aquí al despacho de la profesora Bryce hemos usado, por lo tanto... solo 2 milivatios —calculó Drew rápidamente, escribiendo en la pizarra—. Menos de lo que sirve para encender un LED.

—Esta característica es fantástica para las aplicaciones a corta distancia, que podrían ser las de diagnóstico o las terapéuticas —intervino Bryce.

—Ya —asintió Drew—. Pero las largas distancias son impensables. Imagínate explorar el universo.

SuspirГі, dejando caer los brazos a los lados. McKintock estarГ­a contento, de todas formas, porque solo el poder curar a gente significarГ­a grandes entradas de dinero, pero Г©l era un fГ­sico, y sus compaГ±eros le habГ­an propuesto, inicialmente, abrir las puertas del universo. Г‰l habГ­a proyectado ya exploraciones inimaginables, y ahora volvГ­a a estar encadenado al suelo.

No podГ­a digerirlo. TenГ­a que haber otra soluciГіn.

—Esto es solo el principio —declaró—. Si trabajamos a fondo, a lo mejor encontramos algún factor que elimine esta limitación.

—Ya lo estamos haciendo —comentó secamente Novak.

Bryce notГі que ese dГ­a la noruega llevaba una camisa con mangas largas, y con los puГ±os abotonados.

В«ExtraГ±oВ», habГ­a pensado. В«Ayer llevaba mangas cortas. Acostumbrada como tiene que estar a los climas frГ­os Inglaterra en marzo deberГ­a parecerle cГЎlida. QuiГ©n sabe por quГ© ha cambiadoВ». Una mujer no podГ­a pasar por encima de estos detalles.

Maoko, mientras tanto, observaba la pizarra con los brazos cruzados.

Kobayashi estudiaba por enГ©sima vez los datos iniciales, y de vez en cuando comprobaba algГєn cГЎlculo desarrollГЎndolo en una hoja a parte.

—¿Y si, mientras mejoramos la teoría, experimentáramos con las formas biológicas? —propuso Marlon.

Drew mirГі a la profesora Bryce.

—Empecemos con vegetales —aceptó ella—. Voy a buscar muestras.

—Mientras tanto voy a conseguir un instrumento más preciso que nuestro micrómetro. Tenemos que calibrar la segunda máquina —dijo Drew, dirigiéndose al laboratorio de metrología.

Marlon comenzГі a preparar la primera mГЎquina, mientras los dos japoneses se ocuparon de la segunda. DiscutГ­an en su idioma sobre algunos detalles tГ©cnicos mientras esperaban el instrumento de medida.

Media hora mГЎs tarde Bryce colocaba sobre la placa A de la primera mГЎquina una hoja de lechuga.

Activaron el mecanismo y la hoja apareciГі donde antes estaba la botella de agua. La biГіloga la cogiГі y la examinГі con un microscopio portГЎtil que habГ­a traГ­do tambiГ©n. DespuГ©s de unos minutos separГі los ojos de los oculares.

—Parece perfecta. Las venas, los estomas, las células. Por lo que puedo ver, todo está bien.

Drew asintiГі satisfecho.

Probaron con flores, tubГ©rculos, una seta e incluso un bonsГЎi en su tiesto.

Todas las muestras aparecГ­an absolutamente inalteradas tras la transferencia.

Mientras tanto Maoko habГ­a vuelto a calibrar la distancia entre las placas de la segunda mГЎquina usando un instrumento mГЎs preciso.

Pusieron una judГ­a en la placa de la mГЎquina dos y activaron el proceso. La judГ­a reapareciГі a unos tres metros a la izquierda de la botella de agua, el punto exactamente equidistante entre las dos mГЎquinas.

Bryce examinГі rГЎpidamente la semilla y la considerГі perfecta.

—Pasamos a la carne —anunció.

Formaba parte de la colecciГіn de muestras que habГ­a llevado.

Extrajo una caja llena de filetes de una bolsa tГ©rmica.

Marlon la mirГі con gula; ya tenГ­a hambre, y solo eran las once de la maГ±ana.

La profesora Bryce lo mirГі con una sonrisa irГіnica y le dio la bolsa vacГ­a, para que la pusiera en otro sitio. Marlon le guiГ±Гі un ojo, apreciando la broma, y fingiГі que estaba decepcionado.

Bryce cogiГі un cuchillo del rincГіn con la cafeterГ­a del laboratorio y cortГі un trozo de filete de forma cuadrada y de unos cuatro centГ­metros de lado. El espesor de la muestra era de unos ocho milГ­metros.

La transferencia con la mГЎquina dos y el examen al microscopio demostraron que todo funcionaba bien.

Marlon lo probГі.

—El sabor es el que cabe esperar. Ídem la consistencia. Diría que la transferencia no lo altera en absoluto.

—Es lo que tendría que pasar, ya que la teoría dice que la máquina intercambia directamente dos volúmenes de espacio independientemente de su contenido —comentó Drew—. ¿Qué le parece si probamos con una forma animal? —preguntó a Bryce.

La profesora permaneciГі pensativa por un tiempo, y luego se decidiГі.

—Sí, intentémoslo. Tendríamos que realizar análisis de biología molecular con las muestras ya transferidas, para estar totalmente seguros, pero hasta ahora los resultados obtenidos corroboran la teoría del intercambio de espacio.

ReflexionГі otra vez.

—Por cuestiones de bioética, empezaremos con formas de vida privadas de sistema nervioso. Si algo no va bien, no les habremos hecho sufrir. Nos vemos después de comer. —Y, diciendo eso, se marchó.

Drew y los demГЎs se concentraron en la teorГ­a, buscando una soluciГіn al problema de la potencia.

—Se nos escapa algo —dijo Schultz—. Por lo que hemos comprendido hasta ahora, la activación de la máquina crea un conector extradimensional entre los volúmenes de espacio determinados por las placas A y B. El Conector se mantiene durante el tiempo de Planck


(#litres_trial_promo) y en ese instante los dos espacios son intercambiados.

—Si es realmente extradimensional, eso quiere decir que estamos deformando una dimensión muy densa —intervino Kobayashi—. Solo así se puede justificar la necesidad de una potencia tan elevada al aumentar la distancia.

—Eso parece —convino Schultz.

—Intentemos visualizar el problema, quizá nos ayude —intervino Kamaranda. Retomó un tono catedrático, como si estuviese dando una lección a sus estudiantes—. Vivimos en un espacio que percibimos como tridimensional, con las dimensiones conocidas de longitud, anchura y altura. Pero también sabemos que la gravedad deforma el espacio, y esto nos supone una dificultad porque no podemos concebir una situación tal. Así que usamos la clásica similitud de la alfombra elástica, en la que una superficie elástica, la alfombra, representa el espacio tridimensional. Si colocamos un objeto en la alfombra, esta se deformará, cediendo bajo el peso del dicho objeto. Cuanto más pesado sea el objeto mayor será la deformación, es decir, la deformación de la alfombra. Digamos masa en lugar de peso, ya que la masa es independiente de la gravedad, pero, sin embargo, la genera. Así vemos que cuanto mayor es la masa, mayor es la deformación. Si colocáramos sobre la alfombra otro objeto, de masa inferior al primero, rodaría en la deformación, acercándose al objeto de masa mayor. Este comportamiento lo definimos como atracción gravitacional. En realidad, el objeto de masa menor también deforma el espacio, por lo que también ejerce una atracción gravitacional sobre el objeto con más masa, pero en una magnitud menor. Con la analogía de la alfombra elástica, que es bidimensional, podemos comprender el concepto de deformación del espacio a causa de la gravedad; esta, de hecho, deforma la alfombra en una dirección perpendicular al plano de la alfombra, y así añade una dimensión más a su geometría. Ahora supongamos que cogemos nuestra alfombra elástica y la colocamos en una placa de gel, que, como sabemos, es un sólido elástico coloidal, deformable a voluntad. La máquina que estamos estudiando subsiste en el espacio tridimensional, que está representado por la alfombra elástica, y, aparentemente, cuando se activa, accede directamente a la placa de gel, que representa una dimensión añadida; hace condensar, o deformar, una porción de gel, generando un canal, el Conector, que está sujeto en sus extremos a la alfombra elástica, es decir, el espacio normal, y que intercambia entre ellos los fragmentos de espacio a los que está conectado. Después del intercambio el Conector se disuelve y el gel vuelve a su estado normal.

Kamaranda hizo una pausa tras la larga exposiciГіn, y despuГ©s continuГі con su razonamiento.

—Evidentemente, el gel es muy denso, por lo que hace falta mucha energía para condensarlo. Por alguna razón que no conocemos, el Conector tiene una duración igual al tiempo de Planck, a pesar de que el suministro de energía es mucho más largo en el tiempo. Dura medio segundo, ¿verdad? —preguntó, dirigiéndose a Kobayashi, que asintió, y añadió:

—Debe haber algo que impide que la existencia del Conector sea más larga que el tiempo de Planck. ¿Qué sucedería si el Conector durase más tiempo? ¿Se volverían a intercambiar los dos fragmentos de espacio desplazados? ¿Se desencadenaría una oscilación continua de intercambio de los dos espacios? No veo que esto sea un problema para la geometría del espacio. Simplemente, desactivando la máquina los dos espacios se encontrarían en la última configuración establecida. Pero puede suceder también que, si el Conector durase más tiempo de lo que dura el tiempo de Planck, se manifestase una paradoja, cuyas características no puedo imaginar en este momento, y que una ley de la naturaleza por ahora desconocida interviniera para impedirlo.

Permanecieron todos en silencio, meditando sobre las consideraciones del matemГЎtico hindГє.

Tras algunos minutos Novak se levantГі de golpe, con la cara pГЎlida.

—¡Dios mío! —exclamó con voz sofocada.

Todos la miraron asustados.

—No hay ninguna paradoja —continuó, sombría—. ¡Lo que hay es una violación!

Se acercГі a la pizarra y borrГі una parte de las ecuaciones que habГ­an deducido con tanto esfuerzo, como si fueran garabatos de algГєn estudiante irrespetuoso. DibujГі la alfombra elГЎstica de Kamaranda, en una perspectiva de tres cuartos, y un tubo estilizado que, pasando por debajo, unГ­a dos puntos de la alfombra.

—Esto es el Conector, como lo hemos denominado —dijo, señalando el tubo—. En cuanto lo generamos comienza el intercambio. Estamos en el momento 0 del proceso. El volumen de espacio A se activa y entra en el Conector, cómo y de qué manera todavía no lo sabemos, y comienza a viajar hacia el extremo opuesto. Al mismo tiempo, el volumen de espacio B hace lo mismo desde su posición y empieza a viajar hacia la salida opuesta en el Conector. Pasa un intervalo de tiempo igual al tiempo de Planck y los dos espacios llegan a su destino, salen del Conector y se posicionan cada uno donde estaba antes el otro espacio. Estamos en el tiempo 1 y el proceso ha terminado.

Hizo una pausa para crear tensiГіn.

—Pero entre el tiempo 0 y el tiempo 1 —dijo con una voz que crecía en intensidad—, ¿qué hay en el lugar de los espacios que están viajando en el Conector? —concluyó gritando histéricamente.

Por un momento pareciГі que el tiempo se paraba.

—No... —dijo Kamaranda con la mirada vacía.

—¡Pues sí! —gritó ella todavía más fuerte—. ¡Está la Nada! —anunció con ferocidad.

A Drew se le puso de punta todo el pelo.

Kobayashi abriГі la boca y se le cayГі la mandГ­bula completamente.

La cara de Schultz era una mГЎscara rГ­gida, esculpida en una expresiГіn de total desamparo.

Marlon miraba fijamente delante de sГ­, como si estuviese ausente.

Maoko, sin embargo, observaba complacida a Novak, y sonreГ­a de una manera extraГ±a.

—La Nada, ¿lo comprendéis? —siguió la mujer noruega—. Probablemente es ahí donde va a parar toda la energía que resulta de nuestros cálculos, una energía que se escapa de nuestro universo, alterando el balance energético. Es una violación del postulado de Lavoisier, según el cual nada se crea ni se destruye, solo se transforma. Quizá es por eso por lo que el Conector puede durar como mucho el tiempo de Planck; si no, la Nada absorbería toda la energía cercana. Si le diésemos suficiente tiempo, ¡podría absorber la energía del universo entero!

Se hizo un silencio de ultratumba en el laboratorio.

Era como si el frГ­o de una oscuridad mГЎs profunda de cuanto se pueda imaginar hubiera caГ­do sobre ellos y hubiera congelado sus mentes y sus conciencias.

Novak permaneciГі de pie al lado de la pizarra, con la tiza en la mano.

PasГі mГЎs de un minuto sin que nadie moviera un mГєsculo, hasta que Kobayashi se acercГі a la pizarra, cogiГі una tiza e hizo unos cГЎlculos en una zona del encerado todavГ­a libre.

—No —dijo finalmente —, no puede ser así. La función de la triada de traslación indica que la potencia aumenta solo con el cubo de la distancia, independientemente del volumen del espacio intercambiado. Por lo tanto, suponiendo que este volumen permanece constante, eso definirá cuánta «Nada» absorberá la energía que utilizamos en el experimento mientras los dos espacios viajan hacia su destino. No veo por qué al aumentar la distancia de intercambio y manteniendo fijo el volumen la Nada debería aumentar su capacidad de absorción.

Novak lo mirГі con ojos desorbitados, mientras reflexionaba furiosamente.

DespuГ©s de algunos segundos se estremeciГі visiblemente, palideciendo todavГ­a mГЎs.

—No..., no..., es una locura..., inconcebible —balbuceó—. No puede ser.

—¿El qué, profesora Novak? —preguntó alarmado Kobayashi.

—¡Esto! —y Novak señaló el Conector dibujado en la pizarra.

Los demГЎs la miraron embobados.

—Pero ¡¿no lo entendéis?! —gritó—. ¡Estamos deformando la Nada directamente! ¡El Conector se forma en la Nada! ¡Está hecho de Nada! ¡El espacio A entra en la Nada y vuelve a emerger en el lugar del espacio B, que acaba en el del espacio A pasando por la Nada!

Esto llevГі a todos a una desorientaciГіn total. Era como si el suelo les faltara bajo los pies. Como si todas las certezas, todas las bases sobre las que habГ­an construido su conocimiento hubieran sido barridas completamente y de manera imprevista.

—Pero ¿cómo puede?... ¿cómo puede algo que existe...? —osó Drew—... ¿algo que existe... entrar en la Nada, dejando, por lo tanto, de existir, y reaparecer de la Nada, volviendo a existir con las mismas propiedades iniciales, pero en un otro lugar?

Novak se puso la mano sobre la frente y se apoyГі en la pizarra. ParecГ­a que se estuviera mareando. Maoko se le acercГі y la tomГі por un brazo, haciГ©ndola sentarse en una silla cercana. Fue a buscar un vaso de agua, que la cientГ­fica noruega aceptГі con una mirada agradecida.

—Esta es una cuestión puramente filosófica —respondió Novak, con una voz baja, apagada, mientras bebía—. O mejor, sería una cuestión puramente filosófica si no estuviéramos frente a una manifestación experimental de manipulación de la Nada. La Nada no existe, y no puede ser definida, porque la misma definición haría que dejara de ser la Nada. Y nosotros la estamos manipulando. Intuyo que es así. No veo otra solución. Al aumentar la distancia del intercambio aumenta también la longitud del Conector construido de la Nada y hecho de Nada. Como, evidentemente, la Nada absorbe la energía que se le presenta con la máxima eficiencia, consigue que el Conector mismo devore toda esta energía. Al aumentar la longitud del Conector aumenta de manera desproporcionada la energía necesaria para generarlo y mantenerlo durante un tiempo igual al tiempo de Planck. El Conector realiza el intercambio, eso sí, pero a un precio inasequible para distancias de cierta magnitud.

De nuevo silencio, pero esta vez, en los rostros de Drew, Schultz, Kamaranda, Marlon y Kobayashi se leГ­a claramente la admiraciГіn por las intuiciones geniales de Novak. HabГ­an visto que la mente de aquella mujer veГ­a lo que ellos no podГ­an ver, y llegaba a donde ellos no podГ­an llegar. Al mismo tiempo, sus caras expresaban la desesperaciГіn por la derrota que aquellas intuiciones decretaba, por los obstГЎculos insuperables que definГ­an.

—Es una locura... una pura locura... —murmuraba Schultz negando con la cabeza en signo de negación.

Pasaron asГ­ unos minutos, y luego, plГЎcidamente y de manera informal, Maoko fue a sentarse cerca de la esquina de la mesa, cerca de donde estaba sentada Novak. La mirГі de arriba abajo y le hablГі con un tono amistoso, sorprendiendo a los presentes que antes ni siquiera se habГ­an dado cuenta del vaso de agua que le habГ­a llevado.

—Profesora Novak, su disertación muestra que no hay soluciones posibles al problema que se nos presenta, ya que nuestro universo es un sistema aislado y el dispositivo, básicamente, traslada energía fuera de este sistema, alterando su equilibrio energético.

Novak asintiГі lentamente.

—Pero si en lugar de considerar nuestro universo como un sistema aislado lo considerásemos simplemente un sistema cerrado


(#litres_trial_promo), en el interior de un sistema mГЎs grande, Вїno cree que podrГ­amos estudiar mГЎs fГЎcilmente su comportamiento?

Novak mirГі a Maoko con los ojos fuera de sus Гіrbitas, atГіnita.

Nadie osaba hablar, vista la enorme trascendencia de aquella hipГіtesis.

Tras unos instantes Schultz se alzГі, con el ceГ±o fruncido, y anduvo hasta la pizarra, llevando consigo papel y bolГ­grafo. CopiГі en un folio todas las ecuaciones esenciales, y despuГ©s borrГі todo.

ComenzГі a escribir rabiosamente con la tiza, partiendo de las ecuaciones fundamentales de la termodinГЎmica y sustituyendo los factores con porciones de los resultados obtenidos con su teorГ­a.

Drew y Marlon se acercaron rГЎpidamente a Г©l a ayudarlo, mientras Kamaranda, detrГЎs de ellos, controlaba con atenciГіn la correcciГіn formal de aquel desarrollo matemГЎtico. Kobayashi observaba absorto la pizarra, en la que estaba tomando cuerpo una concepciГіn del universo nueva y revolucionaria.

Ninguno vio que, todavГ­a sentada sobre la mesa unos metros mГЎs atrГЎs, Maoko pasaba delicadamente su pequeГ±a mano entre los cabellos rubios de Novak, acariciГЎndola.

CapГ­tulo XIV



A las dos de la tarde la profesora Bryce entrГі en el laboratorio con una caja de la que, de vez en cuando, provenГ­an ruidos imprevistos.

Se dio cuenta de que nadie se habГ­a movido de allГ­, nadie habГ­a ido a comer todavГ­a. Algunos estaban en la pizarra, retocando ecuaciones y corrigiendo grГЎficos, mientras otros, en las mesas libres, escribГ­an frenГ©ticamente sobre hojas de papel, y hacГ­an cГЎlculos ayudГЎndose con una calculadora. De vez en cuando alguno consultaba los resultados, copiaba un nГєmero y lo introducГ­a en sus ecuaciones, y despuГ©s desarrollaba los pasos sucesivos.

Bryce dejГі la caja en un estante y se sentГі en una esquina, esperando. DebГ­a ser una fase crucial, se veГ­a por el frenesГ­ con el que sus compaГ±eros estaban trabajando, y por sus caras cansadas por la concentraciГіn extrema y el esfuerzo.

Kamaranda estaba en una mesa, inclinado sobre un folio. AcabГі el Гєltimo pasaje y escribiГі el resultado final. RepasГі rГЎpidamente su desarrollo y asintiГі; despuГ©s se levantГі, cogiГі el papel y fue a hablar con Schultz.

—La entropía es de 415 J/K


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Schultz tomГі el valor y lo introdujo en una funciГіn en la pizarra.

—Kobayashi. ¿Tienes la energía?

El japonГ©s estaba terminando de resolver una integral bastante compleja. LevantГі una mano para pedir que esperaran un momento, mientras tecleaba en la calculadora. RealizГі los Гєltimos cГЎlculos y apuntГі el resultado en su folio. VerificГі todo rГЎpidamente, y todo le pareciГі correcto.

—163.000 J


(#litres_trial_promo) —anunció.

Schultz introdujo asimismo ese valor, y en ese momento Drew le llevГі el resultado de su trabajo y del de Marlon.

—Considera un espesor del revestimiento de dos mil millones de años luz. Es la mejor aproximación que te podemos dar, por el momento.

El alemГЎn escribiГі el nГєmero en una ecuaciГіn cercana al dibujo de una esfera revestida por una funda concГ©ntrica.

Novak estaba en la pizarra con Schultz y comenzГі a desarrollar las ecuaciones con los datos apenas recibidos.

Desde una mesa Maoko se levantГі radiante y se dirigiГі a la pizarra con los datos iniciales en una mano y sus apuntes en la otra. SeГ±alГі una tabla de la teorГ­a de Drew y Marlon con un dedo.

—¡Existe! ¡Es el parámetro R6! —declaró triunfante—. Debe ser de 190 microvoltios.

Schultz escribiГі 190x10


en el lugar de la incГіgnita de una fГіrmula y realizГі los cГЎlculos. DespuГ©s esperГі a Novak, que llegГі rГЎpidamente con sus resultados. Schultz los usГі inmediatamente junto a los suyos propios en una nueva ecuaciГіn.

TrabajГі febrilmente durante algunos minutos, observado por sus compaГ±eros.

LlegГі al paso final y dudГі.

La ecuaciГіn estaba reducida a pocos factores, y estaba casi asustado de dar el Гєltimo paso y conocer el resultado.

Se frotГі los ojos enrojecidos y ojerosos, inspirГі profundamente y resolviГі la ecuaciГіn.

PermaneciГі observando el Гєltimo nГєmero que habГ­a escrito a la derecha del signo igual, como si no lo viera realmente.

No podГ­a creerlo.

Pero era exactamente asГ­.

Novak asentГ­a, imitada por Kamaranda y Drew. Maoko y Kobayashi se sonreГ­an el uno al otro, mirando alternativamente la pizarra y a los compaГ±eros. Marlon se apoyГі en una mesa, exhausto.

—El sistema termodinámico resulta en equilibrio —anunció Schultz, por pura formalidad—. Si consideramos el universo como un sistema termodinámico cerrado, en el interior de un revestimiento de un espesor de dos mil millones de años luz, y regulando oportunamente el parámetro R6 identificado por la señorita Yamazaki, podemos calibrar la triada de traslación para poder intercambiar volúmenes de espacio entre aquí y algún lugar del universo conocido con la resolución de la longitud de Planck. El volumen intercambiado ahora entra en la ecuación de manera distinta a antes, pero ahora la potencia máxima necesaria para el intercambio de un volumen de un metro cúbico, a una distancia de 10 mil millones de años luz, es de 5 gigavatios. Una potencia notable, desde luego, y que requiere una central eléctrica dedicada exclusivamente, por supuesto, pero posible.

La profesora Bryce se acercГі.

—¿Puedo saber qué ha pasado?

—Hemos reconfigurado la concepción del universo —dijo Drew con una voz cargada de emoción—. El funcionamiento peculiar de la máquina de intercambio nos ha llevado a modificar el modelo sobre el que se ha basado la ciencia hasta ahora. A partir de ahora habrá que considerar un sistema termodinámico constituido por un envoltorio espeso al interno del cual se encuentra nuestro universo conocido. El envoltorio y nuestro universo pueden intercambiar energía en ambos sentidos, manteniendo así un equilibrio energético constante. Este modelo sigue respetando la ley de conservación de la energía. En este modelo, el envoltorio es una simple metáfora que nos permite manejar la termodinámica del sistema en su totalidad, y hacerla funcionar. Desde el punto de vista espacio temporal, sin embargo, no lo consideramos una entidad física, quiero decir, una especie de funda, ya que en realidad es adyacente, a nivel dimensional, al tejido espacio temporal del universo conocido. Esto hace que la máquina funcione, ya que cada punto de nuestro universo es adyacente a un punto del envoltorio. Cuando activamos la máquina, por lo tanto, la placa A accede al punto adyacente en el envoltorio, como si se abriera una puerta, y genera un canal de transferencia que hemos llamado Conector, que está ligado en su otro extremo a otro punto de nuestro universo, y que queda determinado por los parámetros que fijamos nosotros mismos. Un parámetro crucial, el R6, hace que el intercambio de volúmenes entre los espacios A y B pueda ocurrir usando una cantidad de energía razonable.

La biГіloga solo habГ­a entendido en grandes lГ­neas la explicaciГіn de Drew, pero le bastaba. Lo importante era que funcionase.

—Tendremos que dar un nombre a este nuevo modelo —dijo Marlon.

—¡Es verdad! —aprobó Kamaranda, el gurú de los modelos matemáticos—. Yo propongo llamarlo simplemente el Sistema. Es fácil de recordar y rápido de usar.

—Estoy de acuerdo —convino Drew—. ¿Qué os parece? —dijo, dirigiéndose a los demás.

—Por mí, bien —dijo Schultz, y los otros asintieron satisfechos.

—Perfecto —concluyó Drew—. Y ahora, ya vale. ¡A comer! —ordenó con autoridad.

Marlon saliГі el Гєltimo. En el umbral de la puerta, se girГі para mirar la pizarra, en la que la ecuaciГіn final para el cГЎlculo de la potencia se mostraba esplendorosa. Era increГ­blemente simple, a pesar del trabajo hercГєleo que habГ­a costado deducirla, y en su forma final, simplificada, se presentaba como


(#litres_trial_promo),



пїј






en la que:

P = potencia en vatios

d = distancia de intercambio, en metros

V = volumen intercambiado, en metros cГєbicos



Bryce ya habГ­a comido, asГ­ que se quedГі en el laboratorio, corrigiendo unos trabajos de sus alumnos que habГ­a llevado.

Todos los demГЎs se fueron a marcha forzada a la cafeterГ­a de la universidad, hambrientos y agotados.

Cuando entrГі y vio la sala casi vacГ­a, Marlon se dio cuenta de que por no haber podido ir a comer a la hora normal no habГ­a podido ver a Charlene. A lo mejor se habГ­a enfadado, pero esperaba que al explicarle que habГ­a estado trabajando intensamente en su experimento se le pasarГ­a.

El comedor todavГ­a ofrecГ­a un menГє discreto y todos se sirvieron generosamente. Se separaron en varias mesas para permitir que disminuyera la tensiГіn de aquel esfuerzo que habГ­an realizado codo con codo, durante muchas horas. Comieron prГЎcticamente en silencio, y las pocas frases que intercambiaron concernГ­an la meteorologГ­a, un argumento clГЎsico y relajante que no implicaba esfuerzo alguno.

Tomaron su tiempo y solo sobre las cuatro volvieron perezosamente al laboratorio. Ese dГ­a habГ­an revolucionado la ciencia, no hacГ­a falta hacer mucho mГЎs.

Encontraron a Bryce negando con la cabeza, triste, mientras trazaba gruesas lГ­neas rojas sobre el trabajo de un estudiante.

Se girГі hacia el grupo que entraba y moviГі el aire con la hoja.

—Según este alumno, una solución de agua y cloruro de sodio al 15% es una mezcla explosiva si se calienta a 38ºC a presión atmosférica. Los productos de la reacción que él ha calculado son tan falsos que no sé si dejarle seguir con los experimentos programados en el curso que todavía quedan. Tengo miedo de que se ponga a competir con alguien que conozco, especialista en explosiones imprevistas —y guiñó un ojo a Drew.

El fГ­sico sonriГі de manera condescendiente y se sentГі medio espatarrado en una silla, con los dedos cruzados sobre su estГіmago y mirando a Bryce con una plГЎcida expresiГіn de paz interior.

—Profesora Bryce, su estudiante podría ser un genio incomprendido, que a lo mejor solo necesita encontrar su camino —dijo, de buen humor.

—Sí, el camino... ¡de la agricultura! —bromeó la bióloga—. Paciencia, esto quiere decir que pasará un mes más estudiando este examen; ¡le deseo buena suerte!

—Entonces, ¿qué nos ha traído, profesora? —se informó Drew.

—Un paramecio —respondió ella, cogiendo la caja del estante—. Como sabéis, es unicelular y se alimenta de bacterias. El ejemplar que tengo aquí mide una

SacГі una caja transparente de dentro de la gran caja. En el interior habГ­a un frasco con una soluciГіn acuosa.

—Es un ejemplar único sumergido en una solución nutriente. Si el intercambio no lo daña seguirá alimentándose normalmente.

Dio la caja a Drew, que mirГі a Kobayashi.

El japonГ©s seГ±alГі la mГЎquina dos, y Drew colocГі la muestra en la placa correspondiente.

Liberaron la zona del punto B y colocaron un taburete cubierto por una toalla, para recibir la muestra que iba a llegar y evitar que rebotara y cayera a tierra.

Maoko activГі el intercambio sin modificar ningГєn parГЎmetro.

La caja transparente se materializГі donde esperaban. Marlon la recuperГі y la ofreciГі a Bryce, que la colocГі inmediatamente bajo el microscopio.

EntornГі los ojos en los oculares y permaneciГі unos segundos en observaciГіn, despuГ©s exultГі.

—¡Se está alimentado! ¡Está bien! —y volvió a mirar, excitada—. ¡Es fantástico! Y..., un momento... ¡qué curioso..., qué coincidencia! —Esperó un poco más, dejándolos con la respiración cortada, y exclamó—: ¡se ha reproducido! Excepcional. Esta es la prueba evidente de que el intercambio no le ha afectado lo más mínimo. Mírelo usted mismo —ofreció, sonriente, a Drew.

El fГ­sico mirГі en el microscopio, ajustГі el enfoque, y finalmente vio dos pequeГ±os paramecios que nadaban tranquilamente en la soluciГіn nutriente.

DejГі el microscopio a los demГЎs, ansiosos de admirar la primera forma de vida animal transferida con la mГЎquina.

Era un resultado histГіrico.

Todos sonreГ­an entusiasmados y se felicitaron recГ­procamente.

Aquel dГ­a serГ­a un hito en la historia del hombre.

—¿Qué más hay ahí dentro? —preguntó Drew, señalando la caja.

Bryce sacГі una pequeГ±a caja con un gusano, otra con una rana pequeГ±a y, al final, una jaula en cuyo interior un hГЎmster danzaba de aquГ­ para allГЎ sobre una estera de paja.

—¡Gusano! —anunció Bryce, dando la caja concernida a Drew, que la cogió y observó durante un momento el anélido rojo que se contorneaba alegremente.

—¡Buen viaje! —le deseó Drew, confiado, a la lombriz.

Intercambio.

Perfecto.

El gusano llegГі a su destino contento como antes, con gran alivio de los cientГ­ficos.

Ahora ya confiaban plenamente en la mГЎquina y en la teorГ­a que la gobernaba, asГ­ que pasaron inmediatamente al experimento con la rana.

El animal estaba tranquilo en su caja agujereada, y, llegada felizmente al punto B, saltГі un poco para conseguir de nuevo una postura cГіmoda tras la caГ­da sobre el taburete. Bryce le ofreciГі una mosca que hizo pasar por un agujero de la caja, y la rana, con un movimiento rГЎpido de la lengua, la atrapГі enseguida y la tragГі.

— El animalillo tiene apetito, ¿eh? — observó, contento, Drew.

—Ahora pasamos a los mamíferos —declaró solemnemente Bryce, levantando a medias la jaula con el hámster—. ¿Lo hacemos? —preguntó por pura formalidad a Drew.

Г‰l seГ±alГі directamente la placa A, y Bryce, con aire pomposo, posГі la jaula sobre ella.

Maoko apretГі la tecla de activaciГіn.

La jaula permaneciГі, mientras el hГЎmster, libre, apareciГі en el punto B, y cayГі sobre la toalla, saltГі del taburete y corriГі velocГ­simo hacia la esquina opuesta del laboratorio.

—¡Aaah!

Un chillido agudГ­simo rasgГі el aire, mientras una muchacha salГ­a de detrГЎs de un armario y se precipitaba hacia la silla mГЎs cercana, subiГ©ndose encima. Se llevГі los dedos a la boca y siguiГі chillando.

—¡Aigh!

Todos los presentes se giraron, asustados, para mirarla.

DespuГ©s de unos instantes, Drew reaccionГі.

—¿Y tú quién eres? —gritó desaforadamente.

El hГЎmster se metiГі debajo de un armario, para esconderse, y la muchacha dejГі de gritar.

—¡Charlene! —gritó Marlon, presa del estupor más absoluto.

—¿Quién? —preguntó Drew.

—Ejem... es Charlene. Ejem... mi novia —dijo Marlon, sonrojándose completamente por la vergüenza.

—¿Qué? —exclamó Drew, entornando los ojos con aire amenazador—. ¿Tu novia? —dijo, dando mucho énfasis a la palabra.

—Pues... sí. Mi novia. —Se acercó a Charlene, ayudándola a bajar de la silla.

La muchacha mirГі insegura hacia el escondite del hГЎmster y se dirigiГі rГЎpidamente hacia la puerta.

—¿Dónde cree que va, señorita? —la apostrofó Drew con una voz poderosa.

—¡Quiero salir de aquí inmediatamente! —respondió ella, con tono desafiante.

—¡Ahora no! —dijo, bloqueando su salida situándose delante de la puerta.

Marlon estaba desesperado. Se habГ­a puesto una mano en la frente y sacudГ­a la cabeza. Sudaba copiosamente y no sabГ­a si ponerse del lado de Charlene o de Drew. Era un lГ­o, y sentГ­a que Г©l era el responsable.

—Profesor Drew, se lo ruego. Déjeme hablar con usted.

Drew lo ignorГі.

—¿Qué está haciendo aquí? —interrogó Drew con aspereza.

—Yo... —comenzó la muchacha, pero enseguida se desmontó y enrojeció. Sabía que no se había comportado en absoluto correctamente.

—Solo quería ver qué estaba haciendo mi novio —respondió con sinceridad, y también con cierta amargura—. Hace varios días que veo que tiene la cabeza en otra parte, está nervioso, pero también pensativo, y me he dado cuenta de que me esconde algo, ¡y me miente! —terminó mirándolo a los ojos.

Marlon alzГі los suyos al cielo y alargГі los brazos, derrotado.

—¿Qué podía decirte? —intentó explicarle—. Estamos haciendo experimentos y...

—¿Qué ha visto, señorita? —Drew lo interrumpió bruscamente, dirigiéndose a Charlene.

—Yo... —comenzó temerosa—, he visto... He visto lo que había que ver.

Todos en el laboratorio se habГ­an situado en torno a ella y la miraban con hostilidad, menos Marlon que se quedГі aparte, destrozado.

—Bien —constató Drew—, ya no hay nada que hacer. Desde este momento, forma parte de este grupo de investigación. Supongo que es usted estudiante. ¿Estudiante de...?

—Psicología —respondió Charlene, con cautela.

—Bien, señorita Charlene, estudiante de psicología. —Drew miró la puerta detrás de él, para asegurarse de que estaba bien cerrada—. Usted hoy, aquí, ha asistido a la experimentación de un sistema para transferir materia de un lugar a otro de manera instantánea y que es absolutamente revolucionario. Vista su preparación en humanidades supongo que no le interesan las implicaciones científicas de nuestro trabajo, pero dejaré a Marlon el placer de explicárselas, si le parece oportuno. El fenómeno fue descubierto de manera casual por su novio al utilizar de manera totalmente involuntaria una máquina que yo había construido. Las personas que ve aquí —dijo, señalando a los presentes—, han sido elegidas por mí para descubrir el mecanismo de funcionamiento de la máquina y la teoría que la justifica. Y esto es lo que hemos hecho. Hoy hemos experimentado con formas de vida vegetales y animales. —Cuando oyó la palabra «animales» Charlene miró nerviosa hacia el armario bajo el cual se escondía el hámster—, y hemos encontrado una teoría sólida. Se encuentra usted en presencia de los científicos más grandes de hoy en día. Le presento al profesor Schultz, físico de la universidad de Heidelberg.

Charlene dio la mano al profesor, que se lo devolviГі con un apretГіn fuerte y sincero.

—El profesor Kamaranda, matemático, de Raipur. El profesor Kobayashi, físico de altas energías, de Osaka. —Con cada apretón de manos Charlene sentía que la emoción iba aumentando dentro de ella, como un río crecido. Le parecía estar en presencia de los dioses—. La profesora Novak, física de la Universidad de Oslo. La señorita Yamazaki, estudiante del profesor Kobayashi.

Maoko mirГі a Charlene con una mirada crГ­tica, pero despuГ©s le dio la mano calurosamente.

—La profesora Bryce, bióloga de nuestra universidad —continuó Drew—, y yo, profesor Lester Drew, físico y tutor de su novio.

—Es un honor conocerlos —declaró emocionada Charlene—. Por favor, perdónenme por haberme infiltrado en su laboratorio y haber creado este problema. Pero intenten comprenderme: no sabía lo que estaba haciendo Joshua y..., lo he hecho sin pensar. De nuevo, les pido perdón.

—Lo hecho, hecho está —concluyó Drew—. Pero ahora debe darse cuenta de que todo lo que ha visto y todo lo que aprenderá a partir de ahora será absolutamente secreto. Absolutamente. ¿Lo entiende? El rector McKintock en persona dirige este proyecto y ha ordenado la máxima discreción. Usted no podrá, bajo ningún concepto, repito, bajo ningún concepto, hablar de ello con nadie. ¿Está claro?

—Sí. Está claro. Lo entiendo —respondió Charlene, todavía arrepintiéndose, pero también orgullosa de haber entrado en ese grupo.

—Y, bueno —añadió Drew, guiñándole un ojo—, una psicóloga siempre puede ser de ayuda.

Charlene sonriГі, y al mismo tiempo Bryce la cogiГі por el codo y la alejГі, hacia el escondite del hГЎmster.

—Bien, señorita aspirante a psicóloga Charlene, novia del alumno Marlon, como rito de iniciación en esta cofradía de la Universidad de Manchester, tiene que ayudarme a recuperar el roedor fugitivo —sentenció, y le puso un trozo de cartón en la mano.

Charlene palideciГі.

—¡No! ¡No, no puedo!

—¿Cómo dice? —la miró a los ojos con una actitud amenazante.

—Eh, bueno. —Charlene se dio cuenta de aquel era el precio que pagar por su desfachatez—: En efecto, solo es un pequeño... un ratoncito pequeño —dijo, temblando.

—¡Es un hámster, no un ratón! —la corrigió Bryce con acritud—, y muchas familias lo tienen como animal doméstico, así que no debe temer nada. Doble el cartón en ángulo recto, sí, así, y apóyelo sobre estos lados libres del armario—, dijo, mostrándole dónde colocarlo. Después se agachó y puso un brazo contra el último lado libre del armario apoyado contra la pared, dejando solo una pequeña abertura. Metió la mano por ella y buscó en el espacio circunscrito. Tras pocos instantes lo atrapó. Retiró lentamente la mano y se levantó, presentando al mundo el primer mamífero desplazado con la máquina.

El animal estaba bien, a juzgar por su comportamiento enГ©rgico.

Charlene dio unos pasos atrГЎs, impresionada por el animal a pesar de todo.

Bryce metiГі el roedor en la caja de muestras, que tenГ­a agujeros para permitir que respiraran los ejemplares transportados en ella.

—Y ahora, ¿queréis explicarme qué ha sucedido en el último intercambio? —preguntó, dirigiéndose a los compañeros que estaban a su alrededor.

—Es fácil, profesora —respondió Kobayashi—. Con la excitación de los experimentos realizados con éxito no nos hemos dado cuenta de que la jaula era más grande que el volumen de espacio para el que la máquina estaba configurada. La jaula es un cubo de unos ocho centímetros de lado, mientras que nosotros habíamos calibrado solo para cuatro centímetros de lado. El resultado es que solamente el animal, dentro del volumen calibrado, ha sido transferido, junto a un trozo del suelo de la jaula. El resto ha permanecido en la placa A.

—¿Queréis decir que... —insinuó Bryce, tensa—, que, si el hámster no hubiera estado completamente dentro del volumen destinado al intercambio, habríamos desplazado solo una parte del animal? ¿Se habría quedado un trozo en la jaula?

—Sí, así es —confirmó Kobayashi, para nada turbado por esa posibilidad.

Bryce suspirГі.

—Entonces hemos tenido suerte —asintió repetidamente, pensativa—. En todo caso, es un riesgo que había que correr. Sin embargo, comprendéis que desde el punto de vista ético la experimentación se puede hacer solo y únicamente cuando no hay alternativas. Con los resultados prometedores de los experimentos anteriores no tenía la más mínima duda de que algo podría haber salido mal. Por eso he puesto la jaula sobre la placa con tanta desenvoltura. ¡Este hámster ha sido afortunado! Con la velocidad a la que se mueve habría podido estar en cualquier lugar de la jaula en el momento del intercambio. Estoy contenta de que haya salido todo bien —concluyó, golpeando con un dedo la caja en la que el animal se movía sin parar, corriendo de aquí para allá.

Marlon, mientras tanto, se habГ­a acercado a Charlene. La llevГі a parte y le preguntГі en voz baja:

—Dime una cosa. ¿Cómo has hecho para entrar en el laboratorio sin que nadie te viera?

—No te he visto en el comedor —respondió ella—. Estaba preocupada. Por la tarde, cuando iba a la biblioteca, te he visto salir del comedor junto al grupo aquí presente. Os he seguido desde lejos y os he visto entrar aquí. He dado la vuelta al edificio y he encontrado la ventana del baño abierta. He entrado por allí y he podido esconderme detrás del armario sin que me viera nadie. He visto los experimentos. Lo demás ya lo sabes.

—Has entrado por el baño —le sonrió Marlon, enamorado. La acarició con la mirada—. Como un filme policíaco de serie B —y se rio divertido.

—¡Justo así, graciosillo! —replicó Charlene maliciosamente, dándole una patada en el pie.

—Señoras y señores, por hoy basta —anunció Drew en voz alta—. Diría que hoy no nos podrían haber salido mejor las cosas. Gracias a todos. ¡Nos vemos mañana!

El grupo se disolviГі y cada uno se dirigiГі a su alojamiento.

Otro dГ­a histГіrico llegaba a su fin.

CapГ­tulo XV



Midori mirГі por la ventana a un punto lejano, invisible.

AllГ­ estaba el jardГ­n de los cerezos, en el parque en el que habГ­a conocido a su amado Noboru.

Era el atardecer, y la muchacha escribГ­a a su novio.

В«Hoy estoy muy cansada.

La lecciГіn de historia del JapГіn medieval es realmente insoportable. ВїQuГ© mГЎs me da lo que pasara en esa Г©poca? Yo estoy viviendo ahora. Es ahora cuando no puedo estar contigo, y me duele el corazГіn de lo mucho que te echo de menos.

Dentro de dos semanas tengo el examen de historia y no consigo retener las nociones. Me saldrГЎ mal, lo sГ©. Y mis padres se preguntarГЎn por quГ©, despuГ©s de una buena carrera universitaria, mi rendimiento ha bajado tan notablemente.

No, no es justo, ni por ellos, que me quieren, a pesar de todo, y esperan que llegue a una buena posiciГіn social, ni para mГ­, porque si no termino los estudios solo podrГ© hacer tareas domГ©sticas, precarias y mal remuneradas. ВїPor quГ© las mujeres japonesas estГЎn tan discriminadas? Es una sociedad marchita, dominada por machos autoritarios que deciden todo y dejan a la mujer mirando ese techo transparente a travГ©s del cual ellos gobiernan nuestras vidas.

Pero yo no quiero quedarme en la sombra.

EstudiarГ©, sГ­, estudiarГ© mГЎs que nunca, tambiГ©n Historia, sГ­, y me licenciarГ© y serГ© profesora, ganarГ© lo suficiente y podremos casarnos, y tГє saldrГЎs de esa barca y dejarГЎs de ser pobre. Y tГє tambiГ©n podrГЎs estudiar, como yo, y serГЎs poeta: tienes el talento, Noboru, y tienes que complementarlo con los estudiosВ».

Midori levantГі la pluma de la hoja y se pasГі las manos por los ojos, para secar las lГЎgrimas que se deslizaban por su rostro copiosamente. SufrГ­a terriblemente. Pero tambiГ©n era fuerte y racional. SabГ­a luchar.



Maoko cogiГі el paГ±uelo y se secГі los ojos. El desgarro de Midori la habГ­a conmovido. Ese amor atormentado se escapaba de las pГЎginas del libro y le llegaba al corazГіn, haciГ©ndola llorar cada vez.

Con un suspirГі pasГі la pГЎgina, pero justo en ese momento alguien llamГі a la puerta.

Un golpe discreto, casi tГ­mido, habrГ­a podido decir.

Perpleja, mirГі el reloj a la luz de la lГЎmpara: eran las diez de la noche, ВїquiГ©n podГ­a ser, a esa hora?

Se levantГі de la cama, dejГі el libro y se dirigiГі a la puerta. No habГ­a mirilla, asГ­ que se acercГі con precauciГіn.

—¿Sí? —preguntó sin abrir.

—Novak —fue la simple respuesta.

Maoko levantГі los ojos al cielo, suspirando, luego encendiГі la luz principal, abriГі la puerta y dejГі entrar a la noruega; volviГі a cerrar con llave, anticipando lo que iba a pasar.

TenГ­a razГіn.

Jasmine Novak llevaba un abrigo marrГіn claro con detalles de tartГЎn, de una calidad Гіptima. Zapatos marrones con tacГіn bajo y el pelo recogido en una coleta. No llevaba bolso.

Se habГ­a parado apenas habГ­a entrado. EsperГі a que Maoko se pusiera frente a ella, despuГ©s, con un gesto controlado, se desabrochГі el abrigo empezando por arriba, botГіn a botГіn, con un ritmo regular. Cuando llegГі al final, cogiГі las aletas del abrigo a la altura del pecho y las abriГі lentamente, de manera perfectamente simГ©trica.

Estaba completamente desnuda.

Maoko sabГ­a que las mujeres escandinavas eran desinhibidas, pero no se esperaba un comportamiento asГ­.

Novak separГі las dos partes del abrigo hasta que la prenda comenzГі a deslizarse por sus hombros. La dejГі resbalar suavemente por sus brazos, detrГЎs de sГ­, y, cuando iba a caer al suelo, lo sujetГі con las manos, lo doblГі a media altura y lo colocГі ordenadamente en el respaldo de un sillГіn cercano.

DespuГ©s fijГі su mirada en los ojos de la japonesa y tendiГі los brazos hacia delante, cruzando las muГ±ecas.

Maoko sostuvo la mirada, de manera asГ©ptica, y despuГ©s observГі las muГ±ecas: solo quedaba una leve irritaciГіn donde habГ­an estado las cuerdas la noche anterior. Esto supuso una gran satisfacciГіn para ella, porque confirmaba su maestrГ­a del Shibari, el arte japonГ©s de la cuerda. Se dedicaba a ello paralelamente a sus estudios universitarios, por el gran contenido estГ©tico que contenГ­a ese arte, y querГ­a llegar a Nawashi, o maestra.

HabrГ­a podido realizar una escultura refinada, usando cuerdas artГ­sticamente sobre el cuerpo escultural de Novak, pero no creГ­a que conociese el Shibari y, menos todavГ­a que hubiera ido para ofrecerse como modelo para esa forma de arte.

No, la mujer noruega querГ­a otra cosa, y lo estaba pidiendo con los ojos encendidos, y con el cuerpo desnudo que se ofrecГ­a sin reservas a la mirada de Maoko.

TenГ­a la piel clara, como correspondГ­a a su procedencia, y el pelo rubio le llegaba hasta los hombros con un corte cuadrado sencillo pero preciso.

El rostro sin maquillaje era delicado, iluminado por ojos de color azul claro correctamente espaciados y decorados por cejas rubias arriba y pecas claras abajo.

La nariz era pequeГ±a y un poco levantada, la boca sutil con labios de color rosa claro.

El mentГіn regular, con una pequeГ±a cavidad que, junto al corte de los labios, daba una impresiГіn de impertinencia.

Los pГіmulos se mostraban apenas, y las mejillas eran tersas y suaves. Las orejas eran pequeГ±as y bien formadas. El cuello largo y sutil estaba en perfecta armonГ­a con la cara.

Los hombros tenГ­an una anchura comedida y proporcional a la altura de la mujer, de un metro setenta, y los mГєsculos bien definidos mostraban una actividad fГ­sica regular. Las clavГ­culas emergГ­an ostentosamente, tensando la piel y confirmando la mucha tonicidad de ese cuerpo.

El esternГіn y las costillas tambiГ©n dibujaban la imagen de un esqueleto perfecto, con una caja torГЎcica pequeГ±a y extremadamente femenina que llegaba a una cintura estrecha y sensual.

Los senos eran de dimensiГіn contenida, bien sostenidos por la musculatura de aquella mujer que tendrГ­a unos treinta y tres o treinta y cuatro aГ±os.

Vientre plano con abdominales evidentes, fruto de entrenamientos de carreras o de bicicleta.

Las piernas eran una maravilla. La longitud del fГ©mur y la de la tibia tenГ­an la proporciГіn ideal, y resaltaban la musculatura de los muslos y la pantorrilla. Los tobillos finos completaban ese cuadro envidiable.

Maoko observГі los brazos largos y delgados, tГіnicos como todo lo demГЎs, y las manos, con dedos finos y elegantes. Con una mano la cogiГі por las muГ±ecas cruzadas y la condujo lentamente hasta la cama individual.

—Quítate los zapatos —le ordenó con voz tranquila pero firme.

Novak hizo lo que se le pedГ­a, y despuГ©s Maoko se colocГі detrГЎs de ella y la hizo ponerse de rodillas sobre la cama, haciГ©ndola avanzar hasta el centro, y girada sobre el lado mГЎs largo. CogiГі sus manos y se las puso detrГЎs de la espalda, despuГ©s cruzГі sus muГ±ecas de nuevo y los sujetГі con una mano.

—Separa las rodillas —ordenó de nuevo.

La noruega obedeciГі.

—Más —añadió.

Novak separГі un poco mГЎs las rodillas, manteniendo los muslos derechos para sujetar el cuerpo.

—Bien. —Las rodillas estaban a medio metro de distancia una de la otra—. Busto derecho. Cabeza alta. Mira hacia delante.

La noruega se enderezГі, ayudada por la tracciГіn de los brazos estirados hacia atrГЎs y sujetos por Maoko a la altura de las muГ±ecas cruzadas.

LevantГі la cabeza orgullosamente y mirГі delante de ella.

—No te muevas —ordenó la japonesa.

Le soltГі las muГ±ecas lentamente y se alejГі de la cama.

Novak no se moviГі ni un milГ­metro.

Maoko fue al armario, situado detrГЎs de Novak, y por lo tanto fuera de su campo visual, y cogiГі un paГ±uelo amarillo de seda pura, volviГі al lado de la cama y rodeГі las muГ±ecas de la noruega, cruzadas, con Г©l. Hizo un nudo simple, apretГі moderadamente y cerrГі el atadijo con otro nudo.

Novak respiraba con regularidad, en espera, manteniendo con precisiГіn la posiciГіn que le habГ­a sido impuesta.

Maoko llevaba un pijama con camisa y pantalГіn largo, blanco con personajes Kawaii


(#litres_trial_promo). Se quitГі el pijama y se quedГі con la ropa interior de color blanco.

VolviГі al armario y cogiГі dos guantes de lГЎtex de la bolsa del laboratorio. Se los puso haciГ©ndolos estallar ruidosamente cuando acabГі.

Fue a la cama, de rodillas detrГЎs de Novak, con movimientos suaves para no desestabilizarla.

ApoyГі sus tobillos sobre los de la noruega para mantenerla mejor en esa posiciГіn, y despuГ©s apoyГі sus manos en su cadera. Novak se estremeciГі y dejГі escapar un suspiro, apenas audible, pero se controlГі enseguida y volviГі a la inmovilidad que debГ­a mantener.

Con movimientos simГ©tricos, Maoko deslizГі sus manos de los muslos a los glГєteos adyacentes, acariciГЎndolos. Eran sГіlidos y bien sostenidos. SiguiГі lentamente hacia arriba, subiendo por la espalda y apretando con los pulgares en la cavidad de la espina dorsal. Mientras avanzaba seguГ­a con los pulgares el contorno de cada vГ©rtebra, y al mismo tiempo marcaba, con los otros dedos, cada costilla. MantenГ­a una presiГіn constante que estimulaba las terminaciones nerviosas de esas zonas, muy sensibles, y Novak sintiГі escalofrГ­os. Un sudor frГ­o cubriГі su frente y su espalda, pero apretГі los dientes para no moverse. Maoko sonriГі para sГ­, apreciando la reacciГіn de la noruega, asГ­ como el autocontrol que demostraba tener.

Las manos llegaron a la base del cuello. Con los pulgares masajeГі intensa y repetidamente las vГ©rtebras cervicales, despuГ©s pasГі a los omoplatos y, manteniendo continuamente una presiГіn sobre la piel, llevГі las manos hacia delante, a la parte inferior de la caja torГЎcica. Las deslizГі despacГ­simo hacia arriba, acogiendo progresivamente los senos. Cuando los Г­ndices encontraron el obstГЎculo de los pezones Maoko prosiguiГі del mismo modo, manteniendo la misma presiГіn, obligГЎndolos a ceder. DespuГ©s aumentГі el espacio entre el Г­ndice y el dedo medio para dejarlos emerger de nuevo. En cuanto recuperaron su volumen, erectos y rГ­gidos, dejГі de mover las manos. PermaneciГі asГ­ unos instantes, sujetando los senos con delicadeza. Novak estaba cubierta de sudor y respiraba de manera apenas perceptible, presa de una tensiГіn extrema.

La japonesa cerró entonces, lentamente, el índice y el dedo medio, uno contra el otro, comprimiendo los pezones en medio. La noruega abrió los ojos de par en par, y la boca, y no puedo contener un «¡Oooh!» sofocado.

—¡Silencio! —le ordenó Maoko en un susurro.

Novak se paralizГі en ese estado, con los ojos muy abiertos y respirando por la boca abierta; seguГ­a sudando.

La japonesa separГі lentamente los dedos, liberando los pezones, que ahora aparecГ­an aplastados en su base, cerca de la aureola donde estaban apoyados los dedos. Volvieron a su diГЎmetro original, elГЎsticamente, en pocos segundos.

Maoko esperГі unos segundos mГЎs, despuГ©s repitiГі el proceso. Esta vez apretГі mГЎs fuerte, casi eliminando el espacio entre los dedos. Novak cerrГі la boca de golpe y apretГі los dientes, aguantando la respiraciГіn, y consiguiГі no emitir ningГєn sonido. Maoko liberГі los pezones de nuevo y estos tardaron un poco mГЎs en recuperarse. EsperГі un poco y volviГі a apretar los dedos, apretГЎndolos fuertemente uno contra el otro. AguantГі asГ­ unos segundos, durante los cuales Novak permaneciГі rГ­gida con los ojos tensos y los labios tan tensos que se estaban volviendo blancos.

Al final Maoko abriГі los dedos gradualmente, de milГ­metro en milГ­metro, y esta vez los pezones permanecieron aplastados durante muchos segundos. Volvieron poco a poco, mientras la noruega sudaba profusamente a medida que las delicadas nervaduras seГ±alaban la reactivaciГіn progresiva y dolorosa de la circulaciГіn.

Maoko dejГі los senos deslizando las manos sobre la caja torГЎcica y hacia los costados, pasando sobre la sutil cintura y parando en la cadera, por donde habГ­a comenzado.

Las dejГі allГ­ un momento.

La respiraciГіn de Novak volviГі a ser regular y el sudor comenzГі a secarse.

La temperatura de la habitaciГіn en esa noche de marzo era agradable para aquel cuerpo desnudo.

La luz de la lГЎmpara en la mesilla era de color blanco frГ­o, apropiado para la lectura gracias al contraste elevado que producГ­a en las pГЎginas impresas, mientras que la lГЎmpara en el centro de la habitaciГіn emitГ­a una suave luz ligeramente amarilla. El cuerpo pГЎlido de Novak estaba teГ±ido uniformemente de ese amarillo, y habГ­a asumido una tonalidad cГЎlida y agradable, mientras el blanco de la lГЎmpara de la mesilla, proyectado en tres cuartos por detrГЎs, creaba sombras bien definidas en los bordes de los omoplatos y la oquedad entre los glГєteos. InmГіvil como estaba, la noruega parecГ­a una escultura expuesta en un museo e iluminada por faros convenientemente dispuestos. Era bellГ­sima.

В«Ahora veremosВ», se dijo Maoko con una sonrisa maliciosa.

Lentamente, deslizГі las manos hacia el abdomen, con los dedos juntos. No ejercГ­a ninguna presiГіn, pero podГ­a sentir bajo los dedos cГіmo se tensaban los haces musculares. Inexorable, se fue acercando a las ingles, mientras Novak habГ­a vuelto a sudar y a respirar agitadamente, a pesar de seguir manteniГ©ndose rГ­gida y en posiciГіn. ColocГі los dedos medio, anular y meГ±ique en la cavidad inguinal, cruzГі los pulgares justo sobre la vulva y dejГі los Г­ndices levantados. PermaneciГі asГ­ medio minuto, durante el cual la mujer noruega casi no se atreviГі a respirar; su corazГіn batГ­a velozmente y con potencia, hasta tal punto que Maoko podГ­a sentirlo tronar, imperioso, en la caja torГЎcica. BajГі los Г­ndices hacia la vulva y los usГі delicadamente para separar los labios grandes. Bajo la sutil barrera de lГЎtex podГ­a percibir el calor de la piel, hГєmeda por la excitaciГіn. SeparГі los labios con determinaciГіn hasta que la entrada de la vagina estuvo completamente abierta. Novak estaba tensa a punto del espasmo, con el corazГіn que batГ­a violentamente, incontrolable. Se sentГ­a completamente expuesta e indefensa y, consternada, sentГ­a cГіmo el aire frГ­o entraba en su vagina y circulaba en su interior, amplificando la sensaciГіn de vulnerabilidad que sentГ­a. No sabГ­a quГ© iba a pasar, a pesar de lo cual no moviГі ni un mГєsculo.

Maoko la dejГі asГ­ durante algo mГЎs de un minuto, atada e inmГіvil, completamente sudada y con el rostro rГ­gido como una mГЎscara, con su esencia mГЎs Г­ntima descubierta y puesta a merced del mundo.

Improvisamente Maoko separГі los Г­ndices, deslizГЎndolos sobre el interior de los labios grandes y luego los liberГі de golpe: hicieron un ruido nГ­tido pero hГєmedo, como el de una mano que golpea una superficie mojada. QuitГі las manos de las ingles de Novak y se quitГі los guantes dejГЎndolos del revГ©s. BajГі de la cama de rodillas y fue a tirarlos.

Novak no se moviГі.

Maoko volviГі rГЎpidamente a la cama y le desatГі las muГ±ecas, dejando el paГ±uelo en la mesilla. No habГ­a marcas profundas, ya que habГ­a estado atada durante poco tiempo, y habГ­a apretado poco. AdemГЎs, Novak habГ­a permanecido inmГіvil todo el tiempo y no habГ­a forzado la atadura, con lo que no se habГ­a daГ±ado la piel.

—Arrodíllate —ordenó Maoko, apoyando un dedo en cada costado para guiarla.

La noruega dejГі la posiciГіn recta que mantenГ­a y apoyГі los muslos sobre las pantorrillas. Los brazos estaban relajados a los lados.

Maoko quitГі un cojГ­n que estaba sobre la cama y lo dejГі sobre el sofГЎ.

—Túmbate —añadió. La sujetó por los hombros y la ayudó a tumbarse boca arriba.

SujetГЎndola por las muГ±ecas colocГі los brazos sobre su cabeza, apoyados en la cama y flexionados de modo que las manos estuvieran a unos veinte centГ­metros de distancia, con las palmas giradas hacia arriba.

Le puso el paГ±uelo en las manos.

—Mantenlo tenso. Mira al techo —le dijo.

Ella obedeciГі y tensГі el paГ±uelo con las manos apoyadas en la cama, despuГ©s fijГі la mirada en el techo, pintado de blanco.

—Separa —indicó con una voz neutra, apoyando las manos en el interior de sus muslos. Le hizo separarlos hasta que las rodillas estuvieron a una distancia de sesenta centímetros, mientras los pies estaban girados relajadamente hacia el centro de la cama.

La japonesa volviГі al armario y cogiГі otro par de guantes, despuГ©s fue a la cocina y cogiГі unos palillos japoneses de un cajГіn


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Novak siguiГі por el rabillo del ojo los movimientos de Maoko, pero cuando esta se dio la vuelta para volver a la cama volviГі a mirar el techo rГЎpidamente.

La japonesa se acostГі a la derecha de Novak y la mirГі con expresiГіn crГ­tica, empezando por los pies y siguiendo por las piernas, el abdomen, el tГіrax y la cara, hasta las manos, que tensaban el paГ±uelo diligentemente. El sudor se habГ­a secado casi completamente. VerificГі de nuevo que estaba mirando el techo y se inclinГі sobre su vulva.

Con el pulgar y el Г­ndice de la mano izquierda separГі los labios cerca de la uniГіn superior, a la altura del clГ­toris. El Гіrgano asomГі la cabeza por el prepucio clitoriano. Era pequeГ±o, pero bien definido, rosa fuerte, y terso por la excitaciГіn. Maoko articulГі los palillos en la mano derecha y tocГі las puntas una contra la otra dos veces, con un tic tic seco de madera, de la que estaban hechos, y despuГ©s los acercГі a la vulva y, con gran precisiГіn cogiГі el clГ­toris por las puntas como si fuera una tierna gamba.

ApretГі un poco, lo mГ­nimo que bastaba para sujetar bien la presa, e inmovilizГі su mano. El clГ­toris era prisionero de los palillos, ligeramente presionado por las puntas que lo sujetaban por los lados. MirГі la cara de Novak. SeguГ­a mirando fijamente el techo, pero habГ­a abierto los ojos de par en par y tenГ­a la frente perlada de sudor. La boca estaba medio abierta y parecГ­a emitir un В«ooohВ» silencioso.

Satisfecha por el autocontrol que demostraba la noruega, Maoko moviГі con atenciГіn extrema las puntas de los palillos, describiendo un cГ­rculo en el sentido contrario a las agujas del reloj, deformando el clГ­toris en consecuencia. El movimiento era de pocos milГ­metros, pero las seis mil terminaciones nerviosas que llegaban al Гіrgano transmitГ­an unas impactantes oleadas de placer al cerebro de la mujer noruega.

Novak emitiГі un gemido y contrajo visiblemente los abdominales.

—¡Contrólate! —siseó Maoko.

Novak se paralizГі, y despuГ©s relajГі el abdomen lentamente, y tendiГі con fuerza el paГ±uelo entre las manos, convirtiГ©ndolo en la vГЎlvula de escape de la extrema tensiГіn a la que estaba sometida.

La japonesa continuГі con el movimiento rotatorio dando tres vueltas en un sentido, despuГ©s otras tres en el sentido contrario, alternativamente, para equilibrar la tensiГіn sobre el clГ­toris. Durante el proceso, todo el cuerpo de Novak se recubriГі nuevamente de sudor. Tiraba fuerte del paГ±uelo, para controlarse mГЎs, y los bГ­ceps emergГ­an con evidencia, contraГ­dos y bien modelados.

Tres vueltas hacia un lado, tres vueltas hacia el otro, continuamente, sin descanso. El clГ­toris estaba ahora de color rojo oscuro, y erecto.

DespuГ©s de unos dos minutos Maoko vio que la cara de Novak estaba enrojeciendo tambiГ©n y que su respiraciГіn se aceleraba. Los abdominales se estaban contrayendo involuntariamente y, de la garganta de la mujer, salГ­a una especie de gemido que iba aumentando de volumen. Estaba a punto de llegar al orgasmo, y Maoko abriГі sГєbitamente los palillos liberando el clГ­toris de manera improvisa. SoltГі tambiГ©n los labios, que se cerraron.

—¡Aaah! —se lamentó Novak con un sonido nasal, mientras la excitación era interrumpida de golpe. Estaba decepcionada, ansiosa por concluir y llegar al clímax, pero todo se había parado inesperadamente.

LevantГі la cabeza y mirГі con rabia a Maoko, pero esta volviГі a colocarla como estaba.

—¡Pórtate bien! ¡Baja la cabeza! —le gritó, apoyando su mano izquierda en su frente y empujándola hacia abajo.

Novak retornГі a su posiciГіn, irritada. ResoplГі a modo de protesta, pero luego se relajГі y volviГі a mirar al techo y a tirar del paГ±uelo.

Su cara estaba volviendo a tener un color normal y el sudor se secaba rГЎpidamente.

Maoko esperГі un poco. Cuando le pareciГі que se habГ­a calmado lo suficiente, apoyГі su mano izquierda sobre su abdomen y comenzГі a acariciarlo, ligeramente, haciendo cГ­rculos, para apreciar la piel lisa y los mГєsculos tГіnicos que la esculpГ­an. Novak cerrГі los ojos, sumisa. Respiraba con regularidad, tranquila, inspirando por la nariz y expirando por la boca medio cerrada. En un estado de gran relajaciГіn, aflojГі el agarre del paГ±uelo.

En ese momento Maoko introdujo delicadamente el dedo medio de su mano derecha en la vagina, con la palma de la mano hacia arriba. PareciГі que Novak no reaccionase. AГ±adiГі el Г­ndice y empujГі un poco mГЎs arriba. Entonces Novak abriГі los ojos, con la mirada vacГ­a, parecГ­a ausente. Maoko empujГі un poco mГЎs, de manera que el anular y el meГ±ique tambiГ©n entraron; su pequeГ±a mano empezГі a penetrar la vagina de Novak. La mujer noruega abrГ­a los ojos mГЎs y mГЎs a medida que Maoko entraba dentro de ella. ExtraГ±amente, no empezГі a sudar, sino que palideciГі, desbordada por las sensaciones indescriptibles que estaba experimentando.

La mano de Maoko continuaba a subir por el canal vaginal lubricado por la excitaciГіn, y el dedo pulgar tambiГ©n entrГі. La entrada a la vagina estaba dilatada y envolvГ­a firmemente el diГЎmetro mГЎximo de la mano, de unos ocho centГ­metros. Empujando mГЎs, Maoko introdujo la mano completamente, y la entrada se cerrГі, hГєmeda, alrededor de la muГ±eca.

Ahora Novak parecГ­a medio adormentada; tenГ­a los pГЎrpados medio cerrados y no mostraba reacciones evidentes. ParecГ­a completamente abandonada a la posesiГіn de la parte mГЎs Г­ntima de su cuerpo, y parecГ­a expresar una aceptaciГіn total.

Con enorme coordinaciГіn Maoko habГ­a seguido acariciГЎndole el abdomen, para que estuviera tranquila. Entonces cerrГі la mano derecha sobre el centro del vientre y apretГі ligeramente. DespuГ©s moviГі los dedos Г­ndice y medio dentro de su compaГ±era, frotando las yemas contra la pared vaginal anterior. Los movГ­a lentamente de forma circular, explorando, con los nudillos apoyados contra la pared del fondo a causa del pequeГ±o espacio. ContinuГі explorando minuciosamente hasta que encontrГі lo que buscaba. Una zona rugosa, no mГЎs grande de una moneda, centrada en el eje de simetrГ­a de la vagina. Novak tenГ­a el punto G


(#litres_trial_promo), y Maoko lo habГ­a encontrado.

La mujer noruega reaccionГі inmediatamente.

—¡Aaah! —suspiró con voz alta, tirando el pañuelo y tensando los abdominales.

Maoko no dijo nada.

EmpezГі a pasar los dedos sobre el punto G, arriba y abajo, con una presiГіn moderada y con un ritmo de un pasaje por segundo. De vez en cuando hacГ­a fuerza con la otra mano sobre los abdominales, para que no se moviera. Novak empezГі a levantar la cabeza de la cama, con el cuerpo contraГ­do y la boca abierta en forma de В«OВ», emitiendo un В«Oooh...В» continuo y gutural. DejГі el paГ±uelo y llevГі los brazos hacia delante, agarrГЎndose con las manos a los laterales del colchГіn y apretГЎndolo con fuerza. Con cada pasaje de los dedos dentro de ella, la noruega subГ­a y bajaba con la cabeza y parte del busto.

Maoko seguГ­a impertГ©rrita con su estimulaciГіn y dejaba que Novak se moviera libremente. Era lo que querГ­a: la habГ­a contenido hasta ese momento para que explotase en el orgasmo supremo que una mujer pueda sentir.

Ahora el rostro de la mujer noruega era una mГЎscara descompuesta, roja y empapada en sudor. TambiГ©n era rojo el cuello, del que las arterias emergГ­an hinchadas y con fuertes pulsaciones; junto con los tendones tensos hasta el espasmo dibujaban una estructura manifiesta de tabla de anatomГ­a cada vez que levantaba el busto. Su cuerpo brillaba cubierto de sudor y bajo las ingles la sГЎbana estaba empapada de lГ­quido vaginal.

Maoko arqueГі ligeramente los dedos y, en vez de usar la punta de las yemas como habГ­a hecho hasta ese momento, comenzГі a pasar las uГ±as por el punto G. Eran las uГ±as de una cientГ­fica acostumbrada a hacer pequeГ±as manualidades, no demasiado largas y nada afiladas. Las pasГі con decisiГіn sobre la carne sensible en el interior de Novak, una y otra vez, mientras esta apretaba el colchГіn de manera espasmГіdica y jadeaba. Unos pocos segundos mГЎs, y la mujer noruega echГі la cabeza hacia atrГЎs improvisamente y gritГі salvajemente con todo el aire que tenГ­a en el cuerpo.

Maoko puso rГЎpidamente su mano izquierda sobre su boca para que no se oyera por todas partes aquel grito tremendo.

Los abdominales de Novak se contraГ­an y se relajaban a un ritmo frenГ©tico, descargando la energГ­a devastadora de aquel orgasmo como nunca antes habГ­a sentido. El grito continuaba, sofocado por la mano de la japonesa.

Maoko esperГі.

Pasaron muchos segundos hasta que las contracciones del cuerpo de Novak comenzaron a disminuir. El grito se fue atenuando hasta que cesГі, y poco a poco la mujer noruega volviГі a apoyar la cabeza en la cama. SoltГі el colchГіn y abandonГі los brazos a los lados. Maoko le quitГі la mano de la boca y empezГі a acariciarle el abdomen de nuevo. Delicadamente, empezГі a sacar la mano derecha de su vagina. Se deslizaba fГЎcilmente en el canal inundado de fluido vaginal, y los mГєsculos estaban relajados por la dilataciГіn a la que habГ­an estado sometidos. En pocos segundos la mano estuvo fuera y Maoko constatГі que el guante habГ­a permanecido entero, a pesar de que habГ­a usado las uГ±as con decisiГіn. Se alegrГі por esto, ya que para los japoneses la higiene es algo fundamental, y que persiguen de manera obsesiva.

MirГі a Novak. YacГ­a inmГіvil en la cama, con los ojos ausentes mirando el techo. La respiraciГіn se estaba volviendo regular. La cara retomaba poco a poco su color natural y el sudor se estaba secando rГЎpidamente. Un minuto despuГ©s dormГ­a tranquila, con la boca medio abierta y la cabeza levemente girada hacia la derecha.

Maoko bajГі de la cama, moviГ©ndose con cuidado para no despertarla; tirГі los guantes, apagГі la luz principal y volviГі a ponerse el pijama. Con extrema delicadeza, tirГі de la manta a los pies de la cama y tapГі a Novak para que no cogiera frГ­o, despuГ©s fue al armario y cogiГі una pequeГ±a manta. ApagГі la lГЎmpara de la mesilla y, a tientas, fue hasta el sillГіn. Se tumbГі de lado y se tapГі con la manta.

MirГі en la oscuridad durante unos minutos, pensativa, y finalmente se durmiГі.

CapГ­tulo XVI



Drew se habГ­a ido del laboratorio junto a los demГЎs y se estaba dirigiendo a casa. Ya era casi de noche y querГ­a descansar, cerrar ese dГ­a infernal. ВЎHabГ­a pasado alguna que otra cosa! La existencia tranquila y regular del maduro profesor de fГ­sica se habГ­a puesto patas arriba de forma inesperada con ese descubrimiento increГ­ble. Estos Гєltimos dГ­as le habГ­an hecho vivir cosas portentosas, con un ritmo trepidante, en un aumento continuo de gloria y emociГіn, mucho mГЎs de lo que habГ­a sentido el resto de su vida.

Caminando por la pequeГ±a avenida, su mirada se posГі casualmente en el edificio que albergaba el despacho del director.

В«Tengo que decГ­rseloВ», pensГі.

Estaba cansado, pero se dirigiГі en aquella direcciГіn de todas formas.

La luz se filtraba por la ventana de McKintock. Drew sabГ­a que trabajaba mГЎs de lo que debГ­a.

La seГ±orita Watts ya se habГ­a marchado, asГ­ que llamГі directamente a la puerta del despacho.

—Adelante —respondió una voz cansada—. Ah, eres tú, Drew. Entra, por favor, amigo mío. —En ese «amigo mío» había un afecto sincero, que Drew percibió. Quizá, en el fondo, McKintock no era solamente una máquina de dar órdenes siempre en busca de dinero. ¿O quizá sí? En este caso, esa manifestación inusual de amistad habría sido solo un agradecimiento por los beneficios que el rector preveía gracias al descubrimiento de Drew y Marlon, los cuales, por lo tanto, merecían ser tenidos en gran consideración.

Cierto, las ganancias serГ­an para la Universidad, pero McKintock era un idealista, y hacer prosperar el ente que dirigГ­a era un objetivo vital para Г©l. Lo era hasta el punto de que se identificaba con la universidad misma, asГ­ que todo el bien que le hacГ­a se lo hacГ­a a sГ­ mismo. Y por esto estaba todavГ­a allГ­, trabajando, avanzando con prГЎcticas administrativas que habrГ­an podido ser gestionadas al dГ­a siguiente. Pero el rector sabГ­a demasiado bien que podrГ­a surgir cualquier problema que habrГ­a impedido realizar esos trГЎmites, lo cual habrГ­a provocado nuevos problemas, en una reacciГіn en cadena que era mejor no comenzar.

—Lo hemos conseguido, McKintock —anunció Drew con voz cálida—. Tenemos la teoría de base y podemos estimar la energía necesaria para intercambiar distintos volúmenes a distancias dadas.

—Perfecto —se alegró el rector—. ¿Y hasta qué distancia podemos llegar?

—Podemos llegar a todas partes —respondió simplemente Drew, sentándose—.

—Es decir, ¿hasta Pequín, Moscú, Ancorage? ¿Dónde queramos?

—Allí, y no solo.

—¿Cómo «no solo»? —McKintock estaba un poco perdido. Reflexionó un momento—. ¿A la luna? —preguntó con ironía.

—La luna está a la vuelta de la esquina, para esta máquina —respondió Drew, sereno—. El Intercambio se puede realizar con un punto cualquiera del universo conocido.

McKintock no tenГ­a ni idea de lo grande que era el universo conocido, ni cuГЎnto se conocГ­a del universo mismo. Para Г©l la luna y los planetas del sistema solar constituГ­an todo el universo que Г©l conocГ­a.

— El universo es muy grande, McKintock. La estimación actual ronda los noventa y tres mil millones de años luz. Imagina una esfera de ese diámetro.

McKintock lo mirГі estupefacto. ВїQuГ© sabГ­a Г©l lo que era un aГ±o luz?

Drew se dio cuenta de que tenГ­a que explicГЎrselo. No le apetecГ­a, pero era necesario.

—Un año luz es la distancia que recorre un rayo de luz en un año. Como la luz viaja a una velocidad de unos trescientos mil kilómetros por segundo, en un año recorre más de nueve billones de kilómetros.

McKintock abriГі mucho los ojos. Nueve mil millones de kilГіmetros. Las distancias a las que Г©l estaba acostumbrado eran las que Г©l podГ­a recorrer con el coche. Diez kilГіmetros, cien, doscientos kilГіmetros, y no mucho mГЎs.

Nueve billones de kilГіmetros. No podГ­a imaginar una distancia similar.

—Bien —continuó Drew, observando, divertido, la perplejidad del rector—, por lo que sabemos el universo tiene un tamaño de noventa y tres mil millones de veces esos nueve billones de kilómetros, o sea, unos ochocientos mil trillones de kilómetros.

McKintock miraba a Drew con ojos perdidos.

—No te preocupes, McKintock. Yo tampoco puedo imaginarme esta distancia. Nadie puede. No está hecha a medida del hombre. Lo importante, sin embargo, es que a nivel matemático eso es un número como cualquier otro, y por lo tanto se puede trabajar con él. Y todavía más importante es que con nuestra máquina podremos explorar cualquier región del universo que queramos. Esto es importante. Piensa al progreso de la ciencia. Todos los tesoros de conocimiento que nos esperan. Es increíble que nos haya pasado a nosotros, pero ha sucedido, y soy inmensamente feliz de vivir en esta nueva era que está comenzando.

McKintock permaneciГі en silencio durante un tiempo. TenГ­a que digerir todo lo que acababa de oГ­r. Se sentГ­a oprimido por la inmensidad de aquellas distancias, de esos conocimientos de los que habГ­a hablado Drew. Estaba como aplastado bajo aquella masa inconmensurable que imaginaba que estaba sobre ellos.

—Pero... ¿y alguna aplicación más..., digamos, cotidiana? —preguntó, inseguro.

—Ah, claro. Se me olvidaba —respondió Drew—. Podemos construir máquinas pequeñas, estructuradas convenientemente, que permitirían trabajar en el campo médico. Podrán eliminar masas tumorales del cuerpo, sin intrusión. Las biopsias se convertirán en una simple consulta en absoluto traumática. Piensa lo que esto conllevará. Bastará regular la máquina sobre la posición, la forma y la dimensión de lo que se quiere extraer, activarla, y, en menos de lo que canta un gallo, esa masa estará fuera del cuerpo. El espacio que ocupaba podrá ser ocupado, por ejemplo, por solución fisiológica, o productos similares. No soy médico, así que no puedo adentrarme en los detalles. Ya lo pensarán los especialistas.

OmitiГі deliberadamente citar la posibilidad de desplazar seres vivos, esperando que al rector no se le ocurriera.

Iluso.

—Dime una cosa, Drew —comenzó McKintock con aire indagador—, ¿qué tamaño pueden tener las cosas que podrían transportarse?

«¡Ay!», pensó Drew, anticipando lo que venía.

—Bien —respondió de forma evasiva—, todavía no lo sabemos bien —lo cual era verdad—. Tenemos que construir una máquina más grande y ver qué puede hacer —y esto también era verdad. Apretó los puños que tenía sobre sus piernas, escondidos por el escritorio. No le gustaba mentir, y se sentía mal.

—Uhm, entiendo —respondió el rector asintiendo lentamente, serio. Era un gran conocedor de la gente y veía cuando su interlocutor le estaba escondiendo algo.

—Por casualidad —retomó con aire de poco interés—, ¿habéis experimentado con alguna forma viva?

В«ValeВ», capitulГі Drew en su fuero interno. Pero aГєn hizo un Гєltimo intento desesperado.

—¿Por qué me lo preguntas? —probó.

—Así, por pura curiosidad —respondió McKintock, esta vez con sorna—. He visto pasar a Bryce por la ventana, con algunas cajas, y me preguntaba si a lo mejor contenían cobayas para tu laboratorio. Sabes, he tenido la impresión de que dentro de esos contenedores se agitase algo nervioso. ¿Qué puedes contarme?

—Muy bien. No se te puede esconder nada, McKintock —se rindió Drew—. Efectivamente, hemos experimentado el intercambio con plantas y animales, y todo ha funcionado bien, al menos por lo que hemos podido ver hasta ahora —dijo, y dio un profundo respiro—. No quería escondértelo, solo quería tener tiempo para experimentar más para poder confirmarlo.

—Entiendo —y esta vez el rector aceptó con comprensión, apreciando la corrección de Drew—. Pero, en teoría, en teoría, digo bien, ¿sería en principio posible desplazar personas? —preguntó, mirando fijamente al físico a los ojos.

Drew no tenГ­a escapatoria, asГ­ que no alargГі mГЎs la cosa.

—Sí. En teoría, sí. Cuando tengamos la máquina apropiada y hayamos experimentado todo lo que haga falta con ella, y si legalmente se puede hacer, sí, podremos desplazar a gente —concluyó, diciendo todo de una vez.

McKintock estaba radiante de alegrГ­a. El cansancio del dГ­a se habГ­a disipado como con un golpe de viento que lo hubiera llevado lejos. Se levantГі y pasГі por detrГЎs del escritorio. Le dio la mano a Drew, apretГЎndola calurosamente.

—Fantástico, amigo mío. Increíble y fantástico —le felicitó con sinceridad.

—Gracias, McKintock. Ahora, me voy a casa. Estoy realmente cansado. Hasta mañana.

—Adiós, Drew. Hasta mañana —se despidió el rector, y lo vio salir encorvado de su despacho.



Drew llegГі a casa y lo primero que hizo fue darse una ducha.

La extrema tensiГіn del dГ­a fluyГі junto con el agua sucia y Г©l se dio cuenta de que tenГ­a muchГ­sima hambre. Su hermana habГ­a preparado la cena, como correspondГ­a a una persona perfecta y estricta como era ella, y comieron juntos charlando de todo y de nada.

—¿Cómo está tu amiga de Leeds? —preguntó Drew dentro de esa dinámica—. Ahora vas a verla todos los fines de semana. ¡Tenéis que tener muchos intereses en común! Por cierto, ¿cómo se llama?

Timorina levantГі la ceja derecha, sorprendida por ese interГ©s inesperado por sus cuestiones personales. Drew le preguntaba raramente sobre asuntos que la concernГ­an personalmente, inmerso como estaba en su trabajo y sus estudios.

AdemГЎs de sorprenderse se dio cuenta de que su hermano estaba muy animado.

—Estás contento esta noche, Lester —le respondió, observándolo—. ¿A qué se debe?

—Resultados excelentes en una investigación. No sucede a menudo —explicó vagamente, ya que no podía entrar en detalles—. ¿Y tu amiga, entonces?

Timorina comprendiГі que Drew solo tenГ­a ganas de conversar y que el entusiasmo que le mostraba se debГ­a a la felicidad que sentГ­a por el Г©xito de la investigaciГіn de la que habГ­a hablado.

—Jenny es una señora estupenda —comenzó, sonriendo—. La conocí en una exposición de pintura hace unos meses. Hemos descubierto que tenemos casi los mismos pintores preferidos, y por eso he decidido frecuentarla. Tiene varios cuadros valiosos y una buena colección de libros sobre pintura. Cuando nos vemos siempre encontramos detalles estimulantes sobre los que hablar. Te aseguro que para los apasionados de pintura un cuadro ofrece muchos matices, detalles que quizá no has notado antes y que ahora saltan a la vista inesperadamente. Empezamos a analizar la obra y nos gusta confrontar nuestras respectivas valoraciones sobre ella: pueden ser la técnica, el objetivo del cuadro, la condición mental del autor. Es un placer discutir con ella. Es culta e inteligente, una persona muy interesante —concluyó con esa voz siempre controlada que la distinguía.

—¡Vaya! ¡Felicidades! —se alegró Drew—. Es una amistad magnífica. Me alegro por ti. —Cogió la última patata, pero dejó el tenedor en el aire—. ¿Por qué no la invitas para que venga la próxima vez? Nosotros también tenemos algunos cuadros que podríamos enseñarle —y metió la patata en la boca.

—Nuestros cuadros no son del tipo que estamos estudiando —mintió cándidamente Timorina—. Cuando pasemos al expresionismo podría invitarla. Aunque ella también tiene una colección impresionante de esta corriente. Ya veremos —concluyó, sonriendo.

Nunca le hablarГ­a de Cliff. Se habГ­a enamorado perdidamente de aquel hombre que conociГі en el museo, y le parecГ­a que, si se lo revelara, se podrГ­a estropear la imagen de castidad y perfecciГіn que su hermano tenГ­a de ella. No sabГ­a bien cГіmo comportarse, porque, aunque era la primera vez en sus cincuenta aГ±os de vida que se habГ­a enamorado asГ­, tambiГ©n era cierto que podrГ­a compartir su felicidad con su hermano. HabГ­an vivido siempre juntos desde que sus padres murieron, y no habГ­a habido un dГ­a en que Lester no le hubiera agradecido la atenciГіn que ella tenГ­a con Г©l. Era un hombre distraГ­do, sГ­, y pensaba siempre en la fГ­sica, cierto, pero le demostraba continuamente, con palabras y con su comportamiento, lo perfecta, importante e indispensable que era ella. ВїCГіmo podГ­a esconderle esto?

Pero por ahora era mejor asГ­. TemГ­a que, si hubiese revelado su historia de amor tan pronto, despuГ©s de tan solo unos meses, y luego le hubiera ido mal, la tragedia habrГ­a sido peor. Tanto para ella, como para la imagen que de ella tenГ­an, como para su hermano, al que no querГ­a disgustar.

No querГ­a reflexionar sobre la rГ­gida educaciГіn religiosa, mojigata y represiva a la que habГ­a sido sometida. Se le habГ­a impuesto no mirar a los chicos ni pensar en ellos, ya que eran fuente de pecado y de perdiciГіn. Y es lo que habГ­a hecho, o mejor, habГ­a tenido que hacer, mientras sus compaГ±eras de clase tonteaban con los muchachos que pululaban por allГ­, salГ­an con ellos, se dejaban, cambiaban de novio y, adultas, se casaban y formaban una familia. No, ella no habГ­a podido. Con diecisГ©is aГ±os su corazГіn habГ­a batido fuertemente por un chico; lloraba de noche, en la cama, apretando fuerte contra sГ­ la almohada, como si le estuviese abrazando a Г©l, inundando la sГЎbana con lГЎgrimas ardientes, pero todo en el silencio mГЎs total. No podГ­a dejar que la oyera su madre, que, en la habitaciГіn adyacente, tenГ­a el sueГ±o ligero. Unos dГ­as mГЎs tarde, sin embargo, Г©l habГ­a empezado a salir con una rubia insignificante de otra clase, un aГ±o mГЎs joven. Cuando Timorina lo descubriГі fue terrible. No se habГ­a atrevido a intentar nada durante mucho tiempo, y otra lo habГ­a hecho en su lugar. Ahora ya era demasiado tarde, y la rabia se apoderГі de ella. Se rebelГі en su mente contra el mundo, contra sus padres, contra sГ­ misma, cobarde. PasГі dГ­as reprimiendo su furia interior, desahogГЎndose con los estudios y con la gimnasia, para la que tenГ­a excelentes aptitudes. Cuando acabГі la tormenta, decidiГі que no mirarГ­a nunca mГЎs a los chicos, porque podrГ­a volver a sufrir otra vez, desilusionarse, y desesperarse. No, ya habГ­a tenido suficiente con el amor, a pesar de que no lo habГ­a experimentado de verdad.

Se hizo profesora de gimnasia e iniciГі su vida profesional en una escuela pГєblica en la que todavГ­a se practicaba su profesiГіn. IgnorГі o rechazГі hГЎbilmente proposiciones que le hicieron algunos y se construyГі una sГіlida fama de solterona empedernida. No le pesaba el estar sola. TenГ­a que ocuparse de su hermano, en todo caso, y Г©l merecГ­a todo su respeto y sus atenciones.

Aquel dГ­a, sin embargo, en el museo de Leeds habГ­a sucedido lo que ella nunca pensГі que podrГ­a suceder. Estaba admirando un cuadro que representaba un paisaje marino cuando un hombre en la cincuentena se puso tambiГ©n a mirar la obra, a su lado, observГі la escena dibujada y la comentГі con naturalidad, con una voz profunda, y como hablando consigo mismo.

—Ese azul del agua que se desvanece en el naranja del anochecer es increíble.

Timorina se volviГі hacia Г©l, sorprendida. Estaba pensando exactamente lo mismo.

—Hay algo en su técnica que no consigo comprender —había dicho sin darse cuenta—. Yo diría que es óleo. Le habrá añadido algún pigmento inusual, quizás hecho por sí mismo —había reflexionado el hombre en voz alta, sujetándose el mentón con la mano derecha y llevando el brazo izquierdo en horizontal sobre el estómago, para sostener el codo derecho.

—Es posible —le había respondido Timorina—. Pero el efecto no es uniforme. ¿Ve aquí? —y se había acercado al cuadro, señalando un punto. Él también se acercó y siguió sus indicaciones—. Cerca de la barca el gradiente es menor. Si fuera un pigmento en el óleo supongo que lo habría utilizado para toda la parte del mar, mientras que la barca, que está plenamente bañada por la puesta de sol, parece emerger como una entidad separada.

Г‰l la mirГі lleno de admiraciГіn.

—Tiene razón. No lo había notado —le había respondido con entusiasmo—. Veo que es usted una especialista. Felicidades. ¿Qué piensa de la playa?

Y allГ­ empezaron una supuesta conversaciГіn sobre el cuadro, diseccionando la tГ©cnica, el perГ­odo artГ­stico, la psicologГ­a del pintor, la calidad del lienzo e incluso la iluminaciГіn de aquella ala del museo, que juzgaron imperfecta para un disfrute correcto de la obra.

Tras dos horas el guarda habГ­a tenido que invitarlos a dirigirse hacia la salida porque tenГ­a que cerrar.

Ni siquiera se habГ­an presentado, despuГ©s de toda esa charla, y Г©l le tendiГі la mano.

—Cliff Brandon. Ha sido un placer para mí.

—Timorina Drew —le había respondido ella, apretándosela calurosamente—. Un placer también para mí.

—¡Qué hambre! —dijo él, mirándola sonriente, esperando una reacción.

Ella lo habГ­a mirado y no habГ­a podido evitar apreciar aquella cara sincera y simpГЎtica.

—Yo también tengo hambre —había dicho alegremente.

Media hora despuГ©s estaban sentados en un restaurante italiano no lejos del museo, paladeando una abundante raciГіn de lasaГ±a. Siguieron hablando de pintura durante un buen rato, y despuГ©s, sin darse cuenta, empezaron a hablar de sГ­ mismos. Г‰l estaba solo, divorciado desde hacГ­a algunos aГ±os, y sin hijos. Su mujer lo habГ­a dejado por otro, despuГ©s de muchos aГ±os de matrimonio, porque В«necesitaba estГ­mulos nuevosВ», habГ­a dicho.

Timorina habГ­a levantado las cejas maravillada, preguntГЎndose cГіmo se podГ­a dejar un hombre tan simpГЎtico, y tuvo que constatar, que a pesar de haberlo conocido apenas, se sentГ­a en perfecta sintonГ­a con Г©l. Una sensaciГіn de calor crecГ­a en su interior, y las manos casi le temblaban. Nunca habГ­a sentido nada parecido, antes, asГ­ que decidiГі deshacerse de su voto de castidad. Con una media sonrisa lo mirГі a los ojos.

—¿Vives lejos? —preguntó, tratándole directamente de tú.

—No sabía cómo pedírtelo —le respondió él—. Me siento tan a gusto contigo...

—¡Sssh! —lo interrumpió Timorina, colocando su dedo índice sobre los labios, haciéndole un gesto para que callara. Se levantó y se dirigió hacia la recepción. Él fue rapidísimo a para adelantarla y pagar la cuenta.

Una hora mГЎs tarde, sobre las ocho y media de la tarde su ropa estaba desperdigada por el suelo alrededor de la cama de Cliff, y Timorina estaba perdiendo su virginidad.



Recordando aquella tarde determinante pocos meses atrГЎs, Timorina se electrizГі, pero consiguiГі impedir que su hermano se diera cuenta. Sustancialmente le habГ­a dicho la verdad, sobre el museo, la pintura, las discusiones tГ©cnicas; la Гєnica diferencia consistГ­a en la persona. Por el momento, se repitiГі a sГ­ misma, se lo guardarГ­a para ella. MГЎs tarde, quizГЎ, si las cosas se consolidaran, se lo contarГ­a.

Se levantГі y comenzГі a quitar la mesa. Drew la ayudГі y despuГ©s se dirigiГі a su sillГіn. Estaba a punto de sentarse, pero cambiГі de idea.

—Oye, ¿te molesta si voy a tomarme una cerveza?

—Ya ves tú. No vuelvas muy tarde. Y no bebas demasiado —le advirtió.

—Tranquila —respondió afablemente.

Drew fue a su habitaciГіn y, con rapidez, se puso un traje deportivo. BajГі y se despidiГі de su hermana.

—Hasta luego. Adiós.

—Adiós.

La puerta se habГ­a cerrado apenas detrГЎs de Drew y Timorina ya estaba sentada en el sillГіn. Con una sonrisa de oreja a oreja cogiГі el telГ©fono y compuso un nГєmero.

Llamaba a Cliff.



Drew se dirigiГі con buen paso a su cervecerГ­a preferida. Estaba en un callejГіn cerca de la Universidad y, a veces iba allГ­ para respirar ese olor de madera antigua, bancos rГ­gidos y grifos de cerveza enormes. Le gustaba ese mundo a la antigua usanza, con las luces tenues y los colores cГЎlidos de los tiempos pasados. Lo frecuentaban mayoritariamente hombres maduros, como Г©l, pero habГ­a visto tambiГ©n parejas de novios jГіvenes que sabГ­an apreciar una buena cerveza saboreada de la manera correcta en el lugar correcto.

El aire era fresco, incluso frГ­o a aquella hora, y Drew lo respirГі a pleno pulmГіn, revitalizГЎndose a cada paso. Amaba su Manchester, formaba parte de aquella ciudad, y sentГ­a que la ciudad formaba parte de Г©l.

ВїY quГ© le hacГ­a encontrar su Manchester ahora?

Pues bien: Schultz, que venГ­a hacia Г©l mirando a todos los lados un poco desorientado y caminando con paso titubeante. Cuando pasaba cerca de una farola su figura de guerrero teutГіnico emergГ­a de la oscuridad como un tГ­mido habitante de las tinieblas, para, despuГ©s, desaparecer unos metros mГЎs lejos.

Drew sonriГі divertido, porque encontraba la escena ridГ­cula. AgitГі la mano y lo llamГі.

—¡Dieter! ¡Amigo mío!

Schultz mirГі en su direcciГіn y agudizГі la mirada.

—¡Oh! ¡Drew! —lo llamó, reconociéndolo solo después de unos instantes—. Amigo mío, ¡estoy feliz de encontrarme contigo! Estoy buscando un lugar agradable para cenar y no consigo orientarme. ¿Qué me aconsejas?

—Ningún consejo, ¡te invito! Estaba yendo a mi cervecería preferida, y allí ofrecen también una excelente cocina británica típica. Estoy seguro de que podrás satisfacer tu apetito de la mejor manera, y regar tu cena con una cerveza buenísima. ¡Por aquí! —Y lo cogió por el brazo haciéndole invertir el sentido de la marcha.

—Oh, bien, gracias, Lester —aceptó Schultz, siguiéndolo motivado—. Después del laboratorio he vuelto a mi alojamiento y te confieso que me desplomé sobre la cama con la ropa puesta. Me he dormido profundamente y me he despertado hace poco tiempo, con un hambre horrible. Me alegro de haberme cruzado contigo.

—Yo también me alegro. Una cerveza en compañía es lo mejor para hombres cansados tras un día como el nuestro —y le guiñó un ojo.

—A propósito de hombres cansados, ¡mira por quién viene por allí! —Schultz señaló con el dedo delante de sí, a unos cincuenta metros de distancia.

Drew siguiГі las indicaciones de su amigo. Estaban pasando por el parque Sackville, y una figura oscura estaba sentada, erecta, sobre el banco de Turing, al lado de la estatua del genio.

—¿No te parece que es...? —preguntó Schultz.

—Sí —confirmó Drew, aguzando la vista—. Sí, es él.

—Kamaranda —concluyó Schultz, asintiendo.

Caminaron en silencio hasta que llegaron delante del individuo, y allГ­ mismo se pararon.

Kamaranda estaba inmerso en su meditaciГіn, como cabГ­a esperarse. PasГі algГєn segundo y despuГ©s, dГЎndose cuenta de su presencia, se activГі. LevantГі la mirada y los reconociГі. Una sonrisa e pintГі en su cara del color del cafГ©, y se levantГі sin decir ni una palabra. Se dirigiГі con ellos a la cervecerГ­a.



La taberna Ole Sinner estaba incrustada en un bloque de lo mГЎs corriente que bordeaba una calle pequeГ±a y poco iluminada. Un farol amarillo evidenciaba la entrada del local, y una mesa de madera con una inscripciГіn grande, groseramente grabada, estaba apoyada al lado de la puerta. La inscripciГіn estaba pintada de color rojo oscuro, y algo desgastada por el paso del tiempo, como desgastaba estaba tambiГ©n la mesa que cada dГ­a desplazaban para barrer la acera y que luego volvГ­an a colocar en su sitio. El aspecto exterior era tГ­pico del siglo XVIII. Una gran aldaba de bronce estaba fijada a la madera maciza de la puerta y daba la impresiГіn de que habГ­a que usarla para que abrieran la puerta. Para nada. En cuando los tres hombres se acercaron a la entrada, un posadero con delantal y bigote al estilo de la Г©poca de la revoluciГіn industrial abriГі la puerta. Les saludГі amablemente y los llevГі directamente a una mesa libre. Schultz y Kamaranda estaban perplejos, pero Drew les explicГі el truco.

—Hay una célula fotoeléctrica sobre la puerta. Cuando alguien se acerca a menos de tres metros de la entrada, la fotocélula hace sonar un timbre en el interior y el posadero viene a abrir. Siempre está moviéndose y casi siempre llega a tiempo para abrir, y, si no, te lo encuentras en el umbral dándote la bienvenida. Da gusto ser recibido con hospitalidad.

Sus compaГ±eros asintieron vigorosamente mientras se sentaban. En un mundo en el que el individualismo estaba volviГ©ndose la filosofГ­a de vida predominante, en el que el desinterГ©s por los otros era la prГЎctica cotidiana y el respeto hacia los demГЎs ya no se enseГ±aba ni a los niГ±os, encontrar un lugar en el cual se entusiasmaban con tu llegada y donde se esforzarГ­an para agradarte te alegraba el corazГіn

Drew sonriГі jovialmente, mirando a sus compaГ±eros consultar el menГє, satisfechos. Por su parte, Г©l consultГі la lista de cervezas, a pesar de que ya sabГ­a lo que iba a pedir.

—¿Qué nos aconsejas, Drew? —preguntó Schultz, instalándose mejor en la pesada silla de madera maciza. Debía tener mucha hambre.

Kamaranda leГ­a toda la lista rГЎpidamente, esforzando los ojos en la luz difusa del local.

—Eso, ¿qué nos aconsejas? Tú aquí eres como el dueño de la casa —dijo el hindú, asociándose al alemán.

—Yo ya he comido, así que me tomaré una cerveza. Para vosotros, diría un buen bistec Balmoral, que es un bistec hecho en la sartén con champiñones, güisqui, nata y diversas especias. Está buenísimo y es muy nutritivo.

Los dos buscaron el platГі en el menГє y leyeron la descripciГіn detallada.

—Muy rico, sin duda —aprobó Kamaranda. Schultz asintió convencido y cerró el menú, apoyándolo a un lado.

—Yo me tomaré una old ale —dijo Drew—. Es oscura, con mucha malta y tiene unos 6 grados. Creo que sería perfecta también para vuestro plato.

Schultz era un buen bebedor de cerveza, en tanto que alemГЎn, y aceptГі inmediatamente. Kamaranda se agregГі, justo cuando llegaba el tabernero para tomar el pedido. TenГ­a una pequeГ±a libreta de papel amarillo cuadriculado y una tiza desgastada por el uso. Drew pidiГі en nombre de todos y el tabernero se fue.

El local estaba medio lleno, cerca de siete u ocho mesas, casi todas ocupadas por gente de su edad. Pero habГ­a tambiГ©n una mesa con dos chicas que tenГ­an ante ellas una jarra enorme de cerveza oscura y un plato ahora ya casi vacГ­o. TenГ­an pinta de ser estudiantes universitarias, pero extranjeras. Con el pelo negro y las facciones latinas, Drew habrГ­a dicho que eran italianas o espaГ±olas. ReflexionГі un poco, y despuГ©s se acordГі. ВЎPues claro! Las habГ­a visto caminar juntas por las avenidas de la universidad estos Гєltimos meses, y una vez se habГ­a cruzado con ellas mientras hablaban con un compaГ±ero suyo, profesor de inglГ©s. ConcluyГі que estaban allГ­ para aprender inglГ©s.

«Bien —se dijo Drew—, es bonito que haya jóvenes que sepan disfrutar de los placeres de la tradición inglesa». Y que esas chicas extranjeras estuvieran justo allí por esa razón le hacía muy feliz. Sentía que eso creaba un puente entre ellos, los profesores de siempre, y los miembros de nuevas generaciones que un día tomarían en sus manos el bastón de mando de la cultura y continuarían el trabajo esencial que era el bien más valioso de la humanidad: la difusión del conocimiento y el avance de la ciencia.

Estaba inmerso en esos pensamientos mientras Kamaranda y Schultz conversaban a dos. Pasado un rato el tabernero volviГі con una bandeja grande y pesada para llevar todo lo que habГ­an pedido.

La apoyГі a medias en un lado de la mesa y distribuyГі los platos y las cervezas. Solo de ver los platos se les hacГ­a la boca agua, y las cervezas monumentales eran irresistibles. Cada uno de ellos aferrГі su jarra y la levantГі en el aire para brindar.

—¡Al nuevo universo! —proclamó Drew en voz alta.

—¡Al Sistema! —declaró Kamaranda.

—¡A nosotros! —añadió Schultz, entusiasmado.

Los vecinos de mesa levantaron sus jarras y se unieron al brindis.

Bebieron ГЎvidamente ese nГ©ctar de los dioses, fuerte, seco y sabroso, y despuГ©s los dos extranjeros atacaron sus platos apetitosos.

Aquel era un momento de fiesta.

Aquella era su noche.

Se lo habГ­an merecido.

CapГ­tulo XVII



Cuando saliГі Drew, McKintock se quedГі solo en su despacho. La puesta al dГ­a que acababa de recibir sobre el proyecto, con esas noticias tan positivas sobre el potencial de la mГЎquina le habГ­a afectado enormemente. No conseguГ­a concentrarse en las prГЎcticas que estaba preparando; seguГ­a pensando en los usos del nuevo dispositivo revolucionario. Curar las enfermedades actuando directamente en el interior del cuerpo, desplazar objetos a distancias inimaginables..., ВЎtransportar gente! Le parecГ­a ser una lombriz que acabara de sacar la cabeza de la tierra por primera vez, y se estuviera dando cuenta de lo ilimitado y atractivo que era el mundo exterior. Una sensaciГіn de inmensidad se habГ­a apoderado de Г©l, dejГЎndolo sin aliento en el umbral del infinito.

Se esforzГі para definir los Гєltimos detalles de la prГЎctica que iba a entregar a la seГ±orita Watts por la maГ±ana, para la redacciГіn final. Su sentido del deber era inalienable, incluso en ese momento de exaltaciГіn, y era esto lo que hacГ­a de Г©l el hombre que Г©l era.

EscribiГі la Гєltima nota y apoyГі la pluma sobre el escritorio, y despuГ©s tuvo una idea fulminante.

Se levantó de golpe, con las manos apoyadas al lado del documento, y se dijo: «¿Por qué no?».

Para celebrar el gran evento irГ­a a ver a Cynthia, a pesar de que no era el dГ­a programado. Cierto, no podrГ­a decir la verdadera razГіn de aquella visita inesperada, pero seguramente ella se alegrarГ­a de verlo y pasarГ­an una buena velada juntos.

CerrГі deprisa el despacho, fue a su coche, y se sumergiГі en el trГЎfico nocturno, con direcciГіn a Liverpool. Afortunadamente encontrГі varios semГЎforos verdes y en poco tiempo se encontrГі en la oscuridad, conduciendo hacia el oeste, cruzando solo algunos coches en la autopista tranquila. Condujo mГЎs rГЎpidamente de lo normal, aunque siempre respetando los lГ­mites de velocidad, como hacГ­a siempre, y rГЎpidamente, sin darse cuenta, saliГі de la noche y entrГі en la pequeГ±a ciudad costera.

El elegante barrio residencial donde vivГ­a Cynthia estaba rodeado por el verde de un parque creado con ese fin con ГЎrboles de crecimiento rГЎpido, macizos de flores de colores y cГ©sped cortado cada dГ­a al estilo inglГ©s. Era una zona nueva, en la que los apartamentos refinados se armonizaban bien con el paisaje. McKintock dejГі el coche en el amplio aparcamiento del edificio que contenГ­a el apartamento de Cynthia y, a grandes pasos, llegГі al panel de los timbres. Sonriendo, presionГі el botГіn В«FarnhamВ», y esperГі.

PasГі un buen minuto y no tuvo respuesta.

Perplejo, llamГі de nuevo.

DespuГ©s de medio minuto, una voz enfermiza saliГі por el altavoz.

— Mmm, ¿sí? ¿Qué pasa? ¿Quién es?

Era Cynthia, pero como no la habГ­a oГ­do nunca antes.

McKintock se turbГі.

—Soy Lachlan. Perdona mi visita imprevista, Cynthia, pero... ¿no estás bien?

—No..., no. Sube, Lachlan —y le abrió la verja.

McKintock entrГі veloz y cerrГі la verja detrГЎs de Г©l, recorriГі con rapidez el camino que llevaba al edificio y entrГі en el portal. Con expresiГіn preocupada llamГі al ascensor; por suerte estaba ya en el piso bajo y la puerta se abriГі inmediatamente. AplastГі el botГі nГєmero cuatro y esperГі impaciente hasta llegar arriba.

Cuando la puerta corredera se abriГі, saliГі y girГі a la derecha, encontrГЎndose frente a la puerta blindada del apartamento de Cynthia.

Estaba entornada. La empujГі con cuidado y, sorprendido, vio que el apartamento estaba completamente a oscuras. BuscГі el interruptor a tientas, pero una voz le detuvo.

—Cierra la puerta y no enciendas la luz, por favor. —Era ella, con el mismo timbre de sufrimiento de antes.

McKintock cerrГі cuidadosamente la puerta y se encontrГі en la oscuridad mГЎs absoluta.

—Cynthia, pero ¿qué...?

—Me duele la cabeza, Lachlan. Un dolor de cabeza tremendo, y no soporto la luz.

—Oh... ah... eh... ¿qué puedo hacer? Me gustaría estar a tu lado... —balbuceó titubeante.

—Conoces el apartamento. Intenta llegar aquí, pero ¡no enciendas la luz! —concluyó con un lamento.

—Oh... eh... de acuerdo. Lo intentaré.

Sus ojos se estaban acostumbrando a la oscuridad y McKintock avanzГі lentamente, paso a paso y tocando el muro, hacia el salГіn. La voz de Cynthia provenГ­a de allГ­. Eran seis o siete metros, pero en la oscuridad total parecГ­an un kilГіmetro. A mitad de distancia McKintock se sintiГі un poco mГЎs seguro y acelerГі, pero enseguida la mano que tocaba el muro chocГі con un adorno. Este cayГі pesadamente al suelo con un ruido estruendoso.

—¡Aaah! —chilló Cynthia, sobrepasada por el dolor.

—¡Maldi...! —soltó McKintock, parándose en seco.

—¡Tampoco soporto el ruido! ¡Lleva cuidado! —gritó, presa del sufrimiento.

McKintock estaba empapado en sudor. No encontrГі otra soluciГіn que ponerse a cuatro patas y avanzar asГ­, de rodillas, hacia la voz.

Tanteando, se dio cuenta de que el objeto que habГ­a caГ­do era una pesada estatua de Г©bano que representaba un guerrero africano armado con una lanza. Esperaba que no se hubiera roto; le disgustarГ­a causar pГ©rdidas a Cynthia.

—Ya estoy casi. —Avanzó un poco más y llegó a su destino—. Aquí estoy. Querida, ¿qué tal estás? —le preguntó acurrucándose cerca del sillón sobre el que Cynthia estaba tumbada.

—Mmm, estoy mal —respondió ella, con una voz quejumbrosa—. Me siento mal, tan mal...

Г‰l buscГі su mano y se la cogiГі con delicadeza.

—Lo siento. Si lo hubiera sabido... si hubiera imaginado... lo siento —se sentía mal como no se había sentido quizá nunca en toda su vida. Al menos, no por una situación similar—. Pero ¿desde cuándo estás así? Nunca te he visto en este estado.

—Habla en voz baja, por favor —le suplicó Cynthia con una voz débil.

—Oh, perdona —susurró McKintock—. Perdóname, querida. Entonces, ¿qué te pasa?

—Me pasa que me duele la cabeza, ¿no lo ves? —respondió ella, irritada. Se sentía mal, era evidente, y sus reacciones no eran normales.

McKintock prefiriГі quedarse en silencio durante un rato para que ella se calmase.

Estuvo asГ­ unos cinco minutos, y despuГ©s, en voz baja, intentГі comunicarse.

—¿Puedes decirme algo?

—En cuanto he vuelto del trabajo me ha venido este dolor de cabeza —le respondió con dificultad, susurrando—. No sé ni qué hora es...

—Son las ocho —la informó McKintock, después de mirar su reloj con cuadrante fosforescente.

—Entonces hace dos horas que estoy así.

—¿Has comido?

—No. Cuando estoy así no puedo comer. Tendría náuseas y vomitaría todo. También me duele mucho el estómago. Tengo migrañas. Ese es mi problema. Como el de muchas mujeres.

A McKintock se le encogГ­a el corazГіn. HabГ­a llegado allГ­ en el peor momento posible, la habГ­a molestado y la habГ­a hecho sufrir todavГ­a mГЎs con todo el jaleo que habГ­a montado, y ahora no tenГ­a ni idea de quГ© hacer para ayudarla.

—¿Qué puedo hacer por ti, para que te encuentres mejor? —osó—. ¿Has tomado algo? No sé, una pastilla, un analgésico... algo que te ayude en estos casos.

Cynthia tragГі y despuГ©s tosiГі fuertemente, sujetГЎndose el estГіmago con una mano.

—Sí, he tomado la única medicina que normalmente me hace algún efecto, pero la he vomitado enseguida, así que es como si no hubiera tomado nada. —Tosió otra vez, como si tuviera náuseas de nuevo—. Y no puedo tomar ninguna otra cosa. ¡No menciones más la posibilidad de que trague algo! —concluyó, lamentándose y algo nerviosa.

—No, no, está bien —consintió McKintock, consternado. Acurrucado allí, con uno de sus mejores trajes arrugado y por el suelo como un trapo, se dio cuenta de que tenía hambre. Había pensado cenar con ella, pero esto era imposible en vista de la situación. ¿Qué podía hacer? Intentó negociar un compromiso.

—Escucha, si te cojo del brazo y te llevo despacio a la cama, ¿te ayudaría? Cierro la puerta de tu habitación y así estás a oscuras y sin ruidos que te molesten, estás tranquila y seguramente más cómoda que en el sillón. ¿Qué te parece? —concluyó persuasivo, en voz baja.

—Mmm, bien —aceptó Cynthia con un susurro—. Pero ¿por qué no quieres estar conmigo? —le preguntó.

—Eh..., no es que no quiera estar contigo. De hecho, he venido para verte. Lo que pasa es que llego directamente de la universidad y no he comido, y quería ir a la cocina y...

—¡Aaah! ¡No hables de comer! ¡Te lo había dicho! —y tosió otra vez como si estuviera a punto de vomitar.

—Perdona, perdona, pero... ¿cómo te lo podía explicar, si no contándote la situación y... —Se calló de golpe, contrito, y esperó a que le pasase el ataque de tos. Un poco después se calmó, y entonces McKintock, sin decir nada más, la cogió por el brazo y, en la oscuridad a la que ahora ya se había adaptado, la llevó a su habitación. La ayudó delicadamente a tumbarse en la cama y la tapó con una manta que cogió del armario. Ella musitó un «mmm...» y se apoyó una mano en la frente. McKintock le acarició la mano y salió, cerrando la puerta sin hacer ruido.

La luz del pasillo le deslumbrГі en cuanto la encendiГі. Sus pupilas se habГ­an dilatado al mГЎximo durante todo ese tiempo en la oscuridad, y ahora una cantidad exagerada de luz habГ­a alcanzado sus retinas antes de que las pupilas recibieran la orden de reducirse y pudieran obedecerla. ParpadeГі un par de veces y rГЎpidamente volviГі a ver con toda normalidad. Lo primero que hizo fue ir a recoger la estatua que se habГ­a caГ­do. ComprobГі su estado y se quedГі aliviado al ver que estaba perfectamente Г­ntegra. La apoyГі delicadamente en el estante que la albergaba y finalmente pudo ir a la cocina. CerrГі la puerta para aislar todavГ­a mГЎs los ruidos eventuales que pudieran llegar a la habitaciГіn, y despuГ©s con movimientos lentos y silenciosos abriГі varios cajones y puso la mesa.

TenГ­a muchГ­sima hambre.

AbriГі la nevera y buscГі una cerveza. Afortunadamente habГ­a un par de botellas, una de su marca preferida y otra que gustaba a Cynthia. CogiГі su preferida y se sirviГі rГЎpidamente un generoso vaso del que bebiГі abundantemente. Se sintiГі refrescado al instante. Entonces se quitГі la chaqueta y la apoyГі en el respaldo de la silla. VolviГі a abrir la nevera para buscar algo que comer. No habГ­a mucho. Cynthia comГ­a poco para mantenerse en forma, y lo que comГ­a era normalmente comida sana, con poca grasa y mГЎs bien vegetariano.

Al parecer compraba el tipo de comida que le gustaba a Г©l solo cuando habГ­an programado una visita. Con un cierto desconsuelo cogiГі una bandeja de quesos variados, otra con verduras a la plancha y una botellita con salsa tГЎrtara. CogiГі una bolsa de colines sin grasa de la despensa y se sentГі a comer.

Se sirviГі generosamente. Con el hambre que tenГ­a, la pobreza del surtido pasaba a un segundo plano. Regando todo con la cerveza, en todo caso, al final se sintiГі satisfecho. En realidad, Г©l tampoco comГ­a en abundancia, pero no renegaba de platos seguramente mГЎs calГіricos de los que formaban parte de la dieta de Cynthia.

В«MaГ±ana tendrГ© que hacerle la compraВ», se dijo. No querГ­a que ella se encontrara sin nada que comer la noche siguiente. SabГ­a que comГ­a fuera a mediodГ­a, pero necesitarГ­a algo para cenar. Al dГ­a siguiente, antes de volver a Manchester, pasarГ­a por un supermercado cercano y le comprarГ­a quesos, verdura e incluso algГєn capricho que sabГ­a que le gustaba pero que intentaba evitar por las calorГ­as que contenГ­a.

Se quedГі un momento mГЎs en la mesa. DespuГ©s fue a la ventana y se quedГі mirando fuera con los brazos cruzados. Desde allГ­ podГ­a ver Park Road, por la cual aГєn transcurrГ­a algo de trГЎfico. Al fondo estaba la bahГ­a, negra e invisible, punteada por las luces de algunas naves de lГ­nea y los cargos amarrados. Era una ciudad bonita, Liverpool, con su verde, su lГ­nea urbanГ­stica y su puerto. Situada en el estuario del rГ­o Mersey, que desembocaba en el mar de Irlanda, habГ­a sido fundada en el siglo XIII. Durante mucho tiempo habГ­a sido protagonista del trГЎfico marГ­timo a nivel mundial, y ahora el turismo constituГ­a una parte importante de su economГ­a. A McKintock le gustaba pasear por los muelles junto a Cynthia cuando podГ­a pasar tiempo con ella. El perfume del mar le daba energГ­a, y el continuo ir y venir de las embarcaciones le daba la sensaciГіn de que aquГ©l era el mecanismo interno que hacГ­a girar el mundo. En un cierto sentido era asГ­, ya que el movimiento de personas y de mercancГ­as era el fundamento del comercio global y del trabajo. Ahora las cosas cambiarГ­an, gracias a la invenciГіn de Drew. QuiГ©n sabe cГіmo serГ­a el mundo, de allГ­ a unos aГ±os. Esperaba que fuera mejor. HabГ­a que jugar las cartas justas, moverse con cuidado. PedirГ­a que le devolvieran los numerosos favores que habГ­a hecho durante aГ±os a diversas personalidades clave del sistema britГЎnico. Seguramente romperГ­a la confianza, pero valdrГ­a la pena. SГ­, todo iba a salir bien, lo sentГ­a. PermaneciГі reflexionando unos instantes mГЎs con los ojos fijos en la bahГ­a, despuГ©s apartГі su mirada y volviГі a la mesa. QuitГі la mesa en pocos minutos y lavГі lo que habГ­a usado, sin hacer ruido, y despuГ©s se acercГі para ver cГіmo estaba Cynthia. SaliГі de la cocina dejando la luz encendida, entornГі la puerta y apagГі la luz del pasillo. En el ambiente iluminado dГ©bilmente por el filo de luz No provenГ­a ningГєn sonido del interior; apoyГі la mano en la manija, la descendiГі con suavidad y entrГі. Cynthia dormГ­a profundamente, boca arriba tal como la habГ­a dejado Г©l, y con los brazos relajados a cada lado del cuerpo. Inspiraba y expiraba por la boca medio abierta, de manera regular, tranquilizante. Evidentemente, el dolor de cabeza se le habГ­a pasado lo suficiente como para permitirle dormir. Por no arriesgarse a despertarla saliГі de la habitaciГіn y fue a desnudarse al baГ±o, donde se lavГі rГЎpidamente y se preparГі para ir a dormir. Pero su pijama estaba en el armario de la habitaciГіn, y, si lo abrГ­a, podrГ­a hacer ruido. AsГ­ que renunciГі; el apartamento estaba a una temperatura agradable. DejГі la ropa sobre un sillГіn en el salГіn, apagГі la luz de la cocina y, en ropa interior, volviГі a entrar en la habitaciГіn. EntrГі muy lentamente en la cama de matrimonio, a Cynthia le gustaba dormir cГіmodamente, y se tumbГі junto a ella, al lado de la puerta. Cynthia estaba sobre las sГЎbanas, pero cubierta por la manta que Г©l le habГ­a puesto antes, y prefiriГі dejarla como estaba para no correr el riesgo de despertarla.

Se relajГі, dejГЎndose condicionar por la respiraciГіn rГ­tmica de Cynthia, y en pocos minutos se durmiГі.

Las luces de los coches en Park Road se hicieron cada vez menos numerosas hasta que desaparecieron, dejando la carretera desierta, iluminada solo por las filas de farolas a los lados. En la bahГ­a no se movГ­a nada, y las luces de posiciГіn de las naves estaban inmГіviles, dando la sensaciГіn de que los propios barcos dormГ­an, tendidos en el agua oscura.

En el apartamento el silencio era total, interrumpido solo por la respiraciГіn de Cynthia, que seguГ­a profundamente dormida.

Sobre las tres de la noche, en la oscuridad, una voz suave se superpuso a esa respiraciГіn.

—Los llevaremos, sí, los llevaremos por todas partes... a ellos y a sus cosas... —McKintock hablaba dormido—, ... y los paquetes, y los contenedores, llevaremos todo... sí, con la Máquina... de acá para allá, aprietas un botón y ya has llegado... ni te das cuenta de que ya has llegado... —farfullaba, pero se le podía entender—: con tu Máquina, Drew, pero ¿cómo has podido inventarla?... has cambiado la historia, Drew...

A unos cien metros del edificio, un furgГіn con una insignia de instalador de antenas estaba aparcado cerca de otro edificio, como si el tГ©cnico hubiera ido a casa a dormir despuГ©s de un duro dГ­a de trabajo. Las dos antenas sobre el techo del furgГіn eran pintorescas; dos parГЎbolas blancas que miraban una a la derecha y la otra a la izquierda, orientadas ligeramente hacia arriba. HacГ­an buena publicidad de la actividad declarada por la insignia pegada a la chapa marrГіn del vehГ­culo, aunque de la antena derecha salГ­a un cable escondido que, a travГ©s de un agujero estanco en el techo del furgГіn entraba en la zona de carga. AllГ­, las paredes internas estaban cubiertas por instrumentos electrГіnicos. Diversos receptores de radio de categorГ­a militar estaban empilados, unos sobre los otros, en un mГіdulo rack


(#litres_trial_promo). Cada receptor podГ­a captar un cierto nГєmero de bandas de frecuencia, distintas para cada uno y en orden creciente, de modo que aquel bastidor podГ­a recibir cualquier seГ±al de radio que un transmisor pudiera generar. Al lado del mГіdulo de los receptores estaba el de los analizadores de espectro. Estos visualizaban la forma de la onda radio recibida y la mostraban en una pantalla. DespuГ©s de los analizadores estaban los decodificadores, en otro mГіdulo con aparatos capaces de descodificar


(#litres_trial_promo) mensajes en cГіdigo, hasta los mГЎs complejos. SeguГ­a otro mГіdulo rack con las grabadoras, en las que los mensajes recibidos eran memorizados de manera estable para un anГЎlisis posterior. El Гєltimo contenГ­a la secciГіn audio del sistema, capaz de procesar el sonido recibido y eliminar el ruido de fondo, potenciando las voces y los sonidos particulares para extraer la informaciГіn de interГ©s. Un ordenador estaba conectado al conjunto de mГіdulos, y servГ­a para configurar el funcionamiento de los distintos componentes.

En aquel momento solo habГ­a un receptor encendido, sintonizado alrededor de 7 GHz, y el analizador de espectro al que estaba conectado mostraba una banda horizontal verde en cuyo interior se movГ­an barras verticales naranjas y rojas. El parpadeo de una luz verde del aparato de decodificaciГіn indicaba que este estaba operando regularmente y sin errores. Dos grabadoras en paralelo guardaban silenciosamente la informaciГіn recibida en sus discos duros, para proporcionar dos copias distintas del material.

La voz de McKintock se oГ­a indistintamente de los auriculares de los cascos que llevaba un hombre, vestido con estilo informal, sentado delante del ordenador. Al lado del gran monitor, una taza de tГ© medio vacГ­a, la segunda de la serie de aquella noche. El hombre estaba relajado contra el respaldo, con las manos sobre su regazo, la cabeza inclinada y los ojos cerrados, escuchando.

В«Los llevaremos, sГ­, los llevaremos por todas partes... a ellos y a sus cosas... В». La voz de McKintock era visualizada en la pantalla del ordenador como una lГ­nea horizontal ondulada que variaba continuamente de amplitud, В«... y los paquetes, y los contenedores, llevaremos todo... sГ­, con la MГЎquina... de acГЎ para allГЎ, aprietas un botГіn y ya has llegado... ni te das cuenta de que ya has llegado...В». El hombre que escuchaba abriГі los ojos de golpe y levantГі la cabeza В«con tu MГЎquina, Drew, pero cГіmo has podido inventarla... has cambiado la historia, Drew...В». Se levantГі y se acercГі al ordenador. ModificГі algunos controles con el ratГіn para mejorar la amplificaciГіn de la voz de McKintock. Previamente habГ­a filtrado la respiraciГіn de Cynthia y no se oГ­a prГЎcticamente nada por los auriculares. ArrugГі la frente, observando los componentes de la voz de McKintock en el monitor que iluminaba su rostro con su luz tenue

В«... el universo a nuestra disposiciГіn, increГ­ble, el universo entero... con la MГЎquina...В».

El hombre desplazГі uno de los auriculares de los cascos para liberar una oreja. CogiГі un telГ©fono militar cifrado y compuso un nГєmero de cinco cifras.

Un segundo despuГ©s alguien levantГі el auricular del telГ©fono llamado, pero no dijo nada.

—Pásame a Spencer —dijo el hombre.



Final de la primera parte




Segunda parte


Cuando bajГі el Гєltimo obrero, parecГ­a que solo quedara el conductor, sentado en su puesto.

Sin embargo, tras unos segundos apareciГі otra figura en la escalera del autobГєs.

BajГі los escalones despacio, con calma, revelГЎndose poco a poco.

CapГ­tulo XVIII



La aurora coloreaba con sus matices el cielo de Manchester. Las nubes habituales ocupaban esta vez solo una parte del firmamento, escondiendo al oeste las Гєltimas estrellas que, de todas formas, se desvanecГ­an en el incipiente amanecer, y exponiendo al este una bГіveda en la que el espectro de color rojo estaba aumentando, inexorablemente, de intensidad. Las bandas con mayor longitud de onda, de color rojo oscuro, empujaban hacia arriba aquellas con longitud de onda menor, violetas, naranjas, amarillas, hasta llegar al lГ­mite del espectro y desaparecer en el blanco definitivo de la temperatura nominal del sol. Cada dГ­a, en todo el planeta, este espectГЎculo se repetГ­a con precisiГіn matemГЎtica, pero Inglaterra lo disfrutaba un poco menos a causa de la capa de nubes que ya formaba parte de su cultura y de la imagen que los demГЎs tenГ­an de ese paГ­s. A pesar de ello, el amanecer era el desencadenante, el inicio de un nuevo dГ­a para la mayor parte de la gente. El sol que surge es la metГЎfora del despertar de la naturaleza y de los seres vivos que la pueblan. Pero muchos de ellos trabajan tambiГ©n por la noche, o exclusivamente de noche, mientras los demГЎs duermen, para obtener asГ­ resultados que serГ­an inalcanzables de otra manera. Algunos de estos estaban reunidos en una sala en ese momento, y escuchaban con extrema atenciГіn una grabaciГіn que reproducГ­a un equipo de alta fidelidad.

В«Los llevaremos, sГ­, los llevaremos por todas partes... a ellos y a sus cosas... y los paquetes, y los contenedores, llevaremos todo... sГ­, con la MГЎquina... desde aquГ­ hasta allГЎ, aprietas un botГіn y ya has llegado... ni te das cuenta de que ya has llegado...В». Uno de los presentes estaba inclinado sobre el escritorio, con los brazos cruzados apoyados en Г©l y la mano derecha sobre los labios, concentrado В«... con tu MГЎquina, Drew, pero cГіmo has podido inventarla... has cambiado la historia, Drew... el universo a nuestra disposiciГіn, increГ­ble, el universo entero... con la MГЎquina...В».

El hombre inclinado sobre la mesa permaneciГі absorto unos segundos, y despuГ©s, sin moverse, se dirigiГі al que estaba a su izquierda, sentado cerca del ordenador.

—Déjame oírlo otra vez.

Spencer recurriГі al ratГіn para mandar la grabaciГіn al principio, e hizo clic sobre el icono Play por tercera vez desde que habГ­a comenzado la reuniГіn.

В«Los llevaremos, sГ­, los llevaremos por todas partes... a ellos y a sus cosas...В». El hombre volviГі a escuchar, concentrado, y en un momento dado comenzГі a asentir lentamente cada vez con mГЎs convicciГіn. В«... el universo a nuestra disposiciГіn, increГ­ble, el universo entero... con la MГЎquina...В». El hombre se irguiГі y se apoyГі contra el respaldo de la silla. Se frotГі los ojos para eliminar el cansancio.

—Algo tienen que tener —afirmó—. ¿Trenton?

—Es posible, sí, yo también lo creo —concordó el hombre a su derecha—. ¿A qué hora te ha llamado Boyd?

—Un poco después de las tres —respondió Spencer—. En lugar de las típicas estupideces que dice cuando duerme, McKintock había empezado a hablar de esta «Máquina» inventada por un cierto Drew y..., bueno, el resto lo habéis oído. Boyd vio que esas palabras tenían algún sentido y decidió llamar inmediatamente.

—Boyd ha trabajado bien. ¿Creéis que la mujer ha podido oírlo?

—Creemos que no, señor Farnsworth —respondió Spencer—. Ha tenido dolor de cabeza toda la tarde y McKintock la llevó a la cama. Se durmió profundamente e, incluso cuando él hablaba, ha seguido respirando de la misma manera. Hemos extraído su respiración de la grabación unos diez minutos antes de las palabras de McKintock, y hasta diez minutos después; la hemos analizado en ritmo y en profundidad y no ha cambiado de manera apreciable. No, creemos que no ha oído nada.

—Bien —aprobó Farnsworth—. Muy bien. —Miró fijamente delante de sí, pensando.

»Es la primera vez que habla de una cosa de ese tipo —dijo, y miró a Spencer, que confirmaba asintiendo—, por lo que tiene que ser algo que lo ha impresionado profundamente. Es el rector de la Universidad de Manchester, y con los medios de los que dispone, los laboratorios, los profesores, los investigadores, es posible que se haya encontrado con un descubrimiento excepcional. Sí, es muy posible. Quiero saber más —concluyó—. Traedlo.

Spencer se levantГі de golpe y saliГі a grandes pasos de la sala. Los tiempos eran fundamentales. EntrГі en un local de unos cincuenta metros cuadrados con las paredes cubiertas de mГіdulos con receptores, descodificadores, analizadores de espectro y ordenadores, similares a la instrumentaciГіn del furgГіn de Boyd, pero multiplicados por veinte. Unas quince personas trabajaban en los distintos puestos, transcribiendo conversaciones grabadas en los distintos puntos de escucha, descifrando mensajes codificados y comunicando con los compaГ±eros en el terreno.

Spencer fue a su puesto e, inmediatamente, levantГі el auricular del telГ©fono militar encriptado del que disponГ­a. Compuso un nГєmero de cinco cifras y esperГі.

En el furgГіn, Boyd vio parpadear el testigo del telГ©fono. Los sonidos estaban excluidos para que no se oyera nada desde fuera del vehГ­culo, sobre todo, oГ­dos indiscretos. SeparГі un auricular del casco y apoyГі el telГ©fono en su oreja, sin decir nada.

—¿Todavía está allí? —preguntó simplemente Spencer.

—Sí. Sigue durmiendo. —Boyd constató que eran las seis de la mañana mirando el reloj del ordenador. Acababa de beberse la cuarta taza de té, junto con un pan brioche, su desayuno. Una noche de vigilancia más que llegaba a su final.

—Bien —respondió Spencer—. Vamos a por él.

—Está bien. Me coloco en posición. —Colgó el teléfono sin añadir nada más.

MirГі una pantalla al lado del ordenador, en la que cuatro cuadrantes mostraban las imГЎgenes tomadas por otras tantas cГЎmaras escondidas a lo largo del perГ­metro del furgГіn, detrГЎs de bulones falsos o disimuladas como sensores de ayuda al aparcamiento. Solo habГ­a una persona a la vista, detrГЎs de la furgoneta, y estaba pedaleando en su bicicleta, alejГЎndose. Llevaba una mochila a la espalda, y Boyd sabГ­a que era un estudiante que salГ­a temprano por la maГ±ana para ir a la escuela.

Sin quitar los ojos de la pantalla se puso un mono de antenista sobre la ropa, abriГі la puerta que comunicaba la zona de carga con la cabina del conductor, y se sentГі al volante. Con ese mono parecГ­a realmente un tipo que estuviera yendo a trabajar. EncendiГі el motor y saliГі del aparcamiento. Lo habГ­a aparcado marcha atrГЎs, la noche anterior, para poder salir rГЎpidamente sin tener que maniobrar, si fuera necesario. Conduciendo lentamente llegГі hasta el aparcamiento en el que McKintock habГ­a dejado su coche. AparcГі, de nuevo marcha atrГЎs, y apagГі el motor. El coche del rector estaba a unos diez metros, delante a la izquierda, respeto al morro de la furgoneta. VolviГі a la zona de carga y cerrГі la puerta interna de comunicaciГіn tras de sГ­. La instrumentaciГіn habГ­a seguido funcionando, y el ordenador no indicaba movimientos ni conversaciones en el apartamento mientras Г©l conducГ­a esos cien metros que separaban los dos aparcamientos. Se volviГі a colocar los cascos y se puso a escuchar de nuevo, esta vez observando continuamente la pantalla con las imГЎgenes de las cГЎmaras. La que estaba a las nueve


(#litres_trial_promo) encuadraba el edificio que albergaba el apartamento en el que McKintock estaba durmiendo. A la derecha de aquel marco Boyd podГ­a ver tambiГ©n el morro del coche del rector, mientras la cГЎmara a las doce mostraba el resto del coche y una amplia porciГіn del aparcamiento.

Sobre las seis y cuarto, un sedГЎn de color gris metalizado con los cristales tintados entrГі en el aparcamiento y se situГі en uno de los sitios libres mГЎs al fondo, lejos de la entrada.

El telГ©fono de Boyd parpadeГі de nuevo. LevantГі el auricular y escuchГі.

—Unidad dos —dijo una voz anónima—. ¿Novedades?

—Ninguna —respondió Boyd.

A las seis y media empezaron a llegar sonidos de actividad a los cascos de Boyd. Cynthia se levantГі llena de energГ­a y fue inmediatamente al baГ±o. Varios sonidos contextuales indicaron a Boyd el lavado minucioso que realizГі la mujer. Cuando estuvo lista fue a despertar a McKintock. Г‰l seguГ­a durmiendo como un tronco, como si hubiese pasado una noche agitada y necesitase recuperarse. Cynthia lo empujГі con un pie, haciГ©ndolo girar sobre sГ­ mismo, y empezГі a incordiarlo.

—¡Despierta, perezoso! ¿Qué has estado haciendo esta noche? ¿Has tenido que satisfacer un harem entero de fogosas concubinas? ¡Ja, ja, ja! —Empezó a reír cuando McKintock se irguió sobresaltado mirando a derecha e izquierda para despejar su cerebro.

»¿Qué haces en calzoncillos y camiseta? ¿Dónde está tu pijama? ¡Ja, ja, ja! —Se burló de él.

—Uf, ¡en tu armario! —exclamó él saltando de la cama y cogiéndola por los hombros. Ella le dejó hacer, y él le dio un beso fuerte en la frente.

—¿Qué tal estás? —le preguntó, mirándola, perdidamente enamorado—. ¿Se te ha pasado el dolor de cabeza?

—Sí, estoy muy bien, y tengo un hambre feroz. Por eso... —dijo, resistiendo a su tentativo para llevarla hasta la cama—, por eso ahora ¡vamos a comer! —Se soltó y escapó hasta la cocina, riendo.

McKintock la vio irse corriendo, ligera como una mariposa, con aquel cuerpo lleno e irreprimible que le impresionaba cada vez que la veГ­a. TenГ­a un deseo enorme de hacer el amor con ella, pero comprendГ­a que Cynthia llevaba sin comer desde el mediodГ­a del dГ­a anterior, asГ­ que no serГ­a posible.

Fue al baГ±o y se preparГі, vistiГ©ndose deprisa, pero con atenciГіn, y despuГ©s fue a la cocina.

En ese rato Cynthia habГ­a preparado huevos, beicon y pan tostado, y, entre los dos devoraron todo en pocos minutos.

—Como habrás notado, me comí todo el queso y las verduras que tenías en la nevera. Tenía muchísima hambre.

Cynthia asentГ­a aprobando, mientras masticaba los Гєltimos bocados.

—Antes de volver a Manchester iré a comprar todo lo que necesitas.

—No hace falta. Lo haré al volver del trabajo, esta tarde.

—Pero no, no quiero que pierdas tiempo. Me he comido yo tu comida, por eso me parece justo que yo la reponga —insistió.

—Bueno, de acuerdo, si es tan importante para ti —aceptó finalmente Cynthia mientras levantaba el vaso de zumo de pera y lo llevaba a sus labios.

McKintock la mirГі beber, abrumado por el deseo, como todas las demГЎs veces. Cuando bebГ­a zumo de fruta, Cynthia levantaba la barbilla y tragaba rГ­tmicamente, con movimientos de la garganta tan sensuales que a Г©l le invadГ­a un arrebato salvaje por poseerla, penetrarla con todo su ser y colmarla de sГ­. Ella lo sabГ­a perfectamente, y jugaba a provocarlo cГЎndida y pГ©rfida como todas las mujeres sexys y conscientes de su atractivo sexual. Cuando el vaso estaba prГЎcticamente vacГ­o Cynthia lo inclinГі mГЎs hacia arriba e hizo caer las Гєltimas gotas directamente sobre la lengua, sabiendo muy bien que en aquel momento McKintock alcanzarГ­a el mГЎximo grado de excitaciГіn. De hecho, Г©l estaba rojo como un pimiento y aferraba con fuerza el borde de la mesa, con los nudillos blancos por la contracciГіn muscular.

DespuГ©s de la Гєltima gota Cynthia dejГі el vaso encima de la mesa con decisiГіn. El golpe fuerte sacudiГі a McKintock y le hizo abrir mucho los ojos, y jadear.

—Ahora... ahora... —balbuceó.

—¡Ahora es el momento de ir a trabajar! —exclamó ella señalando el reloj colgado de la pared.

Lentamente, mecГЎnicamente, McKintock se dio la vuelta y mirГі el reloj, como un autГіmata, y, de golpe, se dio cuenta de lo tarde que era. ВЎLas siete y media! Como tenГ­a que ir al supermercado, ВЎllegarГ­a a Manchester a media maГ±ana! ВЎLa universidad empezarГ­a el dГ­a sin Г©l! ВЎNo era posible! ВїQuГ© podГ­a hacer?

Cynthia lo miraba divertida, sabiendo muy bien que la universidad era todo para Г©l, a parte de ella misma, naturalmente. Riendo, lo sacГі del impasse.

—Lachlan, ve a Manchester, tranquilo —le dijo, con expresión comprensiva—. Compraré yo misma lo que me hace falta. A propósito, ¿a qué se debió esta visita improvisada ayer?

—Oh, bien, gracias. Gracias, siento haber creado desorden. Ah, sí... ayer estaba tan contento por unos buenísimos resultados de una investigación que quise celebrarlo viniendo aquí. Pero llegué en el momento equivocado. Lo siento.

—La próxima vez que estés tan contento, ¡llámame! Estaré lista para celebrarlo contigo —y le hizo un guiño lleno de coquetería.

Г‰l enrojeciГі de nuevo y se levantГі de la mesa, luchando consigo mismo para separarse de ella.

Boyd oyГі, por los cascos, cГіmo McKintock cogГ­a sus cosas, la puerta que se abrГ­a y un sonoro beso de despedida.

—Guau —pensó— esta vez me he librado. Cynthia Farnham era una verdadera furia sexual, y cada vez que McKintock iba a verla le tocaba escuchar orgasmos estratosféricos, con gritos y gruñidos primordiales. Ella lo usaba como un mero instrumento sexual para su propia satisfacción suprema, y cuando él no aguantaba tanto como ella pretendía le abofeteaba e incluso lo insultaba. Era un juego cuyo fin era el placer recíproco, muy carnal, y a McKintock le convenía así. Boyd intuía que aquel hombre debía haber tenido antes una relación fría y tranquila, y estar ahora con una mujer de ese calibre, esa fuerza, debía ser para él la apoteosis del placer. Cierto, también en otras vigilancias Boyd había podido escuchar actividad sexual de varios tipos, pero esta lo perturbaba especialmente y le impedía mantener la distancia.

В«Si yo tuviera una mujer asГ­...В», imaginГі tambiГ©n esta vez, con un suspiro, como todas las otras veces. Cuando recuperГі el control llamГі al coche gris con el telГ©fono encriptado.

—Está saliendo —anunció simplemente.

—Recibido —respondió sucintamente su interlocutor.

Boyd volviГі al puesto del conductor y cogiГі un periГіdico. Lo apoyГі en el volante y fingiГі estar leyendo, mientras con el rabillo del ojo controlaba el edificio. Un minuto mГЎs tarde vio a McKintock salir del portal y dirigirse a grandes pasos hacia el aparcamiento, hacia Г©l. Se veГ­a que tenГ­a prisa. Cuando McKintock estuvo a unos diez metros de su propio coche, Boyd encendiГі el motor y, despreocupadamente, se acercГі a la salida del aparcamiento, como si se estuviera yendo. McKintock no se dio ni cuenta de la furgoneta que pasaba junto a Г©l, dominado por las prisas de marcharse. Unos segundos despuГ©s el coche gris empezГі a moverse a su vez, acercГЎndose lentamente al coche del rector. Cuando este estuvo a un par de metros de distancia de su coche y comenzГі a extender el brazo hacia la puerta, la furgoneta dio un volantazo a la derecha, tapando la visiГіn del aparcamiento desde el edificio, y, al mismo tiempo, el coche gris acelerГі de golpe y fue a pararse justo delante del coche de McKintock. Dos hombres salieron de Г©l saltando como dos muelles, y se situaron a ambos lados del rector. Uno le mostrГі un distintivo por unos instantes, mientras el otro lo cogГ­a por un brazo.

—¡Policía! Rector McKintock, ¡venga con nosotros!

Г‰l se quedГі de piedra, sin palabras. Los dos lo arrastraron sin ceremonias hacia el coche gris; uno de ellos abriГі la puerta posterior derecha y, empujГЎndole la cabeza para que se agachara, lo hizo entrar, sentГЎndose a su lado inmediatamente despuГ©s. BajГі unas cortinas de las ventanas para ocultar el interior del coche y luego hizo un gesto al tercer hombre, que estaba al volante. Este hizo avanzar el coche unos metros, hacia la furgoneta, y esperГі.

En ese momento McKintock recuperГі la palabra.

—Pero... pero... ¿qué pasa? ¿Por qué me hacéis esto? ¿Qué he hecho?

—Tranquilo, rector McKintock, solo tenemos que hacerle unas preguntas. Será rápido, ya verá.

—Pero... pero ¡tengo que ir a Manchester! ¡Y tengo que ir inmediatamente!

—Justamente, allí es a donde vamos. Tranquilícese.

—Pero... y mi coche... ¿cómo haré? No puedo dejarlo aquí.

—El coche también va a Manchester. Tranquilo. Relájese.

—Pero... ¿y las llaves? Las tengo yo... ¿cómo podréis...? —Desorientado, miró al hombre sentado a su lado. Este devolvió la mirada con una expresión significativa—. Ah... entiendo... no las necesitáis...

Fuera, el Гєltimo hombre ya habГ­a entrado en el coche de McKintock y habГ­a encendido el motor; estaba listo para salir.

Durante la acciГіn Boyd habГ­a salido del furgГіn y habГ­a fingido controlar un neumГЎtico, para justificar delante de posibles observadores la extraГ±a maniobra que habГ­a realizado. En cuanto vio al coche gris que venГ­a hacia Г©l comprendiГі que la operaciГіn estaba acabada y volviГі a entrar veloz como un rayo en su vehГ­culo, conduciГ©ndolo a continuaciГіn a una velocidad moderada, como si no hubiera pasado nada. El coche gris saliГі del aparcamiento y lo adelantГі, ГЎgil y silencioso, seguido por el coche de McKintock a pocos metros de distancia.

El aparcamiento permaneciГі indiferente, esperando a los propietarios de los otros vehГ­culos. Estos llegarГ­an poco a poco.

La acciГіn entera no habГ­a durado mГЎs de diez segundos.



En un cuarto de hora el pequeГ±o convoy ya estaba en la autopista hacia Manchester, avanzando a una velocidad sostenida, y manteniГ©ndose constantemente en el carril para adelantar. El conductor del primer coche, el que llevaba a McKintock, procedГ­a con seguridad y concentraciГіn. Estaba acostumbrado a desenvolverse en las situaciones mГЎs complicadas, y el trГЎfico de primera hora de la maГ±ana no era nada comparado con las persecuciones que realizaba de vez en cuando. No decГ­a nada, pero controlaba sistemГЎticamente que el coche de McKintock los siguiese a poca distancia. Su compaГ±ero de conducciГіn, en el coche del rector, era un experto como Г©l, especialista en atacar repentinamente cualquier tipo de vehГ­culo del cual hubiera que tomar el control instantГЎneamente, sometiendo eventualmente al conductor hostil y saliendo rГЎpidamente hacia la destinaciГіn justa, incluso evitando al mismo tiempo del fuego enemigo.

El hombre sentado detrГЎs junto a McKintock levantГі las cortinas, y el paisaje campestre empezГі a desfilar veloz a su lado.

McKintock, mientras tanto, habГ­a podido relajarse, y habГ­a empezado a reflexionar. ВїQuГ© podГ­a querer la policГ­a de Г©l? ВїHabГ­a hecho, quizГЎ, algo grave? ВїQuГ© acto suyo podГ­a justificar una captura de ese tipo? Porque se sentГ­a capturado, sГ­, lo habГ­an cogido como si fuera un delincuente a la salida de un bar oscuro. ВїCГіmo osaban? Г‰l era el rector de la Universidad de Manchester. TenГ­a que haber un error. RecuperГі su valor y pasГі al contraataque.

—Escuche, señor —se dirigió al hombre sentado a su lado.

—¿Sí? —respondió este, mirándolo con aire de suficiencia.

—Enséñeme su distintivo otra vez, si no le importa.

—Cuando lleguemos —fue la respuesta, seguida de una mirada penetrante y significativa, acompañada de una mano que, de manera despreocupada, metía bajo la chaqueta, cerca de la axila izquierda.

McKintock siguiГі inevitablemente ese movimiento y se asustГі. DecidiГі que no era el momento de hacer mГЎs preguntas. A pesar de todo, aquellos parecГ­an realmente ser policГ­as y no le habГ­an tocado ni un pelo, despuГ©s de todo, asГ­ que se relajГі contra el asiento y esperГі a que los hechos siguieran su curso. SentГ­a una enorme curiosidad, ademГЎs; curiosidad y preocupaciГіn, porque no podГ­a imaginar quГ© podГ­an querer de Г©l.

Fuera lo que fuera, lo iba a descubrir pronto. Antes de lo que hubiera creГ­do se dio cuenta de que estaban entrando en Manchester, con su coche pisГЎndoles los talones como si estuviera enganchado con una cuerda de acero. El hombre junto a Г©l bajГі las cortinas de las ventanillas, e incluso colocГі un tejido mГЎs grueso que separaba los puestos delanteros de los traseros. TambiГ©n bajГі un parasol delante de la luna trasera, de manera que el paisaje que les rodeaba resultaba completamente oculto. McKintock no podГ­a saber hacia dГіnde se dirigГ­an en el interior de Manchester, que conocГ­a tan bien.

DespuГ©s de unos veinte metros el coche se parГі.

El hombre que estaba a su lado saliГі del coche y le abriГі la puerta.

—Salga —le ordenó secamente.

McKintock saliГі, titubeando, y se encontrГі en un aparcamiento subterrГЎneo, con muros de cemento armado bien acabado y pocas luces, aquГ­ y allГЎ, en las paredes. Su coche ya estaba aparcado al lado, y el hombre que lo habГ­a conducido lo estaba cerrando con un mando a distancia negro, extraГ±o y anГіnimo. Lo cogieron por los codos, pero Г©l hizo un gesto de que iba a colaborar.

Uno de los hombres asintiГі, y, caminando a su lado, lo condujeron hasta un ascensor estropeado en la pared frente a ellos. Entraron, McKintock y los otros tres, y uno de ellos apretГі un botГіn blanco, sin nГєmero. Los otros botones tampoco tenГ­an nГєmero, en realidad.

В«Vaya, quГ© ascensor mГЎs raroВ», pensГі McKintock.

Un breve ascenso y despuГ©s la puerta se abriГі a un pasillo blanco sucio, sucio en el sentido de que las paredes tenГ­an moho, marcas de zapatos, surcos hechos por respaldos de sillas y, pareciГі a McKintock, extraГ±as marcas de color rojo oscuro. Algunas parecГ­an casi huellas parciales de manos, como si alguien manchado de sangre se hubiera apoyado en la pared, manchГЎndola. Esperaba estar interpretando mal. Mientras tanto la comitiva llegГі hasta una puerta de madera blanquecina, desconchada y sucia como las paredes. Uno de los tres la abriГі y lo acompaГ±Гі dentro, obligГЎndolo a sentarse en una silla del mismo estilo que lo demГЎs, cerca de una mesa que habГ­a visto tiempos mejores.

El hombre cerrГі la puerta y se sentГі en otra silla, a esperar. Los otros dos se fueron. El que se habГ­a quedado era el mismo que habГ­a estado junto a McKintock en el asiento posterior durante el viaje.

—¿Pero qué sitio es este? ¿Dónde me habéis llevado? —soltó, irritado, McKintock. Estaba acostumbrado a entornos de un nivel completamente diferente. Olía a humedad y a rancio, y en el suelo corrían sin ser molestadas algunas cucarachas. Las esquinas superiores de la habitación estaban cubiertas de telarañas gruesas y amarillentas, cargadas de polvo. Algunas arañas negras vivían tranquilamente en su interior, a la espera de alguna presa.

El hombre lo ignorГі, y McKintock comprendiГі que habrГ­a sido inГєtil insistir.

DespuГ©s de unos minutos se abriГі la puerta y entrГі un hombre de unos sesenta aГ±os, con un buen traje azul y ojos con montura de concha.

—Buenos días, señor McKintock. Me llamo William Farnsworth, responsable de los Servicios de Seguridad.

¿«Servicios de Seguridad»? ¿Qué era? —se preguntó McKintock.

—Buenos días —respondió, hostil—. ¿Por qué me habéis traído aquí? ¿Qué queréis de mí? ¿Qué sitio es este? —preguntó cada vez más agresivo.

—Le hemos traído aquí —respondió Farnsworth, enfatizando fuertemente la primera sílaba, con voz imperiosa—, porque usted sabe algo que podría ser de importancia capital para este país —dijo, haciendo una pausa para crear más efecto—. Porque usted ama Inglaterra, ¿verdad? —dijo, jugando la carta del patriotismo, mirándolo brutalmente a los ojos.

—Eh... bueno... claro. Claro que amo Inglaterra. —Farnsworth derribaba una puerta abierta, porque McKintock era un británico leal y fiel, y amaba incluso a la reina, al contrario de muchos otros conciudadanos suyos. Completamente desmontado, cedió las armas—. ¿Qué queréis saber? Estoy a vuestra disposición.

—Tenemos conocimiento de un proyecto en el que está implicado —informó Farnsworth mirándolo a los ojos, pero esta vez sin animadversión—. Un proyecto que concierne una cierta Máquina capaz de desplazar cosas y personas a distancias medidas en la escala universal, e inventada por un cierto Drew. ¿Qué puede decirnos al respecto?

McKintock permaneciГі en estado de shock.

ВїCГіmo podГ­an saber esto?

Ni siquiera Г©l lo sabГ­a hasta la noche anterior. ВїCГіmo lo habГ­an hecho? Era imposible que nadie hubiera hablado de ello, y, sin embargo, tenГ­a que haber ocurrido, no cabГ­a otra posibilidad. PalideciГі como un cadГЎver, despuГ©s enrojeciГі violentamente, y finalmente encontrГі las palabras.

SuspirГі profundamente antes de responder.

—No sé cómo han podido saberlo, pero eso que usted ha descrito de manera tan concisa es la realidad. Explicaré todo, pero al menos dígame qué son estos Servicios de Seguridad de los que ha hablado, y quién es usted realmente.

—Después —respondió secamente Farnsworth—. Se lo aseguro, sabrá todo a su debido tiempo. Mientras tanto, este es mi distintivo, si le sirve para tranquilizarse. —Agitó delante de sus ojos, brevemente, unas siglas similares a las que había visto durante la «captación» en el aparcamiento de Liverpool.

McKintock suspirГі nuevamente, y comenzГі a contar.

—Hace una semana un profesor de física de mi Universidad, el profesor Drew, vino a verme junto con un estudiante suyo, Joshua Marlon. Este muchacho había descubierto, por pura casualidad, un efecto producido por un dispositivo construido por Drew con otro objetivo. Él había informado a su profesor y, juntos, habían analizado el efecto. Resulta que el dispositivo puede intercambiar dos volúmenes de espacio recíprocamente, a la distancia que se quiera, incluso a una escala cósmica, con todo lo que contienen. Esto significa que la Máquina, como la llamo yo, puede ser regulada para apuntar a su compañero aquí —y señaló al otro hombre—, y transportarlo instantáneamente a otro sitio, poniendo en su lugar cualquier otra cosa. Si quisiera —y aquí McKintock empezó a disfrutar, tomándose una pequeña revancha—, podría ser transportado al fondo del mar, y en su lugar aparecería una buena salpicadura de agua salada —concluyó, levantándose de golpe de la mesa.

El hombre sentado se moviГі nervioso en su silla y mirГі serio a su jefe.

Farnsworth habГ­a abierto los ojos de par en par, impresionado, pero habГ­a recuperado el control rГЎpidamente.

—Bien. O sea, que es verdad. ¿Y ya han hecho pruebas con esta... ... Máquina?

—Existe un pequeño prototipo capaz de desplazar objetos de pequeño tamaño. Con la ayuda de un equipo de científicos de entre los mejores del mundo, el profesor Drew ya ha podido construir la teoría del funcionamiento de la Máquina, y justo ayer por la tarde me había hecho partícipe de los resultados de las pruebas. Por eso me sorprende que ya estén al corriente de todo ello. Ahora —añadió, y miró directamente a los ojos a Farnsworth—, ¿puedo saber cómo han podido saberlo? Me debe esta explicación.

—Tenemos nuestros métodos. Y no se los puedo revelar, porque entonces se volverían ineficaces. Pero visto que ha colaborado, le diré esto: Los Servicios de Seguridad que yo coordino se ocupan de recoger información de todo tipo que pueda ser de interés para el país, y somos muy buenos haciendo nuestro trabajo.

—El Servicio Secreto, pues —constató McKintock.

—Sí —respondió simplemente Farnsworth—. Y si le revelo esta información es porque estoy convencido de que usted es realmente un patriota, y, por el puesto que ocupa, deduzco que es una persona con un gran sentido de la responsabilidad. La tecnología de la que dispone, sin embargo, puede ser de un valor incalculable para Gran Bretaña, en una magnitud que usted quizá no se haya comprendido todavía.

«¿Y cómo habría podido?», pensó McKintock, «solo me dijeron ayer por la noche lo que la Máquina puede hacer...»

—Porque, como sabrá —continuó Farnsworth—, nuestro país está viviendo un período de estancamiento económico y político. Con la tecnología que ha descrito, con la Máquina, Gran Bretaña tendría una ventaja tecnológica incalculable respeto a todos los demás países, y esto hace automáticamente que su proyecto tenga una importancia fundamental. De todo esto resulta que la Máquina se convierte a partir de ahora en un Secreto de Estado, y nadie, y digo nadie, puede saber de su existencia sin mi autorización. ¿Cuántas personas están al corriente?

Durante todo este tiempo McKintock se habГ­a limitado a escuchar y a asentir. La directiva de confidencialidad era la misma que Г©l habГ­a impuesto a Drew y a los otros, y ahora se encontraba Г©l mismo teniendo que asumirla. AsГ­ funcionaban las cosas.

ContГі mentalmente.

—Unas diez, incluyéndome.

—¿Tantas? —se alarmó Farnsworth, perplejo—. ¿Qué relación tienen estas personas con usted? Quiero decir, ¿son de confianza? ¿Podrían revelar a otros la existencia de la Máquina?

—No. Yo mismo les impuse que el proyecto debía mantenerse en secreto, y estoy seguro de que han mantenido el pacto. Son todos científicos o colaboradores de integridad probada, y es su interés, al menos en esta fase de estudio y pruebas, que el proyecto se mantenga en secreto. Sabe, tendrán todo el mérito con las publicaciones científicas, el efecto será nombrado en honor a ellos, y todo eso —dijo y frunció el ceño, pensativo—. A pesar de todo, debo suponer que alguno de ellos haya hablado. Si no, no se explica cómo habéis podido obtener la información.




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